lunes, 22 de julio de 2013

Serengeti


Durante siglos, los Maasai convivieron en la planicie sin fin, el Serengeti, con una naturaleza asombrosa, de gigantescas dimensiones y tan poderosa en su fuerza original, como frágil ante la mano cruel del hombre civilizado.
Hasta bien entrado el siglo XX, el Serengeti siguió siendo un gran desconocido para los europeos, pero el riesgo de una caza intensiva, que amenazaba con poner en peligro a parte de la fauna de lo que en los años veinte ya se había convertido en reserva de caza, recomendó crear el Parque Nacional Serengeti en 1951.

El Serengeti
Aunque, oficialmente, sus límites están dentro de Tanzania y delimitados a una superficie de unos 13.000 km2, el ecosistema del Serengeti incluye el Área Protegida del Ngorongoro y, desde luego, a la vecina reserva de Maasai Mara, en la República de Kenia.

Todos los grandes animales africanos están en el Serengeti, incluyendo, por supuesto, los cinco grandes, pero más allá de la extraordinaria fauna de esta privilegiada zona de la antigua Tanganika, están sus inmensos paisajes, que parecen no terminar nunca ante nuestros ojos; sus amaneceres y puestas de sol con las enormes acacias recortándose contra el cielo rojizo; los sorprendentes kopjes, como improvisadas atalayas para dominar la vista de la sabana; las noches de infinitas estrellas en las que el rugido del león parece siempre próximo a nuestro campamento...
No hay en toda el África Oriental un lugar que resuma mejor que el Serengeti, ni con más precisión e intensidad, el espíritu del continente.

Cruzando el río Mara
La mayor atracción del Serengeti, probablemente la que más ha contribuido a su gran fama como paraíso de la fauna africana, es la Gran Migración. Sin duda, una de las grandes maravillas del mundo animal. Casi dos millones de ñus y miles de cebras y otros herbívoros, seguidos por un gran número de depredadores, atraviesan todos los años el Serengeti, en busca de pastos más frescos y verdes. En julio y agosto, dependiendo de la intensidad de la sequía, cruzan el río Mara, en un espectáculo de dramatismo difícilmente superable, y se adentran en la reserva de Kenia para permanecer en ella un tiempo y volver hacia su punto de partida, con la llegada de las lluvias al norte de Tanzania, para comenzar, de nuevo, el ciclo completo que se lleva repitiendo, inexorablemente, desde hace milenios.

Hay, como es lógico, muchos buenos campamentos donde alojarse en el parque, la mayoría con excelentes servicios y comodidades para el viajero, pero uno siempre tiene sus favoritos y los míos son el Klein's Camp y el Grumeti.

Guepardo en plena carrera
Ambos cuentan con una pequeña pista de aterrizaje (si es que se puede llamar así), bastante cerca del campamento. 
La del Klein's es, en verdad, singular, ya que es de hierba y está rodeada de árboles y rocas, en un lugar propicio para ver vida animal salvaje en su actividad rutinaria, sin que presten la más mínima atención a las pequeñas avionetas que allí toman tierra o despegan.
No es raro, por tanto, ver leones durmiendo la siesta o, incluso, a un grupo de buitres tomando el sol junto a la pista, como si estuviesen esperando que los pasajeros pudieran convertirse en un apetecible desayuno.

En cualquier caso, no hay que preocuparse mucho por este inesperado comité de bienvenida, ya que no es probable que suceda otra cosa más que, tras el aterrizaje, disfrutemos de un agradable paseo en un bien equipado Toyota Land Cruiser, a través del bonito paisaje que rodea al Klein's Camp. No será raro que, mientras subimos y bajamos las suaves colinas de esta zona septentrional del Serengeti, veamos parte de la fauna con la que, en los siguientes días, no dejaremos de encontrarnos en nuestras excursiones matutinas y nocturnas.

Klein's Camp
La situación del Klein's es privilegiada, con no más de diez pequeñas, pero muy confortables cabañas, todas ellas con terrazas privadas que nos brindan magníficas vistas de la sabana que extiende su silenciosa y grandiosa serenidad frente al campamento.
La comida es buena y el personal amable y eficaz, bien predispuesto a darnos a conocer los secretos de este tan especial rincón del Serengeti, incluyendo la posibilidad de desayunar o comer en plena interacción con la naturaleza, en esos lugares que parecen exclusivo patrimonio de la fauna salvaje del parque.

Maasai
Cuando se creó el Parque Nacional Serengeti, se trasladó (no sin cierta polémica) a una gran parte de las comunidades Maasai que lo poblaban, las cuales se establecieron en las partes altas del Ngorongoro, pero aún quedan algunas pequeñas aldeas que conservan toda la pureza de su forma original de vida, a las que se han incorporado actuaciones del gobierno en materia de educación y sanidad, bien acogidas por los muy tradicionales Maasai. Visitarlas es siempre interesante para conocer mejor la realidad histórica de la región y nos da la posibilidad de adquirir algún recuerdo auténtico de la interesante artesanía de uno de los pueblos más extraordinarios de África.

Grumeti, en el otro extremo del parque, nos ofrece una alternativa diferente.
Su campamento está compuesto por grandes y cómodas tiendas situadas frente al río Grumeti, lo que le sitúa en un entorno muy distinto al del Klein's.
Aquí el río es el protagonista, tanto en la época en la que la migración nos ofrece el espectáculo de los ñus cruzándolo en su viaje hacia el norte, como en el resto del año, ya que a la fauna que predomina en la mayor parte del Serengeti, se unen cocodrilos e hipopótamos (aparte de algunas especies de monos y aves propias de la zona).
Grumeti cuenta, como ya hemos dicho antes, con su propia pista de aterrizaje (menos sorprendente que la del Klein's) y con la posibilidad de visitar el lago Victoria, no muy distante del campamento, aunque es una excursión que suele decepcionar a quien no la hace preparado para encontrarse con un paisaje dominado por una inmensa extensión de agua de color gris plateado, impresionante por su tamaño, pero bastante menos atractivo que el interior del Serengeti. Pese a todo, no deja de ser el mayor lago de África, el segundo en extensión del mundo entre los de agua dulce y, además, la principal fuente del Nilo.

Esperando el desayuno
Pero el Serengeti es mucho más que todo esto, es un universo en sí mismo, imposible de resumir en unas pocas líneas. Un enorme ecosistema que fue dado a conocer al mundo gracias al trabajo y al documental, pionero entre los dedicados a la conservación de los espacios naturales, de Bernhard Grzimek y su hijo Michael "Die Serengeti darf nicht sterben". Realizado en los años cincuenta del pasado siglo, ha contribuido, de forma notable, a despertar la conciencia del mundo, tanto a nivel individual como colectivo, acerca de la importancia de la conservación de uno de los lugares más especiales de nuestro planeta. 
En el Serengeti, la sabana africana adquiere su máxima dimensión, ofreciendo al mundo una realidad que casi parece imposible que exista, manteniendo todo sus esplendor natural, en pleno siglo veintiuno. Una de las grandes maravillas naturales del norte de Tanzania, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1981.

La infinita llanura del Serengeti, la planicie sin fin de los Maasai, el grandioso océano terrestre de la vida, en el que millones de animales en plena libertad siguen representando el espectáculo interminable al que ya asistieron nuestros primeros antepasados, los habitantes de la Garganta de Olduvai, la cuna de la humanidad.

Nadie habrá conocido África sin haber visto despuntar el sol tras el horizonte eterno del Serengeti.


martes, 16 de julio de 2013

Al oeste de Tagomago

Tagomago es un pequeño islote, de atractivo nombre, situado al nordeste de la isla de Ibiza, a una media milla de distancia. Es rocoso, sin apenas vegetación, con poco más de mil quinientos metros de longitud y unos cien de ancho. Las aguas que lo rodean son cristalinas y muy limpias, con fondos de arena blanca e ideales para bucear o nadar, protegidos del mar abierto por sus rocas.

Tagomago
Al sur de la pequeña isla, un viejo faro ayuda a los navegantes nocturnos que hacen la travesía entre las Pitiusas y Mallorca.
Hoy, Tagomago es una propiedad privada que se alquila a astronómicos precios, lo que no impide a aquellos afortunados que puedan disponer de una embarcación, acercarse a ella y disfrutar de una de las zonas más extraordinarias del litoral ibicenco.

Porque frente a Tagomago nos encontramos con esa Ibiza idílica que parece detenida en el tiempo, alejada de los horrores vertiginosos de una fingida identidad que nunca fue la suya.

Un rincón de la costa
La Ibiza rural del norte es la que más me gusta. Y si la costa es extraordinaria, el interior lo es aún más, con sus solitarios campos de arcilla roja, algarrobos, romero, olivos, almendros, higueras, y pinos.
Entre la tranquila y suave curva de la familiar Cala Leña, hasta la incomparable playa de Aguas Blancas, el litoral nos ofrece pequeñas y recogidas calas y playas, aguas transparentes y rincones escondidos, algunos de ellos sorprendentemente despejados hasta en pleno verano.

Aguas Blancas, con su arena fina y dorada, protegida por un acantilado y con su belleza natural casi intacta, es uno de mis lugares favoritos. Esta playa, adquiere en septiembre su máximo esplendor, con pocos turistas y todo el mar ante nuestros felices ojos. El día que alguien haga de su estratégico chiringuito ese sitio especial que su ubicación merece, será difícil de superar en los sueños del viajero sosegado.

Aguas Blancas
Cala Mastella es otro de los rincones secretos de la zona. A poca distancia de la morena Cala Boix, esta pequeña y escondida calita nos ofrece su agua impoluta, rodeada de rocas y pinos, y el "bullit" de pescado más especial de la isla, el del asombroso chiringuito de Joan Ferrer, "El Bigotes". Para poder saborearlo, casi flotando en el mar, es preciso hacer una reserva en persona (no por teléfono) con anterioridad. Uno de esos sitios, tan auténticos y únicos que nos parecen incompatibles con el paso del tiempo.

"El Bigotes" en Cala Mastella
El hermano de "El Bigotes", el señor Xicu, fue con su familia propietario de muchas tierras en los alrededores de la carretera que une San Carlos con Cala Boix. Todavía hoy conserva algunas de ellas y una casa en la que he pasado muchos veranos felices y reposados, alejado de casi todo.
Desayunar en el pequeño puerto natural del Pou des Lleó, con un mar de un azul tan intenso que parece irreal desde el acantilado que lo domina, antes de dar un paseo en barco o nadar y descansar bajo el sol, entre rocas y pinos, es un lujo que cuesta poco y vale mucho.
Una paella en Salvadó (Pou des Lleó) o bajo los altos árboles de la terraza del restaurante La Noria (Cala Boix), es el remate definitivo para una mañana ibicenca de luz y mar.

Buzón de Correos en el Bar Anita
El pequeño pueblo de San Carlos, es el minúsculo centro urbano de referencia en la zona. Famoso por su veterano mercado hippie de Las Dalias, San Carlos es una localidad rural, con un especial e inagotable encanto. Su blanca iglesia de tres arcos y su legendario Bar Anita, situado en esa curva junto a la que, a diario, se juegan la vida varios de sus clientes, son dos iconos que muchos llevamos tatuados en el alma desde hace décadas. En mi caso particular, desde comienzos de los años setenta, cuando lo visité por primera vez. 

Los campos que rodean el pueblo son magníficos y se conservan en su estado original, con excelentes huertos de frutas y otros cultivos, cercados por sus tradicionales muros de piedra, y bonitas casas payesas dispersas por las laderas de sus suaves colinas.
El hotel más conocido de San Carlos es Can Curreu. Muy bueno y con un reconocido restaurante pero que, por algún motivo que no acabo de concretar bien, no acaban de entusiasmarme.
El que sí lo hace es el apartado Can Talaias, la antigua casa del genial Therry Thomas. Un hotel singular, situado en un enclave con el que es difícil competir.

Me gusta comer en Anita, especialmente en su maravilloso patio, y leer en la sobremesa, el periódico comprado en la tienda de al lado. Un poco más abajo, la boutique Papillon, nos muestra (a precios pre-crisis) una cuidada selección de moda con sabor ibicenco.

Mi casa en San Carlos
Si seguimos la carretera que va hacia San Lorenzo, dejando a un lado el desvío que lleva hasta el sofisticado Atzaró,  llegaremos a mi restaurante favorito del valle: Ca na Pepeta. En su jardín, que ha conservado, a través de los años, su estilo rústico original, tendremos la oportunidad de probar la verdadera comida ibicenca, de esa que ya no es fácil encontrar en casi ningún sitio.
Un restaurante auténtico donde los haya, con muy buena comida, la mejor greixonera de la isla y a unos precios más que razonables. 

No hay que complicarse mucho la vida cuando estás en esta parte de Ibiza, esa isla a la que llaman blanca pero que, como dice el poeta, es más azul, más verde y de tierra, como las estelas del mar sobre el tiempo, como las colinas, como las higueras... como la sombra de un beso en el viento.

viernes, 12 de julio de 2013

Muero en Lisboa


















No puedo apagar tu imagen.
No puedo borrar tu noche
ni ensombrecer tus mañanas.
Tantos tejados risueños
trepando por tus colinas
en mi pecho son heridas
y dolor en mis recuerdos.

Tus iglesias me amortajan
y tu cielo me deshace,
arrojando mis cenizas
a tu estuario de plata.

Y, al final de la nostalgia,
lloran tus piedras eternas
sobre la mirada muerta
de aquel laberinto blanco,
con sus palacios extraños,
que me escuece en la memoria
y en el corazón me mata.









lunes, 8 de julio de 2013

Los gigantes de hielo de la Patagonia

Entre los muchos países extraordinarios que tiene nuestro planeta, es indiscutible que Argentina ocupa uno de los lugares más destacados.
Su geografía es de una variedad excepcional, sus paisajes impresionantes y el vibrante poderío de su naturaleza, aún virgen en inmensas áreas de su gran extensión, no deja nunca de asombrarnos.

Parque Nacional de los Glaciares
Al sudoeste de la provincia de Santa Cruz, en plenos Andes Australes y muy cerca de Chile, nos encontramos con una de sus principales maravillas: el Parque Nacional de los Glaciares.
Salvo para aquellos con tiempo y ánimo suficientes como para atravesar casi todo el país de norte a sur, el mejor modo de llegar hasta él es volar hasta la localidad de El Calafate.
El Calafate, una ciudad fundada en el pasado siglo que toma su nombre de un arbusto espinoso autóctono, es uno de los principales destinos turísticos de Patagonia (la tierra así denominada por Magallanes, tras conocer a sus indígenas, a los que llamó patagones por su estatura y el notable tamaño de sus extremidades y grandes pies). Y el motivo de su atractivo turístico no es otro que la proximidad del Parque Nacional de los Glaciares.

Todo el parque, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1981, es impresionante, pero en él destacan sus dos grandes lagos, el Viedma y el Argentino, el Monte Fitz Roy y, sobre todo, sus inmensos glaciares, en especial el Upsala y el Perito Moreno.

Glaciar Upsala
Desde El Calafate es muy fácil acceder a todas estas maravillas naturales, si bien para visitar el Fitz Roy hay que desplazarse a la pequeña localidad de El Chaltén, que se encuentra, literalmente, al pie de los conos graníticos de la que fue llamada montaña humeante por los antiguos pobladores de la zona. Observar el Fitz Roy (también conocido como Chaltén) desde cualquier lugar de su entorno próximo nos ofrece, en todo momento, alternativas de luz y color dignas de ser conservadas en nuestra cámara y, sobre todo, en la memoria de nuestra retina.

La "Montaña Humeante"
Navegar por el lago Argentino es otra experiencia irrepetible. A medida que nos acercamos a la descomunal muralla helada del glaciar Upsala, a través del Brazo Norte, nos vamos encontrando con grandes y azules bloques de hielo flotantes, desprendidos del milenario e inmenso glaciar, que nadan, indolentes, por las grises aguas que nacieron en las cumbres de los Andes. Y cuando llegamos ante la pared vertical, agrietada por las garras del tiempo sobre los acantilados de hielo que se alzan sobre las aguas del lago, sus más de sesenta metros de altura nos sobrecogen con esa fuerza eterna, rotunda y poderosa que desprenden, desde lo más profundo de su alma, estos colosos congelados.
La excursión nos permitirá, además, pasear por el borde del lago e, incluso, caminar sobre la nieve que cubre la inmensa masa del gigantesco glaciar.

Dos o tres días son suficientes para completar la experiencia del parque. Y conviene dejar para el último de ellos la visita a su mayor atractivo: el glaciar Perito Moreno.

Iceberg desprendido del glaciar Upsala

No es, ni mucho menos, el mayor de los glaciares de la zona, pero su particular disposición, avanzando de forma incesante hacia tierra firme, lo convierte en un espectáculo natural casi único en el mundo. En especial, cuando se produce la ruptura del gigantesco arco de hielo que las constantes filtraciones de la corriente del lago han ido horadando en su propia masa helada.
También es único por la posibilidad de disfrutar desde tierra de toda su fabulosa panorámica, con independencia de que podamos, asimismo, acercarnos a él desde una embarcación, desplazándonos sobre las aguas del lago. Lo recomendable es hacer las dos cosas, ya que las perspectivas son diferentes y el conjunto de ambas es lo que nos permitirá obtener una mejor visión de este glaciar diferente, de nombre y características tan sorprendentes.

Arco de hielo en el glaciar Perito Moreno
Muy cerca del Perito Moreno, con increíbles vistas sobre el glaciar y en un enclave natural extraordinario y aislado, se encuentra la Hostería Los Notros, un hotel irresistible para quienes deseen sentir y oír los latidos del corazón de hielo de uno de los glaciares más famosos del mundo. 
Otra opción es quedarse en un hotel de El Calafate, para estar situados en una posición más equidistante de las diferentes zonas del parque. En este caso, recomiendo la Posada Los Álamos, en pleno centro de la nada convencional ciudad. No muy lejos de este hotel, otra interesante alternativa es el singular Hotel Esplendor, en el que el moderno diseño y la herencia patagónica se unen con especial y cálida armonía.

Buenos restaurantes de asados criollos no faltan en El Calafate, entre ellos destaco el más antiguo, La Tablita, cuya especialidad, el cordero asado al más tradicional estilo de Patagonia, es lo más atractivo de una carta amplia y muy variada, a la que no desmerece su interesante bodega de vinos argentinos.

Acantilados de hielo del glaciar Perito Moreno
Es un viaje largo para casi todos, me consta, pero la Patagonia es, en verdad, tan impresionante, desde todos los puntos de vista, que no puedo evitar recomendarla intensamente, a pesar de la gran distancia que a muchos nos separa de ella. Nadie que visite los gigantes helados del sur y, de noche, observe desde aquellas lejanas estribaciones de los Andes el impoluto y transparente cielo del paralelo 50 quedará libre de escuchar en su interior la llamada de una naturaleza serena e infinita que, por suerte, sigue siendo mucho más poderosa que el ser humano en aquellos remotos confines del mundo.

martes, 2 de julio de 2013

El palacio de los sueños de cristal

Mitsuo Miura imagina recuerdos cada vez que visita el Palacio de Cristal del Retiro.
No me sorprende, la verdad, porque es un lugar que estimula los recuerdos y, también, los sueños. Una vez, hace ya mucho tiempo, pasé una noche junto al Palacio de Cristal. Fue una noche estrellada, sin luna, cuando junio aún no era ese mes diferente que, más tarde, perdería lo que le distinguía de sus once compañeros de calendario.

Desde el lago
Las estrellas son muy luminosas cuando no hay luna. Y más, aún, si se reflejan en un pequeño y tranquilo lago como el que reposa bajo las escaleras que acceden al palacio que creó Ricardo Velázquez en el ya muy lejano 1887. A mí me gusta recordar que el cristalino palacio madrileño tuvo un hermano mayor en Hyde Park. Un hermano que murió, desterrado, en un fatídico incendio.
¿Cómo es posible que ardan el hierro y el cristal?, me pregunto en tantas ocasiones... cuando pienso en ello mientras sueño.

Soñar en esas circunstancias es muy fácil. Se escucha siempre una música dulce y suave, entrecortada, en aquel tiempo, por el rugido de algún león perezoso de la no muy distante Casa de Fieras, un león que, encerrado en su pequeña jaula, añoraba, sin duda, la inmensa sabana del Serengeti.
Capiteles
Ahora no quiero volver. ¿Para qué? ¿Para imaginar recuerdos invisibles, como el artista japonés? Algunos sueños, igual que el palacio, son de cristal. Demasiado frágiles, a pesar de la sólida estructura sobre la que tanto los unos como el otro fueron construidos.

Miura ve columnas en el interior del Palacio de Cristal. El otro Miura, Miguel, veía, a través de los ojos de uno de sus personajes, las tres diminutas lucecitas del puerto. Y se las enseñaba, desde el balcón de su hotel, a cuantos huéspedes ocupaban su mejor habitación... aunque, en realidad, don Rosario (que así se llamaba el personaje) no veía nada, a causa de su vista débil.
Eso pasa porque todos queremos ver eso que un día nos gustó. Y, a veces, sí que lo vemos, aunque tengamos la vista débil... o la memoria, que es un mal muy frecuente.

Azulejos
A mí se me ocurre que, tal vez, fueron esos sueños tan frágiles, aunque intensos, los causantes de aquel imposible incendio en el londinense hermano mayor de nuestro palacio.
Claro que también es muy probable que una persona destruyese el Crystal Palace, de forma intencionada, para borrarlo de su recuerdo para siempre.




El lago desde el interior de la gruta

En el paseo que bordea el lago artificial que enmarca la que, en mi opinión, es la más bella imagen del Retiro madrileño, hay una pequeña gruta, que nos recuerda a la vecina jaula del oso pardo, hoy ya vacía, frente a la que me gustaba pasar entonces, cada vez que visitaba mi rincón favorito del parque. Pero, sin duda, la escalera que se sumerge en el lago es su detalle más especial. Por ella bajaban, todas las noches de junio, las intangibles ninfas del estanque, saliendo, quizá, de la fértil imaginación del poeta... o del fantasmagórico invernadero que acogió a la tropical flora filipina cuando aquellas islas aún eran españolas.

Desde el interior
Los sueños suelen ser de cristal, sí. Es una de sus características más notables y frecuentes. Por eso no es raro que muchos de ellos se hayan quedado encerrados en este palacio. Los sueños nacen con vocación de ser efímeros, como el Palacio de Cristal del Retiro, pero ocurre que, en ocasiones, se quedan con nosotros para siempre.


Lo mismo le pasó a esa gran estructura, transparente y etérea, que nos devuelve a las noches sin luna que duermen en el alma de los que no se han dejado atrapar por el perverso silencio del orgullo.