Si hay una obra pictórica contemporánea que sea, a un tiempo, símbolo universal del arte moderno y emblema del momento histórico que representa en el imaginario de una cultura popular generalmente aceptada, es el Guernica.
Este gran cuadro de Picasso (grande en todos los sentidos) ocupa, casi desde su creación, un lugar de honor en la historia del arte de nuestro tiempo. Algo que en España adquiere, si cabe, aún mayores dimensiones, por motivos obvios.
Lo que muchos no saben es que el Guernica fue una obra de arte muy viajera, en cuya última peripecia jugó un papel fundamental un buen amigo y viejo compañero de estudios.
El cuadro lo pintó Pablo Picasso a finales de la primavera de 1937, en su recién alquilado estudio de la Rue des Grandes Augustins, por encargo del gobierno de la Segunda República Española. La idea era que estuviese presente en el pabellón español de la Exposición Internacional de París.
Es de todos conocido que la obra del genial artista malagueño tardó en incorporarse a la exposición parisina, ya que el pabellón no estuvo terminado hasta un par de meses después de haber sido inaugurada la muestra.
El caso es que, al año siguiente, el Guernica comenzó sus viajes. Primero a Oslo, Copenhague, Estocolmo y Gotemburgo. Más tarde vinieron sus periplos por Inglaterra y Estados Unidos, que solo fueron el prolegómeno de otros largos viajes: Italia, Brasil, Alemania, Bélgica, Holanda y Dinamarca, para regresar a Estados Unidos en 1957 y pasar por Chicago y Filadelfia, antes de acabar en su sede americana del MoMa neoyorquino.
Álvaro Martínez-Novillo (izquierda) supervisa el embalaje del Guernica en el MoMa |
Se dice que Picasso había decidido que su obra permaneciese en depósito en el Museo de Arte Moderno de Nueva York hasta que la democracia regresara a España (algo que, en mi opinión personal, es cuestionable, ya que el cuadro era propiedad del Estado Español, que lo había comprado por la suma de doscientos mil francos, acreditados por un recibo firmado por el propio artista).
Pero, sea como fuere, el hecho es que el gran lienzo de Picasso todavía tenía que hacer un último viaje, cruzando el Atlántico.
Y es aquí donde mi querido amigo y compañero Álvaro Martínez-Novillo juega un papel fundamental, trasladándose a Nueva York en septiembre de 1981, junto con José María Cabrera, con la misión de traer el Guernica a Madrid.
La llamada 'Operación Cuadro Grande' se ejecutó con la máxima discreción, bajo la dirección de Javier Tusell, en aquel entonces director general de Bellas Artes.
Apunte de Álvaro, realizado en Nueva York, en el momento del traslado (9 de septiembre de 1981) |
Creo que no se ha valorado en justicia lo que supuso para la cultura española el brillante trabajo de Tusell, Cabrera y Martínez-Novillo, un equipo joven y muy bien preparado, que fue capaz de iluminar el panorama de las artes plásticas de nuestro país, venciendo las enormes dificultades de todo tipo que tuvieron que sortear para enriquecer nuestro patrimonio artístico contemporáneo... negociaciones complejas y duras, gestión eficaz y esa labor de custodia delicada y no exenta de riesgo, que culminó con el cuadro en el Casón del Buen Retiro y más tarde, en 1992, en su ubicación actual como obra cumbre del Museo Reina Sofía de Madrid.
Muy pocos, entre los miles de visitantes que hoy rinden homenaje al Guernica, saben que pueden disfrutarlo en la capital de España gracias a mi querido compañero del Ramiro, Álvaro Martínez-Novillo, a quien todos los españoles, amantes del arte contemporáneo, le deben eterna gratitud. Gracias, Álvaro.