jueves, 12 de junio de 2014

Nantucket, la isla de Moby Dick

Nantucket! Take out your map and look at it. See what a real corner of the world it occupies; how it stands there, away off shore, more lonely than the Eddystone lighthouse. Look at it- a mere hillock, and elbow of sand; all beach, without a background. There is more sand there than you would use in twenty years as a substitute for blotting paper...

Moby Dick (Herman Melville) - Capítulo 14. Nantucket


La mayor parte de la novela de Melville gira alrededor de lo que significó esta isla para el universo ballenero de su época, tan lejano ya a lo que para sus visitantes es hoy este singular brazo de arena que apunta hacia el Altántico y al viejo continente.
Porque, aunque muchos no lo sepan, esta pequeña isla atlántica, situada en la costa de Massachusetts, es el punto más cercano de los Estados Unidos al extremo occidental de la vieja Europa, la Península Ibérica. Es evidente que no es esta circunstancia lo más notable de Nantucket, pero no deja de ser una curiosidad poco conocida y digna de ser mencionada.

La isla es de una belleza salvaje impresionante.
Casi completamente plana y situada a unos cincuenta kilómetros al sur de Cape Cod y al este de otra famosa isla, Martha's Vineyard, se asoma hacia el océano, protegida por sus dunas y rodeada de inmensas playas de arena.
Su población, de algo más de diez mil habitantes en el invierno, se multiplica por cinco en los meses de verano, lo que no deja lugar a dudas sobre su gran atractivo turístico. 
Muy bien comunicada por aire y por mar, Nantucket posee todas las virtudes de un lugar privilegiado por la naturaleza y protegido por un desarrollo bien administrado.

Yo, al igual que tantos otros, descubrí Nantucket en 1971, a través de una extraordinaria película, "Verano del 42", un film dirigido por un eficaz Robert Mulligan, en el que destacaron una fantástica Jennifer O'Neill, la excelente fotografía de Robert Surtees y una muy recordada música de Michel Legrand, que obtuvo el Oscar a la mejor banda sonora original (The summer knows).
Antes la había conocido a través de la novela de Melville y la película de John Huston, brillantemente protagonizada por Gregory Peck, pero no había reparado en ello. La personalidad del capitán Acab acapararó, en su momento, toda mi atención.


Durante mucho tiempo su arenosa superficie, completamente rodeada de playas, fue refugio de los nativos de la zona (los Wampanoag), ya que hasta bien avanzado el siglo XVII no comenzó a despertar el interés de los colonos británicos, pero su fama como centro ballenero se desarrolló pronto y esta industria fue la base de su economía hasta mediados del XIX, cuando empezó a trasladarse a puertos de tierra firme, más cómodos para el transporte que los de las islas.

Y no solo lo fue en la realidad, sino, también, en la literatura, pues, como ya hemos dicho, Herman Melville dejó patente en su legendaria gran novela, Moby-Dick, la importancia de Nantucket como capital del imperio ballenero de aquella época.

La isla sigue manteniendo hoy, además de su impoluta belleza, una arquitectura que se conserva en su estado original y en la que, sobre todo, destacan sus antiguas casas de madera, repartidas con gracia entre las dunas que dominan el océano y sus grandes y solitarias playas. El principal núcleo urbano, también llamado Nantucket, está situado en el extremo de la bahía, justo donde se abre hacia el gran triángulo marino conocido como Nantucket Sound. Su centro está considerado como el mejor exponente de la antigua arquitectura de Nueva Inglaterra.

Una de las grandes virtudes de la isla es la de haber sido capaz de mantener su exclusividad como destino de un turismo de alto nivel, conservando intactos sus enormes valores naturales y sin renunciar a su historia, algo, por desgracia, poco frecuente en nuestros días y que, desde luego, es digno de admiración y elogio.

El verano es caluroso y alegre en la isla, pero no menos atractivo es el invierno. Sus paisajes emergen entre dunas nevadas y playas de una soledad impactante y el océano lucha contra el cielo, compitiendo en belleza, para acabar ambos, necesariamente, fundidos en un abrazo eterno que engrandece el alma e ilumina el espíritu.

No muy lejos de las costas de Nantucket, en el fondo del océano, reposan los restos del Andrea Doria, el gran transatlántico italiano que se hundió en sus aguas, tras colisionar con el M/V Stockholm en la noche del 25 de julio de 1956, en uno de los naufragios más célebres de los anales de la navegación.

Es difícil encontrar otro lugar en el mundo en el que mar y nubes sean capaces de componer una sinfonía tan profunda...

Son muchos los enamorados de Nantucket, la isla de la eterna soledad invernal, en la que luz, arena y cielo se expresan con silenciosa y dulce claridad.
En sus playas, la sensación de infinita soledad alcanza una dimensión diferente, que conmueve el espíritu. 
Y para ilustrarla, con la inestimable ayuda de la música de Pink Martini y las emocionantes fotografías de Van Lieu, dejo en este enlace mi personal tributo a Nantucket, la isla donde los sueños despiertan el alma y adormecen los sentidos.


Fotografías: © Van Lieu Photography

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