sábado, 28 de febrero de 2015

La primavera de Salzburgo

Wolfgang Amadeus Mozart no nació en primavera, sino en pleno invierno. Para ser más precisos, lo hizo el 27 de enero de 1756, en el número 9 de la calle Getreidegasse de Salzburgo. Hoy, la visita de su casa natal es una de las actividades habituales de los turistas que se acercan a esta bonita y bien cuidada ciudad de Austria.

Salzburgo en primavera
La verdad es que Mozart sí merecía haber nacido en primavera, pero este desfase es menor si lo comparamos con el que sufrió al final de su vida, truncada antes de cumplir los 36 años por una misteriosa enfermedad, cuyo gran enigma sigue sin estar resuelto en nuestros días.
Su temprano fallecimiento en Viena dejó a la humanidad huérfana de un sin número de composiciones musicales que, a buen seguro, nos hubiese legado su genio, de haber vivido más tiempo. 
Afortunadamente para la historia de la música, fue un autor tan precoz y prolífico que, pese a su breve paso por este mundo, dejó escritas más de seiscientas obras, una buena parte de ellas, verdaderas obras maestras.

Wolfgang Amadeus Mozart
Salzburgo, cuyo nombre viene a recordarnos el comercio de sal que discurría por su río (el Salzach) en tiempos medievales, es una ciudad realmente bonita. Su patrimonio cultural es notable, como ha reconocido la Unesco, y su amor por la música, notable (no hay que olvidar que, aparte de Mozart, también nació en la ciudad el gran Herbert von Karajan).

Esta solidez cultural, mantenida en la más clásica tradición austriaca, se complementa con una ciudad monumental y muy bien conservada que tiene, además, la inusual virtud de parecernos más pequeña de lo que es. 
A mí me gusta imaginarla unida a la primavera, porque la veo renaciendo al calor de la vida con ese suave y, a la vez, potente impulso de una estación que suena en nuestro interior con ese colorido tan habitual en la música de su hijo predilecto.
Sin embargo, tengo que reconocer que su belleza es, aún, mayor en invierno, cuando la nieve dibuja una delicada sombra blanca sobre los ocres y amarillos de sus edificios, siempre dominado su paisaje por la imponente silueta de la fortaleza medieval de Hohensalzburg, que se yergue majestuosa frente al visitante con sus más de novecientos años de antigüedad, sobre el punto más alto del casco histórico. Su acceso es muy cómodo, gracias al centenario funicular que sube hasta ella.

Salzburgo bajo la nieve
Su otro gran monumento, junto con el castillo, es la elegante catedral barroca, que data de 1628. Está situada en el centro del barrio que lleva su nombre, en el que merece la pena perderse y no tener prisa para regresar.
La Residencia, el palacio arzobispal (Salzburgo estaba regentada por un príncipe-arzobispo), también es una parada de obligado cumplimiento. Sus salones con magníficos frescos son impresionantes (en alguno de ellos, Mozart dio varios conciertos), pero su mayor tesoro se guarda en la galería del tercer piso, en la que Rembrandt es la firma que más destaca de una importante colección de pinturas.

En primavera tiene lugar un breve festival de música y artes escénicas, el Whitsun Festival, que se desarrolla a finales de mayo, pero el gran evento cultural es el Salzburg Festival, desde mediados de julio hasta fin de agosto. 
Como bien sabemos todos, se trata de una de las más importantes citas culturales del mundo, por la calidad de sus producciones y altísimo nivel de sus intérpretes, siempre escogidos entre lo más destacado de la élite del momento.

El célebre Teatro de Marionetas es otra institución centenaria de la ciudad. Un auditorio barroco, con capacidad para trescientas cincuenta personas que es el mejor en su género. Una verdadera joya en la que unas fantásticas marionetas, manejadas por extraordinarios artistas, representan óperas, operetas y ballets de una belleza plástica excepcional. Nunca suelen faltar sesiones con La Flauta Mágica o Sonrisas y Lágrimas. Un local clásico que no debemos perdernos.

Un museo que me gusta mucho es el Spielzeug Museum (Museo del Juguete). Se trata de una colección muy especial con la que podremos interactuar y no limitarnos a admirar. Hay quien dice que es un sitio muy atractivo para los niños (no lo dudo), pero yo creo que lo es para todos. 
Un adulto que no sea capaz de apreciarlo es mejor, no ya que no lo visite, sino que se quede en su casa y se ahorre el esfuerzo de viajar.

El Salzach a su paso por Salzburgo
Y, hablando de viajar, el recorrido por Salzburgo no debe terminarse sin dar una vuelta por sus alrededores. Sobre todo, en primavera. 
El campo es espectacular, lleno de prados, bosques, lagos y montañas. La región, próxima a los Alpes, es de una belleza singular, muy similar a la de Baviera y está salpicada por pueblecitos de gran encanto que, como es habitual en toda la campiña austriaca, parecen sacados de un cuento. De un cuento de los de antes, claro, porque ahora suelen ser muy distintos y, la mayoría de ellos, bastante feos.
En cualquier caso, no hace falta salir de la ciudad para vivir la naturaleza, ya que Salzburgo es un verdadero jardín urbano, en el que no faltan las plantas ni los árboles y abundan las praderas y los parterres de flores. Algunos de sus parques son, en verdad, magníficos, como el de Mirabell.

Por último (y aunque reconozco que no soy uno de sus mayores seguidores), hay que recordar que la historia de la familia Trapp es auténtica. Georg Ludwig von Trapp y su familia vivieron en Salzburgo entre 1923 y 1938 (hasta que se exiliaron tras la anexión de Austria por la Alemania nazi). En la vecina abadía de Nonnberg era novicia María, que se convertiría en institutriz de sus hijos y, posteriormente, en su esposa. Su historia se llevó a la gran pantalla varias veces, siendo la más famosa de las películas rodadas sobre ellos la protagonizada por Julie Andrews (Sonrisas y lágrimas, 1965) en el papel de María. La casa de la familia es hoy un hotel, Villa Trapp.

Goldener Hirsch
Como es lógico, tanto Salzburgo como sus alrededores tienen una oferta hotelera variada y amplia, ya que es una ciudad que recibe muchos visitantes. Pese a ello, para mí, solo hay un hotel que me interese y es el Goldener Hirsch. Es un hotel pequeño y muy cuidado, en pleno centro (está en la misma calle de la casa de Mozart) y frente al Festival Hall. En mi opinión, su único defecto es que se ha modernizado en exceso, por lo que debo reconocer que, si bien sigue siendo mi favorito, me gustaba más antes. Aún así, no iré a otro.

Mozartkugel
De esta forma, tras habernos sumergido en la música del gran genio de la música del XVIII y después de disfrutar de una ciudad en la que el arte nos rodea, haremos un esfuerzo para marcharnos, con la decidida intención de volver algún día con algo más de tiempo para poder relajarnos en sus acogedores cafés y pasear tranquilamente por sus parques junto al Salzach.
Por lo menos, nos habremos llevado una caja de chocolates Mozartkugel que nos ayuden a suavizar nuestras penas durante el camino de regreso.


martes, 24 de febrero de 2015

Creta y el Minotauro

Damas de azul (Cnosos)
Creta es la mayor isla de Grecia, la cuarta en tamaño del Mediterráneo y cuna de la civilización más antigua de Europa, la minoica, cuyos orígenes se remontan al propio Zeus y a su hijo Minos. Como casi siempre siempre sucede en los mitos de la antigüedad, historia y leyenda se funden en una confusa y muy contradictoria amalgama de anécdotas, nombres y lugares.
Pero no parece disparatado pensar que sí hubo un rey Minos (y es posible que varios), con independencia de que a esta antiquísima civilización cretense se le ha otorgado este nombre, como habría podido dársele otro.

Palacio de Cnosos
Para centrar bien el tema, dejemos claro que el rey Minos estuvo casado con Pasífae y que ambos fueron víctimas de la cólera de Poseidón a quien no le gustó nada que el bueno de Minos no sacrificase al hermoso toro blanco que surgió del mar. 
Así, por intervención del dios de las aguas, Pasífae se las arregló para concibir un hijo del toro (con la más que ingeniosa y eficaz ayuda de Dédalo, por supuesto) que no fue otro más que el mismísimo Minotauro, al que Mino decidió encerrar en el famoso laberinto (de nuevo, obra del habilidoso Dédalo).

Muchas son las versiones que ha despertado en la imaginación de la humanidad la singular naturaleza de este monstruo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, pero pocos somos los que hemos tenido la oportunidad (no podría decir 'suerte') de conocerle personalmente.

Estudió (bueno, en realidad, no estudió mucho) durante un año en el Ramiro de Maeztu y allí era conocido como el 'Hombre-Body'. No puedo entrar en muchos detalles acerca de su verdadera naturaleza, por lo que dejaremos en este punto el tema, tras constatar que era tan terrible y peligrosa como su fama cuenta.
Mapa de Creta 1719 

Volviendo a los tiempos de la Creta minoica, no parece extraño que su indiscutible y muy acreditada ferocidad (devoraba con asiduidad a los jóvenes atenienses que le mandaban y laceraba con rudo ensañamiento a cuanto personal se tropezaba con él por aquellos largos, oscuros, siniestros y, desde luego, muy poco recomendables pasadizos subterráneos - nadie lo dice, pero yo siempre he imaginado que el dichoso laberinto estaba bajo el nivel del suelo - de Cnosos) levantase temores. Sin embargo, por lo que he apuntado en el párrafo anterior (de lo que doy fe), no suscribo la leyenda de que Teseo acabase con él. Yo más bien creo que el joven rey de Atenas contó esta historia en la seguridad de que nadie se iba a aventurar a introducirse en el laberinto a buscar los restos del Minotauro, tras lo que se llevó a la princesa Ariadna a Atenas y solucionó para siempre el problema de los sacrificios humanos de sus súbditos, matando (en sentido doblemente figurado) dos pájaros (podríamos decir toros) de un tiro. De no haber sucedido como yo lo cuento aquí, no hubiese sido posible que  el 'Hombre-Body' hubiese aparecido en el Ramiro tantos siglos después.

Como es lógico, de esta información privilegiada carecían todos los escritores, eruditos e historiadores que, durante milenios, han dedicado su tiempo y sus elucubraciones a este semitaurino asunto.

El salto del toro (Cnosos)
De lo que no hay duda es de que la civilización minoica tenía obsesión por los toros. Primero Zeus se disfraza de poderoso astado y se lleva a la pobre Europa a Creta; luego lo de Poseidón, Minos y su infiel esposa Pasífae; después el Minotauro y, para acabar de certificar todas estas leyendas taurinas, el fresco (en el sentido más pictórico del término) del juego de saltar sobre el toro, descubierto en el palacio de Cnosos. Un mural extraordinario, por cierto.
Como lo son todas las ruinas de este fantástico palacio, uno de mis favoritos de la antigüedad, cuyas pinturas me parecen fabulosas y dignos vestigios de una civilización de refinada cultura.

Los expertos dicen que data del año 2000 a. C. y que llegó a tener más de mil quinientas habitaciones, por lo que no es raro que, al descubrirlo, Arthur Evans creyera que se trataba del propio laberinto. Pero solo era el palacio. O los palacios, ya que, como suele suceder, a través de los siglos, unas construcciones suelen superponerse a otras más antiguas.

Arthur Evans y su equipo
Yo tengo la más absoluta convicción (mis motivos son obvios) de que el laberinto existe y está enterrado en una zona no muy lejana al sitio arqueológico en el que se encuentra el palacio de Cnosos. Si algún día tengo tiempo, lo buscaré.

Pero hay muchos más restos antiguos en Creta, como Festos, Gortina, Agia Triada, Zakros, Malia, Levin, Gournia, Praisos...
Mención aparte merece la mítica figura de Talos, un gigante de bronce dedicado a proteger la isla en la época minoica y que la defendía de los invasores, arrojando pedruscos sobre ellos.
En contra de quienes dan por seguro que se trata tan solo de un personaje legendario, a mí no me parece nada raro que si existió un Coloso en Rodas, Creta (la isla más importante del Mediterráneo en la época minoica) haya tenido el suyo propio, de bronce y con el bonito nombre de Talos. Acepto, eso sí, que me plantea más dudas su capacidad de dar tres veces al día la vuelta completa a la isla. Salvo que estemos hablando de un artefacto naval, que también es posible, claro.

Los delfines de Cnosos
Creta es magnífica en todos los sentidos. Sobre todo en el histórico, que en nuestros días ya se confunde con la mitología y se plasma en los innumerables yacimientos arqueológicos de una isla grande desde todos los puntos de vista. 
Sus montañas son altas; sus costas, impresionantes; sus verdes campos, fértiles y amplios; sus afamadas playas, paradisíacas y de aguas puras y transparentes; su clima, inmejorable... y, como acabamos de decir, su historia, fabulosa.
Poco importa que dioses y héroes hayan venido a este lugar de una manera u otra, es decir, a bordo de la realidad o transportados por la imaginación de los pueblos. El caso es que su tierra, su cielo y su mar están impregnados de todo lo que hace atractivo un viaje.

Creta fue, también, famosa en tiempos más modernos, cuando los venecianos la conocían como Candía, como también llamaban a su capital, la actual Heraclión, una ciudad llena de monumentos venecianos y bizantinos, a tan solo cinco kilómetros de Cnosos y que es la entrada natural a esta bella isla, ya sea por aire o por mar. Su museo arqueológico guarda la mayor colección del mundo de arte minoico.

La playa de arena rosa de Elafonisi
De sus playas se podría hablar durante días. 
Algunas son de una belleza espectacular, con aguas que recuerdan a las de las mejores costas del caribe, como la de Elafonisi, con su inconfundible arena rosa, o la casi perfecta de Balos, con su combinación perfecta de blanco y turquesa.
Lo mismo puede decirse de sus pueblos marineros... y de los interiores.  Tanto unos como otros conservan ese sabor especial, frecuente en las islas griegas y extraño o, al menos, infrecuente en el resto del mundo. Incluso lo tienen algunas ciudades más grandes, como La Canea, capital veneciana de la isla, o Elounda, un gran centro turístico, muy reconocido por su gran cantidad de calas de aguas cristalinas, con pequeños pueblecitos en sus proximidades y un buen número de hoteles en los que el lujo se viste de paz y sol...

Playa de Balos
Hay tanto en Creta que nos apetecerá quedarnos una larga temporada, recorrer sus costas y sus campos, comer en sus animadas tabernas y descansar junto a sus playas y acantilados, mientras nos acordamos de Jasón y sus compañeros del Argos, con Medea tratando de seducir al broncíneo Talos... o del esforzado Heracles capturando al toro que tanto estropicio causó, tras engendrar al Minotauro (y que, con posterioridad, siguió provocando en la Grecia continental hasta que Teseo, no conforme con acabar - según dicen - con el hijo, diera buena cuenta de él en Maratón). 


Un viaje, en fin, que será histórico para quien lo realice con la tranquilidad suficiente para desplazarse no solo en el espacio sino, sobre todo, en el tiempo, en pos de los recuerdos civilizados más antiguos que podemos encontrar en Europa.

viernes, 20 de febrero de 2015

Madrid en cuatro fotos (I)

Iniciamos con este artículo una serie en la que, de cuatro en cuatro, iremos recogiendo imágenes de Madrid, realizadas por diferentes fotógrafos a través del tiempo.
No pretendemos presentar un panorama completo, ni mucho menos, de cuanto es o ha sido la capital de España en diferentes épocas, pues tal intento sería desmedido y pretencioso, sino reflejar aspectos muy parciales de la vida o el paisaje madrileño, dignos de permanecer en la memoria. Algunos serán trabajos históricos... otros, actuales, pero todos interesantes para quienes desean que Madrid se mantenga presente en el recuerdo de quienes lo viven desde lejos, y en la retina virtual de los que, más próximos pero inmersos en la vida diaria, corremos permanentemente el riesgo de olvidar lo que fue nuestra ciudad o de no reconocer su realidad actual, escondida, a veces, tras el agobio o la distracción.


La primera fotografía que hoy traemos a esta página es una magnífica instantánea de una tarde de verano de 1946 en el río Manzanares, frente al puente de los Franceses, donde comienza la llamada carretera de Castilla. 
Su autor es uno de los grandes cronistas gráficos de Madrid, Santos Yubero.
Madrileño y testigo presencial de casi todo lo ocurrido en el siglo XX (1903 - 1994), fue capaz de retratar numerosos aspectos de la vida de su ciudad. Como reportero gráfico de prensa trabajó para La Nación, ABC y Ya, entre otras publicaciones. Su obra es amplísima y ha sido protagonista de múltiples exposiciones. Nunca nos cansamos de verla.


La segunda es de Carlos González Ragel, conocido popularmente por su segundo apellido, que fue un fotógrafo y pintor jerezano (1893), afincado en Madrid y fallecido demasiado joven (1951).
Muy bien relacionado con el mundo del deporte y el arte, nos ha dejado excelentes trabajos fotográficos sobre estos temas, muchos de ellos publicados en revistas de gran prestigio, como fueron Mundo Gráfico o Blanco y Negro.
Fue, asimismo, fotógrafo de guerra, siendo famosa su significada participación en la famosa operación republicana conocida bajo el nombre de 'Oro de Moscú'.
La fotografía que aquí se publica, en la que vemos una parte del jardín de la casa de Sorolla en Madrid, retratada con exquisita delicadeza, nos recuerda su estrecha amistad con la familia del pintor valenciano y, muy especialmente, con su hijo Joaquín.


Esta fantástica foto de Manuel Urech (Zaragoza, 1904 - Madrid, 1985) es, como muchas de las suyas un documento excepcional de la vida cotidiana madrileña de mediados del siglo pasado. Está realizada en 1947 en la calle Mayor, junto a la Puerta del Sol y es parte del enorme archivo gráfico que se conserva de su obra.
Urech trabajó durante treinta años en el desaparecido diario Madrid, tras haberlo hecho en ABC. Cuando cerró (a la fuerza) en 1971 el recordado periódico, colaboró con la revista Semana, para acabar su carrera en la Agencia EFE.
La calidad de las fotografías de Manuel Urech es extraordinaria y una buena selección de ellas está publicada en el libro 'Madrid a pie de calle', de Ediciones La Librería.
Existe una fotografía de Urech que muestra a un nutrido grupo de bañistas junto al puente de los Franceses, muy similar a la realizada por Santos Yubero. Una interesante coincidencia.


Por último, una imagen del gran fotógrafo catalán Francesc Català Roca (1922 - 1998), uno de los artistas que mejor ha sabido captar el ambiente de un Madrid con vocación cosmopolita, pero que seguía conservando un sabor costumbrista que, muy mitigado, sigue presente en nuestros días.
Català Roca, recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas por su impresionante labor detrás de la cámara, en la que siempre fue capaz de conjugar el ambiente de las ciudades que fotografió con aspectos humanos, muchas veces observados desde un punto de vista muy personal. 
Fue maestro indiscutible a la hora de jugar con sombras, reflejos y contraluces, que otorgan a su obra unas características originales y, a veces, sorprendentes.
Esta fotografía de la Gran Vía madrileña es una buena prueba de ello.


Cuatro excelentes fotografías de cuatro genios del siglo XX.

lunes, 9 de febrero de 2015

Amankila, al sudeste de Bali

 Todos los Aman Resorts son magníficos, pero Amankila añade a las virtudes comunes a una de las mejores cadenas hoteleras del mundo, algunas otras muy particulares, que están íntimamente relacionadas con el privilegiado y solitario lugar en el que se encuentra.

Amankila y Gunung Agung

Lejos de la ajetreada ciudad de Denpasar y casi en el extremo oriental de la costa sur de la isla de Bali, frente al estrecho de Lombok y protegida, a su espalda, por la inmensa mole del sagrado monte Agung, Amankila se esconde entre bosques, playas y arrozales, a salvo del turismo y próxima a la tierra de los dioses.

Porque el monte Agung, el Gunung Agung, es la réplica balinesa del monte Meru, morada del dios Shiva cuando visita esta parte del mundo. Y está claro que no ha elegido un mal lugar, porque su impresionante mole cónica domina toda la parte oriental de la isla y, con su gran altura (más de tres mil metros), es responsable (él o Shiva) del diferente clima que se manifiesta a uno y otro lado de sus laderas.

Pura Besakih

Precisamente es entre su enorme cráter y el propio Amankila el lugar donde se encuentra el principal templo de la isla de Bali, Pura Besakih, también llamado 'El Templo Madre'. 
Aunque Pura Besakih es mucho más, ya que, en realidad, es un complejo con más de veinte templos, situado en la ladera sur del Gunung Agung, cuyo origen se remonta a épocas muy antiguas. Tanto el monte Agung como los templos de Besakih son lugares sagrados para la religión hindú y, desde luego, merecen ser visitados. 
Como es lógico, por su situación, Amankila es un lugar perfecto para hacerlo. Como lo es para descansar unos días, en un ambiente de máxima tranquilidad, rodeados del magnífico y refinado estilo, característico de los Aman Resorts.

Flower girls
Ya la llegada a Amankila nos augura una estancia feliz, cuando unas encantadoras niñas nos reciben con flores y sonrisas en la misma puerta, siguiendo la más pura tradición hospitalaria balinesa. 
Una vez traspasado el umbral, nos encontramos con unos extraordinarios espacios abiertos, dominando el mar desde sus salones y terrazas, que van descendiendo hasta la playa, de forma escalonada y armoniosa, sin perturbar el aspecto salvaje de la naturaleza que nos envuelve.

Sus habitaciones son elegantes suites balinesas, decoradas con el tradicional gusto étnico que está presente en todos los Aman Resorts que conozco y que siempre evita los ambientes de lujo recargado, tan frecuentes en muchos hoteles que presumen de una categoría que, en general, brilla por su ausencia, suplantada por excesos inapropiados.

Piscina del club de playa
Todas las suites disfrutan de una privacidad absoluta y varias tienen piscina propia, si bien he de reconocer que se hace poco necesaria, ya que es, de todo punto, más interesante utilizar la gran y muy especial piscina de tres niveles, cuyas vistas sobre el estrecho de Lombok son espectaculares.
O la larguísima y estrecha piscina del club de playa, de insólita belleza, enmarcada entre altos cocoteros y frondosa vegetación. 
El agua adquiere en ella una tonalidad verdosa, de una naturalidad que combina a la perfección con el paisaje que la rodea. Una de las piscinas más bonitas en las que he estado. Y, a pocos pasos de ella, la playa. Solitaria y perfecta para olvidarse del mundo.

La comida es otro de los alicientes de Amankila. Excelente, como es habitual en Bali, pero con ese toque propio y cuidado, enaltecido por el marco, de discreta elegancia, que solo pretende ensalzar las vistas que se nos ofrecen, difícilmente superables. Una suave música balinesa en directo nos acompaña siempre durante la cena.

Ujung Water Palace
De día, si somos capaces de renunciar al inmenso placer del dolce far niente y quedarnos en un lugar tan privilegiado, podremos hacer alguna excursión, ya sea a los lugares sagrados antes mencionados o al Ujung Water Palace, también muy próximo.
Tampoco está nada mal pasar media jornada en el campo, disfrutando en medio de la naturaleza de un picnic preparado en Amankila al que nunca le falta el más mínimo detalle.
Lo que, desde luego, no sería capaz de recomendar a nadie es la visita a la muy famosa Goa Lawah, que se conoce popularmente como 'Cueva de los Murciélagos'. 
Si algún día me pierdo en Bali (no es improbable), que nadie me busque en ella.

El gran problema de Amankila es que, por mucho tiempo que estemos allí, siempre nos parecerá poco. Por desgracia, hay que volver a la vida real, cuya percepción es de lejana y absurda cuando se está en aquel lugar de la costa balinesa, al sur del gran volcán en el que Shiva nunca deja de pasar sus vacaciones isleñas. Seguro que a él también le parecen cortas.

Suite con piscina privada en Amankila






Piscinas de tres niveles en Amankila

jueves, 5 de febrero de 2015

El museo Marmottan Monet

Está fuera de los circuitos habituales de los museos parisinos y, sin embargo, tiene entre su magnífica colección una de las obras más relevantes de la pintura: Impression soleil levant.
Un cuadro de Monet, pintado en 1872, que es, ni más ni menos, el que dio nombre a uno de los movimientos pictóricos más importantes de la historia, el impresionismo.

Impression soleil levant (Monet)
El museo está situado en un tranquilo y residencial barrio de París, junto a unos bonitos jardines del distrito XVI, próximo al bosque de Boulogne y al hipódromo de Auteuil.
Un antiguo pabellón de caza que fuera propiedad del Duque de Valmy da cobijo a este extraordinario museo, que es depositario de la mayor colección de cuadros de Monet, ya que cuenta con un total de sesenta y seis obras del gran pintor francés.
El pabellón fue adquirido, a finales del siglo XIX por Jules Marmottan y fueron él y su hijo Paul quienes lo convirtieron en un anticipo de lo que hoy es, gracias a su enorme afición por el arte.

Gauguin
El museo Marmottan incluye magníficas obras de Monet, como ya hemos dicho, pero es mucho más que eso, ya que guarda piezas notables de colecciones de pintores primitivos, un buen número de manuscritos medievales iluminados de gran valor, así como muebles y objetos de estilo imperio, entre las que no faltan unos cuantos que pertenecieron a Napoleón.

Pese a toda esta notable riqueza artística, es la obra de los impresionistas que en él se conserva lo que más atrae a los visitantes (que, afortunadamente, son muy escasos en comparación con otros museos de la capital del Sena).
Degas, Manet, Gauguin, Berthe Morisot, Pisarro, Renoir, Rodin y Sisley, entre otros, acompañan a Monet en una sucesión de belleza impresionista, difícil de reunir bajo un mismo techo.

Berthe Morisot
También es excepcional la colección de Berthe Morisot, la mayor que se conserva de esta gran pintora en museo alguno, pues son nada menos que ochenta las pinturas de esta gran artista, casada con el hermano menor de Manet, cuya obra la sitúa como la pintora impresionista más notable de la historia.

Y no debemos dejar de ver, cuando lo visitemos, sus exposiciones temporales, muy buenas casi siempre. A mí me gustó especialmente la titulada con el nombre de su gran joya: 'Impression soleil levant', pero todas las programadas por el Marmottan son atractivas y no hay que perdérselas.

Pissarro
Sín duda, se trata de uno de los museos imprescindibles de París. Y no solo para conocer mejor la trayectoria de Monet (hay cuadros de todas las etapas del artista), sino para disfrutar de los impresionistas en un entorno más relajado y ajeno a las multitudes habituales en los museos parisinos.

De regreso, un paseo por el parque, seguido de un lento recorrido por la animada y muy comercial calle de Passy, nos llevarán hasta los jardines del Trocadéro.  
Y habremos completado una jornada diferente en un París menos ajetreado y más real, en el que la belleza del arte no está reñida con la vida cotidiana de uno de mis barrios favoritos de la capital francesa. 

Paseo cerca de Argenteuil (Monet)
Hay que conocerlo.
En la próxima primavera... o, tal vez mejor, al comienzo del otoño.