miércoles, 5 de diciembre de 2012

St. John, US Virgin Islands

Me gustaban los tiempos en los que se podía llegar volando a St. John desde Puerto Rico. Recuerdo bien aquel viejo y pequeño hidroavión que amerizaba frente a Cruz Bay, ya que la isla carece de aeropuerto.
Desde luego era mucho más eficaz y atractivo si, como es lo habitual, el viaje se iniciaba en San Juan de Puerto Rico, aunque hay que reconocer que la fragilidad de aquellas muy veteranas aeronaves exigía ciertas dosis de osadía a los arriesgados pasajeros.
Hoy es preciso volar a Charlotte Amalie, en St. Thomas, y hacer desde allí el recorrido por mar hasta St. John.

Virgin Islands National Park
Pero, en cualquier caso, habrá merecido la pena porque esta isla es, sin duda, una de las más bellas y bien conservadas del Caribe. Y lo es, sobre todo, porque poco ha cambiado su casi impoluta naturaleza desde que la descubriera Cristóbal Colón en su segundo viaje. Dos terceras partes de ella pertenecen al Virgin Islands National Park, circunstancia nada ajena a la casi perfecta armonía natural que nos ofrece, pese al elevado número de visitantes que recibe.

Cruz Bay, la puerta de entrada al paraíso de St. John, es la capital de la isla, si bien es cierto que sería muy inapropiado llamarla ciudad. Más bien es un conjunto de pequeñas casas diseminadas entre el puerto y las suaves colinas que lo rodean, en un paisaje enmarcado por la abundante vegetación que caracteriza a toda la isla. Simpáticos bares y restaurantes, algunas tiendas, galerías de arte y otros comercios, salpicados frente al minúsculo puerto,dan la bienvenida al afortunado visitante.

Desde aquí tomaremos uno de sus grandes y alegres taxis colectivos, el mejor método de transporte para moverse por St. John y nos trasladaremos a nuestro lugar de alojamiento. No hay muchos hoteles en la isla y, sin duda, el mejor es Caneel Bay.
Caneel Bay
Caneel Bay está situado en una pequeña península, muy cerca de Cruz Bay y rodeado por el Virgin Islands National Park. Tiene su propio servicio de ferry desde St. Thomas y también está conectado por mar con Cruz Bay. Sus habitaciones son excelentes, tranquilas y muy cómodas. Y, desde luego, no tienen teléfono, televisión ni aire acondicionado (sustituido con evidente ventaja por grandes ventiladores en el techo). Desde muchas de ellas se accede, directamente, a pequeñas playas privadas de aguas cálidas y transparentes, en las que nos sentiremos lejos de todo y cerca de nosotros mismos. Por las noches, el suave arrullo del mar será lo único que escucharemos.

Trunk Bay
Las playas de St. John son excepcionales, pero todos sabemos que su mayor y más conocida atracción es  Trunk Bay, considerada por muchos como la playa más bella del mundo. Y la verdad es que, lo sea o no, sus méritos para optar al título son, sin duda, abundantes. Pocas veces veremos arenas tan blancas, finas y limpias o aguas de un color turquesa tan intenso. El paisaje que la rodea acaba de completar el espectacular cuadro natural.
Hay otras playas dignas de ser disfrutadas, como Cinnamon Bay, Hawksnest Beach o Jumble Bay. Cualquiera de ellas nos parecerá única y maravillosa por muy exigentes que queramos ser al juzgar su inmaculada belleza.

Sir Francis Drake Channel
Son memorables los paseos por St. John y es curioso visitar los restos de sus viejas plantaciones de azúcar, como The Annaberg Sugar Plantation, que nos remonta a los tiempos de la primera colonia danesa, o los petroglifos de los indios arawak, visibles a lo largo del Reef Bay Trail, uno de los muchos e interesantes recorridos a pie que nos ofrece la isla.
Pero a mí lo que más me impresiona es la vista que nos brinda el llamado Sir Francis Drake Channel desde la costa este. Navegar a vela por esa obra maestra de la naturaleza, entre Tórtola y las pequeñas islas que lo protegen por el sur, es uno de los mayores placeres que un viajero (ya sea turista o pirata) puede experimentar en su vida.


St. John es, también, un lugar ideal para los amantes de la vida submarina, ya que sus aguas coralinas dan cobijo a multitud de especies y proporcionan una alternativa que rivaliza en atractivos a lo que podemos observar sobre la superficie. Su litoral es apto para todos los niveles, desde los más avanzados a los debutantes, quienes disfrutarán sin necesidad de apartarse muchos metros de la orilla.


Y, una vez aquí, en el corazón de las Islas Vírgenes Americanas, nos apetecerá continuar viaje para conocer St. Croix, Tórtola o Virgin Gorda (estas dos últimas ya en las Islas Vírgenes Británicas). Pero, si no tenemos tiempo para tanto, al menos habremos conocido la joya de las Once Mil Vírgenes, como las bautizó Colón en 1493.



Si el gran almirante de las Indias volviera a ver hoy la isla de St. John, comprobaría que apenas ha cambiado en estos más de cinco siglos. Estamos todos de suerte.

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