viernes, 28 de marzo de 2014

La Plaza Roja

La Plaza Roja y San Basilio
Aunque ya sé que decir esto suena a barbaridad, para mí, Moscú se identifica con la Plaza Roja y sus alrededores. Sinceramente, opino que, pese a las enormes dimensiones de la capital rusa, su verdadera naturaleza se concentra en la zona que rodea la plaza, incluyendo en ella el Kremlin y el Bolshoi, así como la primera parte de la magnífica calle Tverskaya, con sus muy extraordinarios edificios y comercios, como el legendario Eliseevsky, probablemente la tienda de alimentación más impresionante del mundo.

Ya muchos saben que su nombre nada tiene que ver con los rojos ladrillos del muro del Kremlin ni, tampoco, con el color con el que se identifica el comunismo, sino con su belleza. Su nombre es Krásnaya, que en el ruso actual es "roja". Sin embargo, esta misma palabra en el antiguo idioma ruso significa "bonita". Y, desde luego, lo es... bonita e impresionante.

La Plaza Roja
Su característico diseño rectangular tiene cuatro lados muy diferentes y, cada uno de ellos con una gran personalidad.
Sus dos laterales largos, al este y al oeste, tienen casi setecientos metros y están ocupados, respectivamente, por la inmensa galería comercial GUM (que bien podría ser, por su estilo arquitectónico, la estación central de Moscú) y la roja muralla del Kremlin, con sus tumbas de grandes personajes y el gran mausoleo que guarda la momia de Lenin
Al norte, el Museo de Historia de Rusia, otro edificio singular y característico, del mismo color intenso que el muro que la cierra por el oeste. 
Por fin, su lado sur, el más abierto de los cuatro, nos muestra las coloristas cúpulas de la basílica de San Basilio, símbolo para muchos de la propia ciudad de Moscú.

Pozharsky, Minin y San Basilio
La plaza en sí es una gran explanada de unas noventa hectáreas (más de diez campos de fútbol), casi totalmente despejadas.
El famosísimo y antiguo Patíbulo (Lobnoye Mesto), la estatua ecuestre en bronce del mariscal Zhúkov y las de Pozharsky y Minin, héroes de la independencia rusa, son los únicos monumentos visibles en la plaza, aparte del ya mencionado mausoleo de Lenin.

La visión de la plaza es más que impresionante desde casi todas las perspectivas, destacando siempre los blancos palacios y catedrales del Kremlin, que asoman serenos y majestuosos por encima de la protectora muralla roja que lo rodea, con sus altas y puntiagudas torres.

El Moscova
El Kremlin merece una reposadísima visita, que no debe dejar de contar con un paseo por los jardines de Alejandro ni con otro junto al Moscova, para poder disfrutar de las grandiosas vistas desde el río.

Al contrario de lo que sucede con el Kremlin, el interior de la basílica de San Basilio representa una visita breve, aunque, sin duda, interesante.
Por su parte, las exclusivas tiendas de la galería GUM no dejan de ser más que una fría sucesión de marcas, similar a las que podemos ver en cualquier zona comercial de lujo en otros muchos lugares del mundo. A mí me gusta mucho más el zoco de Fez o la calle Fuencarral de Madrid, pero hay gustos para todo.

El Bolshoi en 1856
Lo que es absolutamente imprescindible es una noche en el Bolshoi.
Tras su costosa y profunda remodelación, hoy vuelve a ser el gran rival del Mariinsky de San Petersburgo en su permanente lucha por la supremacía musical del teatro ruso.
Pocas cosas hay en el mundo del ballet o de la ópera como una velada en el Bolshoi, tras una ajetreada jornada en el centro de Moscú y un chocolate bien caliente en el Café Pushkin (como Gilbert Bécaud y su rubia guía Nathalie), donde, además, me gusta cenar después del teatro, más que en ningún otro sitio.

Café Pushkin
El mejor hotel de Moscú es, sin la menor duda, el Ritz-Carlton. Y lo es tanto por su calidad y elegancia como por su situación, a muy pocos pasos de la Plaza Roja y en el comienzo de la gran avenida de la ciudad, la ya mencionada Tverskaya. 
Haciendo un gran sacrificio, se puede sustituir este hotel por el Marriott, siempre y cuando el viajero tenga la suficiente presencia de ánimo como para evitar el muy probable y profundo desaliento que la visión de su deprimente página web produce hasta en los espíritus más aguerridos y bien templados.

Y para terminar mi particular (y reducida) visión de la capital rusa, tengo que mencionar sus palacios subterráneos. El Metro de Moscú es una de las visitas obligadas y su uso muy recomendable.  Aparte de que es el mejor medio de transporte de la ciudad (rápido, limpio, seguro y barato), sus estaciones son verdaderas obras de arte. Cada una de ellas tiene su propia arquitectura monumental y es fiel reflejo de la época en la que fue construida.

Metro de Moscú
Pinturas, mosaicos, frescos, vidrieras, bóvedas, mármol, columnas y estatuas son frecuentes en una de las redes de ferrocarriles subterráneos más grande del mundo, construida, en su mayor parte, en los años de apogeo de lo que fue la Unión Soviética, lo que se refleja en muchos temas de la decoración, que llena pasillos, vestíbulos y andenes. Un espectáculo, prácticamente gratuito, que nadie que esté en Moscú debe perderse y en el que destacaremos, además de su brutal arquitectura, tan distante del utilitarismo de la mayoría de los ferrocarriles metropolitanos de otras grandes ciudades, su curioso sistema de voces de aviso masculinas o femeninas (según el sentido de la marcha del tren) y las profundísimas estaciones creadas en los momentos más intensos de la Guerra Fría, concebidas como posibles refugios nucleares.


La Plaza Roja es uno de los grandes espacios urbanos del planeta, no solo por sus dimensiones, sino, también, por su significado histórico. Decir que con verla hemos visto Moscú es una evidente exageración, pero lo que sí es cierto es que en ella está recogida una buena parte del espíritu de la mayor ciudad del país más grande del mundo.

martes, 25 de marzo de 2014

Sobre las cenizas de Cartago

Túnez es un país que ofrece mucho a quien lo visita.
Sus costas y playas son excelentes y acogedoras; el desierto, impresionante y grandioso; sus vestigios romanos, magníficos... pero, bajo lo mucho y muy atractivo que allí podemos ver y disfrutar, está lo más importante: las cenizas de una de las civilizaciones más poderosas del Mediterráneo: Cartago.

Ruinas de Cartago
El gran estado púnico fue, durante más de seis siglos, la mayor potencia naval de occidente, colonizadora del norte de África, de Iberia, de las islas mediterráneas. Rival de Grecia y hasta de su propia metrópoli original, Fenicia, se convirtió en la mortal enemiga de Roma hasta su total destrucción en la III Guerra Púnica por Escipión Emiliano, en el año 146 a. C.

La toma de Cartago fue una batalla terrible en la que se luchó calle por calle y casa por casa. La gran ciudad fue arrasada y sus cientos de miles de habitantes, exterminados. Solo unos cuantos fueron hechos prisioneros y convertidos en esclavos.

Dido (Cayot)
Más de cien años después, se levantaría sobre sus cenizas una colonia romana, Julia Cartago, que, con el paso de los siglos, estuvo bajo el dominio de los vándalos, de los bizantinos y, finalmente, de los musulmanes.

No sé si las más de cuatro civilizaciones que, sucesivamente, ocuparon la península que viera crecer a la gran Cartago, fundada por la legendaria y trágica reina Dido, princesa de Tiro, fueron suficientes para sepultar bajo su peso a la ciudad que puso en jaque a Roma, pero hoy es difícil encontrar sus restos originales.
Sin embargo, desde la colina de Birsa (donde fue establecida por la propia Dido la ciudadela que dio origen a Cartago) se divisan los puertos que dieron fama a Cartago en el mundo antiguo. Allí, con la vista puesta sobre un horizonte azul que se funde con el cielo, sí que nos transportamos con la imaginación a los tiempos gloriosos de Amílcar, Asdrúbal y Aníbal, los grandes generales púnicos.

Y, bajo nuestros pies, se esconden siete siglos de una poco documentada historia, borrada por Roma con esmero.

Villas romanas en Julia Cartago
Reconozco que no soy un viajero normal, pero yo pasaría días y días en Birsa, inmovilizado por la fuerza de un imperio militar y comercial, tan unido a nuestros orígenes y tan lejano en la memoria.
En pocos sitios he sentido esa sensación atemporal, triste y eterna, que nos hace volar sobre el pasado de la humanidad sin que apenas hagamos esfuerzo.

Muy cerca de lo que fuera Cartago se encuentra el pintoresco pueblecito azul y blanco de Sidi Bou Said, un enclave con privilegiadas vistas y la fortuna de tener en vigor, desde 1920, una ley que obliga a pintar las fachadas de blanco y de azul claro las ventanas y puertas.
El pueblo está en lo alto de una colina, junto al mar, lo que, unido a lo bien conservado de sus calles y casas, ayuda a conformar un conjunto de especial belleza y sosegado aspecto. Dudo que exista otra villa mediterránea tan delicadamente perfecta, con la excepción, tal vez, de algún recóndito pueblo en alguna isla del Egeo.

Sidi Bou Said
Pasear sin prisa por Sidi Bou Said es un placer para el viajero.
Como lo es detenerse en alguno de sus pequeños cafés (particularmente en el fantástico Café des Nattes, que sigue conservando la atmósfera que sedujo a artistas como Paul Klee y Macke) para tomar un té o comer algo.
Sin duda es el complemento más recomendable y un buen contraste a las intensas emociones internas que produce la visita a los exiguos, pero poderosos restos cartagineses o los incomparables mosaicos romanos del Museo Nacional del Bardo.

El mejor hotel de los alrededores es The Residence. Un lugar elegante y sin estridencias, situado en lo que hoy es el área más exclusiva de Túnez, en las afueras de la capital, junto al mar, a poca distancia del aeropuerto y próximo al centro histórico de Cartago.

Sidi Bou Said de noche
Y antes de abandonar el norte de Túnez con el nada desdeñable objetivo de adentrarse en el desierto o disfrutar de las dulces costas tunecinas, el visitante querrá comer y cenar, tantos días como le resulte posible, en el excelente Dar El Jeld, en mi opinión el mejor restaurante tradicional del país, cuya buena cocina se une a una bien cuidada decoración clásica y a un servicio que en nada desmerece sus otras grandes cualidades. Dicen que hay otros buenos en la capital (y yo no lo dudo), pero me gustaba acabar siempre la jornada cenando en su gran patio central y reposar las incidencias del día con la seguridad de no tener una sorpresa que pudiera empañar los vibrantes sentimientos despertados durante la jornada.


Luego, con el alma aún sobrecogida por esta inmersión del espíritu en el corazón de la gran Cartago, emprenderemos viaje hacia Tozeur. Pero eso ya merece un relato aparte.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Comer en Nueva York (III)

Siempre que escribo sobre restaurantes debo recalcar que no hablo, necesariamente, de los mejores o de aquellos que están más de moda, sino, también, de los que, por un motivo u otro, me han gustado en alguna ocasión o me traen buenos recuerdos. Esta tercera entrega dedicada a los de Nueva York no es una excepción.


Si hay un restaurante en Manhattan que represente la esencia del viejo Broadway, ese es Sardi's.

Las caricaturas de Sardi's
Situado en pleno Times Square, este restaurante es, sin duda, el más clásico de la zona y, desde mi punto de vista, el más recomendable para una cena previa o posterior a un espectáculo teatral o musical.
Innumerables actores y personajes famosos de la escena lo han visitado durante sus casi noventa años de vida y hoy lo siguen haciendo. Las caricaturas de todos ellos adornan sus paredes y confieren al local su inconfundible y particular estilo.
Comer en el salón de la planta baja (y, sobre todo, cenar) es hacerlo rodeado de las glorias de Broadway y Hollywood de todos los tiempos.
Según cuentan, el primer caricaturista de Sardi's, Alex Gard, hacía gratis su trabajo a cambio de una comida al día.
A raíz de la desaparición de la caricatura de James Cagney el día de su muerte (en 1986), las caricaturas originales fueron retiradas de la pared y sustituidas por copias. También se entrega otra copia al personaje caricaturizado.

Desde que Vincent Sardi lo fundase (primero en 1921 y en su actual emplazamiento en 1927), el restaurante ha conseguido mantener su gran popularidad a través de las décadas y su fama siempre ha seguido creciendo gracias, entre otras cosas, a sus múltiples apariciones en películas y series de televisión. En él se gestó, en 1946, la creación de los Tony Awards, entregados por primera vez al año siguiente (uno fue, precisamente, para el propio Vincent Sardi Sr.), y en sus locales se anunciaron las nominaciones a estos premios durante mucho tiempo.

A pesar de sus orígenes italianos, Sardi's es un restaurante de comida continental, es decir, europea. Es, asimismo, muy conocido por sus cócteles.

Una visita imprescindible para conocer la esencia de Broadway.



Es cierto que el restaurante Alfredo del Rockefeller Center no es uno de los grandes de Nueva York. Sin embargo, el hecho de que, en cierto modo, sea el heredero de la célebre receta que el primer Alfredo crease en Roma, en 1914, para restablecer el perdido apetito de su mujer durante el embarazo, es un punto a su favor.
Los Alfredo americanos datan de 1977 y son obra de Guido Bellanca, un amigo de la familia que trasladó, con éxito, la fórmula original romana al nuevo mundo.

Fetuccini Alfredo
Mi recuerdo de los fetuccini de Alfredo está, irremediablemente, ligado a una poderosa nevada sobre Manhattan en la tarde previa a una Bohéme en Broadway.
A la salida del teatro era casi imposible andar por unas calles y avenidas bloqueadas por una nieve que había dejado Times Square casi desierto.
Fue uno de los últimos viajes que pude hacer con mi hijo y no cabe duda de que la calidad de los fetuccini (que ya era buena, de por sí) fue notablemente mejorada, en el recuerdo, por esta circunstancia y por la inmortal música de Puccini.

No he vuelto a comer en Alfredo, aunque es probable que lo haga la próxima vez que coincida mi visita a Nueva York con una copiosa nevada.



Un descubrimiento relativamente nuevo que me ha gustado mucho.
Docks es un animadísimo y joven restaurante, con mesas distribuidas en dos niveles, alrededor de una barra central, siempre concurrida.
Sus grandes ventanales agrandan un espacio amplio y muy bien decorado, lo que contribuye a crear un ambiente muy agradable e informal que complementa a la perfección una siempre excelente comida, basada en la calidad de sus ingredientes.

Docks
Su especialidad, como ya nos indica su nombre, es el pescado, pero la carne y todo el resto de la carta no desmerecen en absoluto. Y sus precios son razonables, lo que es digno de resaltar en Manhattan.
Por la noche hay música de jazz en directo. 
Una compañía que nunca molesta por estar muy bien incorporada y que se adapta a la perfección al estilo del local.

Tiene horario de cocina continuo y su situación, en la muy dinámica Tercera Avenida, muy cerca de las Naciones Unidas, es una ubicación ideal, teniendo en cuenta la gran cantidad de oficinas que hay en la zona.

Para mí se ha convertido en una referencia que procuro no dejar de visitar en mis viajes a la que nunca dejará de ser una de mis ciudades favoritas.



Un gran restaurante griego, especializado en pescado, muy de moda en los últimos tiempos.

Milos
Entre la Avenida de las Américas y la Séptima Avenida, cerca del Carnegie Hall, este sorprendente local está lleno a todas horas de un público que busca una atmósfera mediterránea, cosmopolita y moderna.
Milos abrió su primer restaurante en Montreal, hace más de treinta años, y hoy cuenta con un total de cinco (Montreal, Nueva York, Atenas, Las Vegas y Miami).
Basa su éxito en la calidad de sus productos y entre ellos, como ya he dicho, el pescado es su estrella. 
Está a la vista y se elige y sirve al peso, normalmente preparado de una forma muy sencilla, sin esconder su sabor tras una elaboración artificial o sofisticada en exceso.
El postre más aclamado de la casa es el yogur de leche de cabra con miel, sin desmerecer a un excelente karidopita (pastel de nueces griego). 

Milos está decorado como si fuera una terraza, con grandes sombrillas blancas bajo un altísimo techo, grandes ánforas en el suelo y comida expuesta en pequeños puestos, simulando los de un mercado mediterráneo. Tiene una animada barra y, desde luego, no es nada raro encontrarse con algún personaje conocido cenando en una mesa próxima. La última vez que estuve allí, por ejemplo, Woody Allen compartía la de al lado con unos amigos.

No es barato, pero el sitio y, sobre todo, la comida, justifican el precio.



El enlace a la web de este elegante italiano <www.nellorestaurantnyc.com> nunca funciona, así que pongo otro a una crítica del New York Times que, como es habitual en las opiniones sobre este controvertido local, le resulta poco favorable, especialmente en lo que se refiere al precio.

Nello
Nello Balan, rumano de nacimiento, abrió en 1992 su restaurante del 696 de Madison Avenue. 
Pronto se convirtió en un lugar muy frecuentado por celebridades que se dejaban ver en uno de esos sitios que se vuelven especiales, sin que nadie sepa muy bien por qué.
Yo tengo que reconocer que el estilo sencillo y clásico de este restaurante me gusta. Tiene clase, pero parece no querer aparentarla y creo que este es, precisamente, el secreto. Sin embargo, cuando conoces a Nello Balan, te das cuenta de que es un personaje que rezuma todo lo contrario a lo que transmite su local. Un contrasentido difícil de entender, la verdad.

Dicen que es un restaurante para ricos y no para aquellos que son sensibles al precio. Puede que tengan razón. En cualquier caso, lo más prudente es no pedir nunca los platos especiales, ya que es costumbre de la casa no especificar en ellos el precio y este suele ser muy sorprendente (en el peor sentido que pueda darse a esta palabra).

Ahora parece que Balan va a abrir una sucursal de Nello en el Mayfair londinense y ya se está levantando un cierto revuelo en la capital británica. Seguro que Roman Abramovich, el millonario ruso dueño del Chelsea FC y cliente de Nello, estará tan contento de no tener que viajar a Nueva York para tomarse las botellas de vino de cinco mil dólares que, al parecer, bebía con sus invitados cuando visitaba el restaurante de Madison Avenue.

Sintiendo disentir con los feroces críticos de Nello (casi todos ellos lo son por motivos económicos) yo insisto en que me gusta. Es muy cierto que es caro, pero para comer barato hay otros sitios en Nueva York (y aún sale más barato quedarse en casa).



El Hotel Mercer, en el 99 de Prince St, es ya una institución en el SoHo neoyorquino y su restaurante le ha seguido los pasos.

(The Mercer) Kitchen
Ya el espacio destinado por el hotel al comedor es lo suficientemente original como para llamar la atención. 
Situado en el sótano de un magnífico edificio de ladrillo, que data del siglo XIX, cuenta con diseño abierto y amplio, de una sencilla sofisticación, llena de buen gusto y criterio en su diseño y decoración. Al fondo está la cocina, formando un solo cuerpo con un salón de largas mesas corridas, rebosante de madera y tonos marrones. Arriba, en la planta de calle, un café en el que se pueden tomar los postres que sirven en el restaurante es una extensión natural y acertada del comedor de abajo.

La comida es sencilla y muy rica, con una cuidada presentación, en sintonía con lo que se espera de un local contemporáneo que transmite modernidad en todos sus detalles.

El SoHo está lleno de sitios interesantes para comer y, además, como barrio vivo y comercial que es, siguen surgiendo cada día otros nuevos que llaman nuestra atención, pero el Mercer y su restaurante se mantienen, a través de los años, como lo que son: una referencia permanente para quienes allí residen y, desde luego, para los muchos visitantes que nunca dejan de frecuentar esta zona del sur de Manhattan.



Desde su fundación, en 1997, este bonito local de Spring St (también en pleno SoHo) se ha convertido en uno de los más populares de un barrio en el que, como ya hemos dicho, la oferta gastronómica es variada y atractiva.
Balthazar es, a la vez, un bistrot/brasserie francés de cuidadísima decoración tradicional y un obrador y repostería de excelente reputación. Este obrador ha tenido tanto éxito que Keith McNally, dueño y fundador del restaurante, se ha visto obligado a abrir en la vecina Nueva Jersey una división mayorista que distribuye sus bien elaborados productos artesanos a un gran número de comercios y restaurantes.
Balthazar

El amplio salón de Balthazar siempre está animado y sumergido en una atmósfera parisina muy bien lograda y mantenida por quien ha sido, asimismo, el creador de un buen número de locales de restauración en otros barrios de Manhattan (Pastis, Morandi, Schiller's, Lucky Strike...).

Es indudable que Keith McNally ha dado con una fórmula que funciona muy bien y que no es otra que combinar la buena calidad de los productos que sirve en sus restaurantes con una decoración y un ambiente perfectamente integrados en el espíritu del local. Balthazar es, tal vez, el mejor ejemplo de su éxito.



Estas opiniones personales sobre algunos locales de Nueva York que me gustan, complementa las ya expresadas en los anteriores artículos publicados en este blog, Comer en Nueva York (I) y Comer en Nueva York (II).

viernes, 7 de marzo de 2014

Las playas de Swansea

Los Twyford nos invitaron a Foxgloves, su bonita casa en la campiña galesa.

Bandera de Gales
Después de haber pasado tantos años destinados en Lagos, se decidieron por Gales para establecer su retiro, tras haber considerado la posibilidad de hacerlo en Francia o España, donde residía su familia más próxima.
Ignoro si fue por eso, precisamente, por lo que optaron por este recóndito rincón de Gran Bretaña, pero el caso es que allí se fueron a vivir, junto a un verde y frondoso bosque, en la rivera del Wye, muy cerca de la frontera inglesa.

Foxgloves (digitalis purpurea)

Pero nada de esto tendría especial relevancia para ser comentado aquí de no ser porque, como he dicho al principio, su invitación me dio la oportunidad de conocer la costa del suroeste de Gales, sus fantásticas playas y sus bonitos y bien cuidados pueblos.
Por si hay alguien que no lo sepa, debo decir que el nombre de su casa, Foxgloves, es que los británicos dan a una flor, la digitalis purpurea, que forma vistosos racimos colgantes y tubulares, de hojas muy utilizadas con fines medicinales pero que también son extraordinariamente venenosas.

Los bosques que rodean Foxgloves son frondosos y excelentes para dar largos paseos, pertrechados con un buen bastón de fresno o castaño y tampoco se debe dejar de visitar Chepstow y, sobre todo, Monmouth, cuna de Charles Rolls, el fundador de Rolls Royce, cuya estatua se alza en el centro de la ciudad.
Monmouth cap
Monmouth es una simpática y animada localidad, capital del condado, que cuenta con un interesante puente fortificado y con un gran número de comercios a lo largo de su calle principal. Allí podremos comprar un monmouth cap, el histórico y tradicional gorro que usaron soldados, marinos y civiles, tanto en Gales como en buena parte de Inglaterra, desde el siglo XV.

El valle del Wye, con sus magníficas vistas sobre el río es una zona de sorprendente y reconocida belleza natural. Se trata de un área protegida, muy visitada desde los tiempos en los que viajar era una actividad reservada a las clases privilegiadas. 
Los escenarios sobre el Wye son impresionantes y, en verdad, el valle merece haber sido designado como Area of Outstanding Natural Beauty (AONB), porque, sin duda, lo es.

En el valle podemos admirar las bien conservadas ruinas de la famosa Tintern Abbey, una abadía cisterciense cuyos orígenes se remontan al siglo XII y que es imprescindible conocer de cerca.
Poetas y artistas del siglo XVIII visitaron con frecuencia al valle y su obra fue la semilla que germinó hasta convertirse en el origen del turismo británico. Al parecer, la primera guía turística ilustrada que se publicó en Inglaterra fue Observations on the River Wye, de William Gilpin.

Como es lógico, descubrir y explorar el valle del Wye desde mi privilegiada residencia temporal en Foxgloves fue un placer, pero no quise perder la oportunidad de conocer la costa del suroeste de Gales y, más particularmente, Swansea, cuya fama me atraía desde mucho tiempo atrás.

Llegar a la bahía de Swansea desde Monmouth apenas requiere un viaje cómodo y sencillo, atravesando una bonita parte de Gales o tomando la autopista que bordea Newport y Cardiff.
En cualquier caso, pronto llegamos a Swansea, la segunda ciudad de Gales en número de habitantes y puerta de entrada a la península de Gower y sus espectaculares playas.

Rhossili Bay
Lo más recomendable es bordear la amplia bahía de Swansea, disfrutando de sus vistas y llegar hasta el pequeño pueblo de Mumbles, lugar ideal para comer y hacer algunas compras en sus interesantes tiendas locales.
Mumbles, antes conocido como Oystermouth, está situado en el extremo sur de la bahía de Swansea y es el punto de partida para adentrarnos en la impoluta península de Gower, donde encontraremos las mejores playas de Gran Bretaña y, tal vez, de toda Europa.

La península se extiende al oeste de Swansea y Mumbles y tiene una extensión de unos ciento ochenta kilómetros cuadrados. Toda ella está rodeada de grandes playas y acantilados rocosos que forman un conjunto natural de gran belleza, mantenida, afortunadamente, a salvo de la dañina mano del hombre.
Puede decirse, sin temor a equivocarnos que es una de las costas más impresionantes del mundo.
Con la marea baja, las playas de Gower se vuelven infinitas y el mar nos brinda una sucesión de suaves olas, tan separadas entre sí que parecen colocadas, expresamente, para ser fotografiadas. La ausencia de edificios en el borde del mar, completa la sensación de calma que suele estar realzada por una luz que mezcla la intensidad de los colores con la suavidad del filtro natural de la permanente brisa que acaricia la playa.

Rhossili Bay y Worms's Head
En verano, el clima es muy templado (alrededor de veinte grados), aunque es cierto que su situación tan occidental favorece la entrada de unas frecuentes lluvias, que son las últimas responsables del inmenso verdor del paisaje interior de la península.

Son muchas las playas de Gower, pero yo quiero resaltar las dos que más me gustan.
La primera es la famosísima Rhossili Bay, considerada por casi todos como una de las diez mejores playas del mundo. Y no voy a ser yo quien les contradiga, porque el arco que forman sus cinco kilómetros de arena, con dunas a su espalda, visto desde lo alto de las colinas que la protegen por el este, no pueden dejar insensible a nadie que lo contemple.
En su extremo sur destacan un par de peñones (unidos a tierra cuando la marea está baja y convertidos en islas durante la pleamar), conocidos como Worm's Head que acaban de conformar uno de los más notables paisajes costeros que podamos imaginar.
Esta playa ha sido elegida, un año tras otro (y con toda la razón), como la primera del Reino Unido y una de las tres mejores de Europa.

Three Cliffs Bay
La otra que quiero destacar es Three Cliffs Bay.
Situada en el litoral sur de la península, esta playa presenta un escenario de gran belleza, con sus tres picos rocosos emergiendo de la arena y el sorprendente arroyo que desemboca en el mar, dividiendo la playa. La vista desde sus acantilados ha sido considerada como la más atractiva de toda Gran Bretaña. Tras ella, las ruinas del castillo encantado de Pennard vigilan la bahía.



Shepherd Hut
Una excelente alternativa para pasar la noche en plena naturaleza es el Three Cliffs Bay Holiday Park, que ofrece varios tipos de alojamiento, entre los que cabe destacar las muy cuidadas Farm Cottages y los fantásticos Shepherd Huts. Una experiencia inigualable.

Hay mucha más costa que explorar en Gower, pero si nuestro tiempo es limitado, deberemos seguir viaje para conocer otros dos lugares que no debemos dejar de visitar.


Tenby
Tenby es uno de ellos. Un pequeño pueblo sobre el mar, situado en el extremo occidental de la bahía de Carmarthen, cargado de historia y rodeado de playas, que brinda al visitante un conjunto urbano de singular atractivo desde cualquier punto de vista.
Su línea de casas frente al mar, todas pintadas en diferentes y muy elegidos tonos pastel, invitan a los artistas a recogerlas en sus lienzos y a los transeúntes menos dotados para las artes plásticas, a llevárselas a casa dentro de sus cámaras.
Y por si el brillante conjunto natural que lo envuelve no fuera suficiente, unas tiendas en las que siempre apetece entrar a curiosear y un sinfín de bien cuidados restaurantes y cafés acaban de convertir a Tenby en un decorado perfecto para vivir en él unas vacaciones especiales, de esas que ya no se llevan y que a mí, sin embargo, me gustan tanto.


Catedral de St Davids
Deberemos seguir nuestra ruta hacia el oeste hasta llegar a St Davids, la ciudad (tiene concedido este rango por Isabel II, desde 1995) más pequeña del Reino Unido y la única que está dentro de los límites de un parque nacional británico.
St Davids debe su nombre al patrón de Gales, que vivió allí en el siglo VI y fundó un monasterio justo en el lugar en el que ahora se alza su catedral, destruida varias veces por los vikingos y otras tantas restaurada.
Los venerados restos del santo descansan allí, siendo uno de los más importantes destinos de peregrinaje durante mucho tiempo, sobre todo, tras la bula de Calixto II (creador, también, del Año Santo Compostelano), que afirmaba que dos peregrinaciones a St Davids equivalían a una hecha a Roma.

St David
Un detalle digno de resaltar acerca de esta catedral es que está construida en un terreno bajo, rodeado de colinas, y su torre no puede verse desde el mar, pese a estar este muy cerca. La tradición cuenta que el motivo no es otro que el de evitar, precisamente, que las naves vikingas, habituales en esa costa, avistasen la torre y decidiesen atacar el templo para saquearlo. La historia no parece estar muy a favor de esa teoría, ya que los saqueos fueron frecuentes, aunque ignoramos si lo hubiesen sido más, aún, de ser la catedral de St Davids visible desde el mar.


Yo volví feliz a Foxgloves, como no podía ser de otra forma, tras este magnífico viaje, en el que tuve la suerte de conocer a fondo una de las costas más bonitas de Gran Bretaña y las impresionantes playas de Swansea.
Algo que tengo que agradecer eternamente a Vic y Noly Twyford.

martes, 4 de marzo de 2014

Benidorm sin rascacielos

Conocí Benidorm cuando ningún edificio de sus dos inmensas y casi desiertas playas superaba las cuatro alturas del hotel Bilbaíno que, fundado en 1926, es el hotel más antiguo de este pequeño pueblo de pescadores, convertido, por obra y gracia de Pedro Zaragoza y su Vespa, en la meca del turismo europeo de la segunda mitad del siglo XX.

Aunque mucha gente piense lo contrario, los turistas ya visitaban en aquellos lejanos años el que, probablemente, era el más atractivo destino de la costa mediterránea española, tanto en invierno como en verano. No fueron los españoles quienes lo descubrieron, desde luego, más interesados en los grandes y clásicos balnearios del Cantábrico, como San Sebastián o Santander, sino viajeros del norte de Europa.

Virgen del Sufragio 1893
En esos tiempos, todavía se consideraba en España (tal vez con buen juicio) que el verano había que pasarlo lejos del sol. Sin embargo, británicos, alemanes y nórdicos, tan ansiosos de disfrutar de lo que carecían, iban en busca de aquello que nosotros todavía no apreciábamos. Y, así, se encontraron con tantos paraísos solitarios, apacibles y vírgenes de nuestra geografía.
Si, además, como en el caso de Benidorm, estaban protegidos por un especial microclima invernal y gozaban de la influencia positiva y de esa extraña energía saludable que se percibe en algunos lugares (Torrelodones es otro de ellos), no era de extrañar que los turistas repitiesen.

Es cierto que las crónicas hablan de unos primeros establecimientos hoteleros muy antiguos, como el balneario Virgen del Sufragio o el hostal La Mayora (ambos del siglo XIX), así como de otros hoteles surgidos en la primera mitad del XX (Levante y Marconi), pero yo no recuerdo de mis primeros viajes a Benidorm más que dos hoteles que pudieran ser llamados así con propiedad. Me refiero al ya mencionado Bilbaíno y al Planesia, el primero junto al comienzo de la playa de Levante y el segundo encaramado al promontorio rocoso (la Punta del Canfali) en el que se alzan las terrazas sobre el mar conocidas como el Castillo. 

El Castillo y la isla
Este mirador, famoso por su personalísima balaustrada y que hoy es popularmente conocido como Balcón del Mediterráneo, fue, en su día, una fortaleza defensiva de la ya que apenas se conservan restos. Construido originalmente como defensa contra los ataques de los piratas berberiscos, fue recuperado de su ruina por las tropas de Napoleón y destruido, más tarde, por la marina británica, tras la derrota francesa en la Guerra de la Independencia. Parece que los ingleses ya tenían claro en 1812 que Benidorm debía tener un destino más pacífico.

Beatriz Ledesma en bikini (1955)
Pasados ciento cuarenta años de la destrucción del fuerte por sus compatriotas, otra súbdita británica (cuyo nombre no ha trascendido, privándola de pasar a la historia como la Rosa Parks de los derechos turísticos femeninos) fue, al parecer, multada (nada menos que con cuarenta mil pesetas) por estar sentada en bikini en la terraza de un bar frente a la playa. 
Pedro Zaragoza, el genial alcalde visionario, reaccionó con suma presteza para, adelantándose a su tiempo, firmar un decreto autorizando el uso de esta prenda y protegiendo a sus usuarias contra cualquier persona que las importunase.

Luego vinieron las famosas presiones y amenazas, que el regidor benidormense solventó con su bien conocido viaje en Vespa a El Pardo, un año más tarde, en el que obtuvo el placet para continuar con su revolucionaria política turística, una política que impulsó a su pueblo a abandonar, definitivamente, la almadraba y volcarse con ahínco en el desarrollo de la emergente riqueza que representaba no ya para Benidorm, sino para toda España, el turismo internacional a gran escala.


El hotel Bilbaíno y la pensión España (a la izquierda)
Pero volvamos al recuerdo de aquellos dorados años de mediados del pasado siglo.
Junto al hotel Bilbaíno, mi madre descubrió una blanca y sencilla casita de solo dos plantas, con un tranquilo y despejado porche frente a la playa: la pensión España. 
La historia completa de aquel primer viaje bien merece un artículo aparte, pero el resultado fue que aquella casa junto al mar se convirtió ya en residencia veraniega de toda nuestra familia (casi la ocupábamos al completo), durante aquellos plácidos días en los que la playa de Benidorm  parecía hecha solo para nosotros... y para algunas inglesas y alemanas en bikini, claro está.

La playa de Levante
Pasado el Bilbaíno, la línea de costa era una sucesión de casas con huerta y chalets con amplios jardines. A lo lejos, en el extremo norte, se veía el Rincón de Loix, un paraje solitario y distante, al que nunca se nos ocurrió aventurarnos, ya que apenas llegábamos más allá del cine al aire libre y la bolera, que surgían entre las huertas, a pocos metros de la playa. A mí me parecía que estaban lejos, pero estoy seguro de que, en realidad, estaban muy cerca.
La playa de Poniente no existía para nosotros. La veíamos desde el Castillo o en las contadas ocasiones en las que nos acercábamos al pequeño puerto pesquero, pertrechados con una caña de pescar que siempre estaba más acompañada de ilusiones a la ida que de peces a la vuelta. 


La vida junto a aquella playa limpia y dorada se parecía más a la de "Calabuch" que a la que se podía llevar en los demás destinos veraniegos de la época, así que no digamos cómo se compara a lo que hoy es cualquier pueblo de la costa alicantina o valenciana.

No voy a juzgar al Benidorm actual. Sería imposible hacerlo sin caer en el prejuicio o el papanatismo. De lo que estoy seguro es de que lo que aquel día hizo mi madre cuando decidió, sin pensárselo dos veces, quedarse en aquel pueblo desconocido a pasar el verano, respondiendo a un impulso natural y eterno, fue algo repetido muchas veces por otros viajeros. 
Y es que aquel lugar junto al sol no es que estuviese detenido en el tiempo, es que era un milagro atemporal en el que resultaba evidente que la felicidad era posible, y que para conseguirla apenas hacia falta algo más que unas gafas de sol, un sillón de enea bajo el porche, un mar con una extraña isla en el horizonte y un bañador... o, mejor aún, un bikini.

Benidorm sin rascacielos existió. Y no hace tanto de eso... o, tal vez, sí, que uno no está ya en condiciones de valorar la dimensión del tiempo.


domingo, 2 de marzo de 2014

Playa Juanillo y El Macao

Entre el sur de Punta Cana y extremo noroeste de Bávaro, hay una sucesión de playas de arena blanca y fina y aguas turquesas y limpias. Esto es algo que miles de viajeros conocen y han podido comprobar personalmente al visitar la costa oriental de la República Dominicana que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en uno de los destinos turísticos internacionales más importantes.

Cocoteros en playa Juanillo
La mayoría de ellas están bajo la influencia directa de algún complejo hotelero (dicen que en Punta Cana-Bávaro hay más de cien hoteles, aunque a mí no me salen las cuentas), pero, aunque parezca imposible con tanto tráfico de turistas, todavía quedan playas muy poco conocidas y visitadas. Y tanto Juanillo como El Macao son dos magníficos ejemplos.

Es cierto que Juanillo está lindando con el que, muy probablemente, es el mejor complejo hotelero de toda la zona, el Sanctuary Cap Cana (del que luego hablaremos), pero la playa se extiende hacia el norte, a la espalda del hotel, que mira justo en dirección opuesta.
Como acceder a Juanillo es complicado (hay que entrar en Cap Cana, una extensa y magnífica propiedad privada cuyo ambicioso desarrollo urbanístico parece hoy detenido) y, además, no hay, aparte del mencionado Sanctuary, ninguna otra construcción próxima, la playa está prácticamente desierta.
Esto parece que contrasta con lo que sucede en las del área de Bávaro (yo no lo he comprobado, pues siempre he procurado evitar esa parte de la costa).

Playa Juanillo
El caso es que Juanillo es, según todos los indicios, la mejor playa de Punta Cana. Solitaria y extensa, la mezcla de los cocoteros que se esparcen con gracia sobre su arena con unas aguas claras, azules, templadas y tranquilas, contribuye a conformar un panorama de extraordinaria belleza. Para completar el marco general, una densa vegetación tropical cierra el escenario por su retaguardia.

Si miramos hacia el norte, veremos, a lo lejos y cerrando el paisaje, la muy cuidada Marina Cap Cana, un bonito puerto deportivo con lujosos yates y apartamentos que, en cualquier caso, desde Juanillo no es más que una distante silueta.

Disfrutar de un día de playa en Juanillo es un verdadero lujo. Una inmensa y paradisíaca playa casi para nosotros solos... sabiendo que, a pocos kilómetros, los turistas se disputan el sitio en sus concurridos y enormes hoteles.

Juanillo Beach Food & Drinks
Al comienzo de la bahía, ya sobre la propia arena, nos encontramos con Juanillo Beach Food & Drinks, un pequeño restaurante y bar, perfectamente integrado en el entorno, que nos ofrece todo lo que podemos desear para un perfecto día de playa, incluyendo unos grandes toldos blancos con tumbonas, de utilización gratuita para los clientes del restaurante. La comida es sencilla y excelente, el servicio amable... y el enclave espectacular. Sin duda, uno de los locales más atractivos que conozco y, desde luego, de esos a los que siempre apetece volver. Según dejan bien claro unos oportunos carteles señalizadores (que nos indican, asimismo, la dirección) este genial chiringuito se encuentra, exactamente, a 7.176 km de París, 908 de Caracas, 3.021,98 de Montreal y 1.457,75 de Miami. Una precisión que nos reconforta, en medio de una naturaleza tan poderosa.

Dentro de Cap Cana están, como ya he mencionado, el hotel Sanctuary y la Marina. El Sanctuary es un fantástico hotel, cuya arquitectura, inspirada en la de un viejo fuerte español, puede parecer un tanto sombría vista desde fuera. Sin embargo, una vez en su interior, comprobamos que es todo lo contrario: un hotel elegante y luminoso, de precios acordes con lo que nos podemos imaginar viendo sus instalaciones y suites. Pese a ello, yo valoro mucho más la impresionante naturaleza de playa Juanillo que lo que puede proporcionar el lujoso Sanctuary (sin que esto suponga una falta de aprecio para quien prefiera lo contrario).
No muy lejos, también dentro de Cap Cana, hay otro hotel más pequeño y muy exclusivo de la cadena Relais & Chateaux, el Eden Roc. Una auténtica joya que cuenta, entre otras cosas, con un fantástico club de playa, rodeado por uno de los mejores campos de golf del Caribe, Punta Espada, un Jack Nicklaus Signature, primero de los tres previstos en Cap Cana.


Abandonando, con inevitable dolor, Juanillo y Cap Cana, pasamos por Puntacana Resort & Club, otra zona muy exclusiva, junto al aeropuerto, en la que tienen su residencia Julio Iglesias y Óscar de la Renta, quienes participan económicamente en su desarrollo.
Aquí encontramos un bonito hotel (Tortuga Bay) y otro de diseño más moderno (The Westin), excelentes restaurantes y muy buenos campos de golf.

Cabeza de Toro
Tras saludar a mi amigo Julio, al que no había visitado desde los viejos tiempos del rodaje de los spots de La Casera, cuando vivía en su casa de Indian Creek (Miami), seguimos camino hacia Cabeza de Toro, un área de baja densidad hotelera y gran vegetación, que es muy recomendable para quienes buscan animación moderada y buenas playas protegidas por el arrecife y con altos cocoteros que llegan hasta el mar, muy cerca de la reserva natural de Laguna Bávaro, un refugio protegido de vida silvestre con especies endémicas y un gran lago de agua dulce a poca distancia de la playa.

Una nueva y eficaz autopista nos permite evitar todo el litoral de Bávaro (del que yo huyo voluntariamente, pese a la belleza de sus playas, por librarme de la constante sucesión de hoteles) y llegar hasta El Macao, la otra gran y poco conocida sorpresa de la costa.
Antes de tomar el desvío a El Macao, pasaremos frente a la entrada del que dicen es el hotel de moda en Bávaro, el Hard Rock. Puede que lo sea, pero a mí me pone un poco nervioso pensarlo, al igual que me ocurre con el de Ibiza.

Playa de El Macao
La playa de El Macao es un regalo. Uno de esos regalos perdidos en el tiempo, que tanto apreciamos quienes creemos en un pasado mejor.
La bordea un camino de arena, tras la primera línea de vegetación. Junto a la segunda, muy densa, dos o tres "restaurantes", tan auténticos que parecen de atrezzo, ofrecen pescado y langostas absolutamente frescos para comerlos en la misma playa, a la sombra de unas oportunas palmeras.
Pocas veces se encuentran sitios así en el mundo, pero, al verlos, dudamos de haber aprendido bien conceptos como el lujo o la exclusividad. Y lo dudamos solo un momento, porque pronto nos damos cuenta de que nos los han enseñado mal, muy mal...

El mejor es "El Morro del Macao", aunque "D'Lillian/La Uva" no le queda a la zaga. La última vez nos decidimos por "El Morro", donde su dueña, Aracelis Vardez, y su simpático mozo Repollo nos prepararon sobre la marcha unas langostas a la parrilla, bien acompañadas por los imprescindibles tostones (plátanos verdes fritos), que solo podrían ser mejoradas en mi memoria por las del desaparecido Chez Frédéric en Saint-Honorat.

Me asombra que no haya centenas de turistas haciendo cola ante "El Morro" o "D'Lillian". No puedo entenderlo, pero fuimos los únicos clientes de Aracelis y a su competidora y vecina Lillian le ocurrió otro tanto...

La bahía de Macao es una media luna muy pronunciada, cerrada por un macizo rocoso llamado, precisamente, El Morro en su extremo oriental y por un lejano e inmenso palmeral en el contrario. Entre ambos, fina arena dorada y un mar azul y luminoso que invita a ser visitado (antes y después de las langostas). 

Unas cuantas barcas de pesca descansan sobre la arena al pie de El Morro, ayudando a completar un panorama muy diferente al de Juanillo, pero también de sorprendente y genuina belleza.

Como la playa de El Macao no está protegida por una propiedad privada (como las antes mencionadas Cap Cana o Puntacana), parece un milagro que se hoy conserve en un estado tan bello, limpio y salvaje, pese a las avalanchas de turistas que frecuentan la muy cercana costa de Bávaro.

En la playa de El Macao
Esperemos que la creciente costumbre de organizar excursiones en buggie y las incomprensibles (aunque, eso sí, pacíficas) bodas de parejas rusas no acaben con la extraordinaria playa de El Macao y su naturaleza pura, auténtica y original.

Muchas son las bellezas de la República Dominicana (que ocupa las dos terceras partes de La Isla Española, como la bautizó Colón en 1492, durante su primer viaje), pero hoy nos quedaremos con estas dos poco conocidas maravillas, imprescindibles de visitar si se viaja a Punta Cana.