jueves, 26 de diciembre de 2013

Madrid dulce

Madrid no es una ciudad famosa por su afición al dulce y, sin embargo, están bien arraigadas entre sus tradiciones seculares muchas especialidades vinculadas con épocas o festividades determinadas.
Desde los olvidados azucarillos hasta los roscones, pasando por rosquillas, buñuelos, churros, huesos de santo y torrijas, por ejemplo, están unidos, por tiempo inmemorial, a la vida cotidiana de los madrileños.

Y todavía quedan veteranos obradores y magníficas pastelerías y confiterías, con mucha historia a sus espaldas, que conviene recordar antes de que pasen a engrosar la interminable lista de desaparecidos (y olvidados) que ya es demasiado larga para una capital que mantiene un combate permanente entre futuro y tradición.

Haré mención aquí solo de algunas de las más notables, basándome, como es lógico, tanto en mis afinidades personales como en los méritos objetivos que, sin duda, todas tienen.

Fernando VI, 2
28004 Madrid
Teléfono: 91 308 02 31
Metro: Alonso Martínez, Tribunal y Chueca

La Duquesita
Fundada en 1914, se define a sí misma como confitería y repostería y presume de seguir elaborando sus productos con los mismos métodos artesanales de sus comienzos.
Bombones, chocolates y turrones, por un lado y dulces navideños o pastas de té, por otro, son de excelente calidad y muy cuidada presentación. Su bollería es muy buena, entre la que destacan los suizos, un bollo muy popular hace años, que ahora se ha convertido casi en un desconocido para las nuevas generaciones.
Y si lo que ofrecen sus hornos es bueno, mejor aún es el entorno, ya que el local es muy bonito y perfectamente conservado en su estado original. Una de esas viejas confiterías madrileñas en grave peligro de extinción.


Mamá Framboise (cerrado)
Fernando VI, 23
28004 Madrid
Teléfono: 91 391 43 64
Metro: Alonso Martínez, Tribunal y Chueca

En la misma calle y a muy poca distancia de La Duquesita, se encuentra este nuevo local que desde su inauguración está teniendo un gran éxito como pastelería y también como salón de té y cafetería.

Mamá Framboise
Es un lugar que mezcla un ambiente moderno y desenfadado, muy bien encajado en el estilo de la zona, con una oferta de repostería tradicional y de gran calidad, pero que tampoco renuncia a ese toque contemporáneo, con cierto toque afrancesado, que garantiza una gran aceptación entre todo tipo de público (con mayoría femenina).
Las mesas grandes se comparten, tal como sucede en otros sitios de moda, y, por si todo lo anterior fuera poco, sus precios son más que razonables, lo que explica las frecuentes colas que vemos en la puerta para encontrar sitio en las horas de mayor afluencia.


Mayor, 10
28013 Madrid
Teléfono: 91 366 44 82
Metro: Sol

Mi tío Carlos decía que las mejores torrijas de Madrid eran las que hacían en esta antiquísima confitería, fundada en 1855 por Dámaso de la Maza, pastelero personal de la reina María Cristina.

El Riojano
Es probable que mi tío tuviera razón, pero creo que se quedaba corto. Él, de pequeño, vivía cerca del mercado de San Miguel y su padre, un conocido médico de la época, era asiduo cliente de El Riojano, así que conocía bien esta extraordinaria reliquia del Madrid del siglo XIX. 
El local, en sí mismo, es una joya situada a pocos pasos de la Plaza Mayor y todo lo que allí se elabora y vende es de una calidad infrecuente en los asépticos tiempos que vivimos. 

Al fondo, un salón de té, en el que se pueden degustar todas las exquisiteces de la confitería, completa una oferta extraordinaria, imbatible en el Madrid de nuestros días... y, tal vez, incluso, en el de María Cristina.


Villanueva, 14
28001 Madrid
Teléfono: 91 435 74 54
Metro: Colón, Serrano y Retiro

Esta bombonería, una de las más famosas y antiguas de Madrid, abrió su primera tienda en la Puerta del Sol, en el año 1852. Su emplazamiento actual, junto a Serrano, data de finales de los años 60 del pasado siglo.
Sus pajaritas de chocolate son inconfundibles, pero no lo son menos sus cajas surtidas de caramelos que, como casi todo lo que podemos encontrar en este magnífico establecimiento familiar, se siguen vendiendo con sus envoltorios originales, de una belleza excepcional. 

Sin duda, el hecho de que siga regentada por la misma familia que fundó hace posible que, más de siglo y medio después, La Pajarita siga conservando intacto el espíritu de sus fundadores, Vicente Hijós y su mujer, Lorenza Aznárez. 
La tradición dice que tanto el nombre como la forma de sus famosos chocolates tienen su origen en las pajaritas de papel que Miguel de Unamuno, conocido de los fundadores, solía hacer mientras charlaba con sus amigos.



La Violeta
Plaza de Canalejas, 6
28014 Madrid
Teléfono: 91 522 55 22
Metro: Sol y Sevilla

No muy lejos de la tienda original de La Pajarita, nació esta otra confitería, creada por Mariano Gil en 1915, con un nombre que no deja dudas de su especialidad: dulces con aroma de esencia de violetas.
Desde su inauguración gozó de gran fama y su éxito dura hasta nuestros días.
Aparte de los bien conocidos caramelos de violeta, ofrece muchos otros dulces originales, como las violetas confitadas, los troncos de chocolate o el famoso chocolate del músico (con nueces y pasas).

A mí me gustan la mermelada, la miel y el té de violeta, que también se cuentan entre sus tradicionales especialidades.
Es bien conocido, por otra parte, que Alfonso XIII fue uno de sus clientes habituales, así que no cabe duda de que tanto la reina Victoria Eugenia como Carmen Ruiz de Moragas disfrutaron de las dulces violetas de Mariano Gil.


Carrera de San Jerónimo, 30
28014 Madrid
Teléfono: 91 429 67 96
Metro: Sol y Sevilla

Me cuesta trabajo incluir a Casa Mira en esta selección, y no porque no sea destacable, sino porque es tan conocida y famosa que parece ocioso mencionarla. Sin embargo, es imposible hablar de dulces en Madrid y pasar por alto un lugar como este.
La leyenda cuenta que Luis Mira, maestro artesano turronero en Jijona desde 1842, emprendió viaje hacia Madrid en 1855 con un carro cargado de turrón. Un viaje que tuvo que reiniciar hasta cuatro veces porque antes de llegar a Albacete ya lo había vendido todo...

Casa Mira
La fama de su turrón permanece inalterable hasta hoy y así lo atestiguan las grandes colas que, con la llegada de las fiestas navideñas, se forman frente a la puerta de su bonita tienda, toda recubierta de madera de caoba y espejos, que dan marco a todo tipo de dulces (hay mucho más que turrón), de aspecto tan notable como lo es su bien ganada reputación de "mejor turrón de España".
Los "Hijos Sucesores de Luis Mira" (que es el nombre completo que figura sobre la puerta) tienen a gala el hecho de que la tienda se mantiene igual tras sus más de ciento cincuenta años de vida, lo mismo que sus métodos artesanales de fabricación. Un dulce lujo del que bien puede enorgullecerse la villa de Madrid.


Pozo, 8
28012 Madrid
Teléfono: 91 522 38 94
Metro: Sol

Puede que sea la más antigua de Madrid. Abierta en 1830, mantiene toda su autenticidad original. Nada parece haber cambiado en ella, a pesar de que ya va camino de cumplir su segundo siglo de vida.
Todo es sencillo aquí, al menos exteriormente, ya que la calidad de lo que sale de sus hornos nadie puede discutirla.
Las planchas de hojaldre y los roscones son los verdaderos protagonistas de la pequeña calle del Pozo, justo en la parte trasera de L'Hardy, el veterano y magnífico restaurante de la Carrera de San Jerónimo.

Antigua Pastelería del Pozo
Los roscones no tienen nunca relleno ni frutas escarchadas y solo se elaboran en dos tamaños, lo que no impide (o, quizás, contribuye a ello) que sigan siendo los más apreciados de Madrid, una ciudad, como todos bien sabemos, con muchos y buenos obradores.
Nadie que viva en la capital debe dejar de conocer este lugar que es, más que una pastelería, parte de la historia y las costumbres de nuestra ciudad.


San Onofre,
28004 Madrid
Teléfono:
Metro: Gran Vía

La pastelería de Daniel Guerrero abrió sus puertas en 1972 en esta pequeña calle, entre Fuencarral y Valverde, muy próxima a la Gran Vía y hoy ya cuenta con siete tiendas en Madrid (y una en Japón), aunque la original, sigue siendo la abanderada del grupo.
Daniel se quedó con el local de la vieja pastelería "El Buen Gusto", que apareciera en la novela Fortunata y Jacinta, de Pérez Galdós, vecino, por cierto, del barrio.

Roscón de Reyes - Horno de San Onofre
Gran fama alcanzó su tarta de Santiago, pero no le van a la zaga los demás postres y dulces que allí se elaboran, como mazapanes, turrones, pasteles... 
También son dignos de destacar sus buenos panes artesanos, su bollería y sus muy vistosos árboles de chocolate. 

Verdadera tentación para quienes, agotados tras un intenso día de compras en la calle de Fuencarral, buscan una dulce recompensa para recuperar, de la mejor forma posible, las mermadas energías...


Caramelos de violeta
Muchas más son las excelentes confiterías, pastelerías y bombonerías de Madrid, tantas que no sería posible nombrarlas a todas. Algunas de ellas destacan, en especial, por un producto singular, como los pasteles de limón de Embassy, las ensaimadas de Formentor, las tartas de frambuesa de La Húngara, los bombones de Santa...

Madrid también tiene una historia dulce, sí. Los golosos están de enhorabuena.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Invierno en Biarritz

Me gusta pasar el invierno en Biarritz.

La semana que prefiero para viajar a mi ciudad favorita del Sudouest es la última de diciembre. Suele hacer sol y el clima es suave, aunque también he visto nevada la Grande Plage en esas fechas, tras una inesperada tormenta nocturna... si bien lo normal es el buen tiempo.

El faro
Claro que aún era mejor esa época en la que se podía llegar en tren hasta la vieja Gare du Midi, tras hacer transbordo en La Négresse, pero me conformo con cualquier otro medio de transporte, siempre que me permita estar antes del mediodía frente a la Mairie, hacerme una foto con el reloj al fondo y, después, disfrutar de una buena comida en Chez Albert y un agradable paseo por el Port des Pécheurs.

Y es que lo que tiene Biarritz no lo tiene ningún otro sitio en el mundo.

Biarritz ha sido importante en muchos momentos de la historia, pero lo más memorable tuvo lugar a principio de los años setenta del pasado siglo. Y el mejor año de todos fue, con diferencia, 1973.
Su segundo gran hotel, el Hôtel du Palais, es extraordinario, como también lo es, en otra escala, el muy recomendable Château du Clair de Lune, situado a muy poca distancia del centro. Y digo esto porque, sin hacer menosprecio a la imperial residencia de Eugenia de Montijo, no tengo la menor duda de que el hotel más especial de la villa fue el modesto y tristemente desaparecido Lou Coufidou.

Quien piense que Biarritz es un lugar como cualquier otro está muy confundido. Pasar el invierno allí es modificar el concepto universal del tiempo. Y no para hacer algo tan vulgar y reiterativo como viajar a través de él, no. Eso ya está muy visto (como dijo aquel castizo madrileño a la señora que protestaba por las apreturas del Metro, sugiriéndola que, en lugar de utilizar el manido taxi como medio alternativo de transporte, usara el entonces novedoso y cómodo microbús). Estar en Biarritz el 27 de diciembre, digamos, nos sitúa en una dimensión diferente. Una dimensión temporal imperturbable en la que, como cantan los versos del gran poeta contemporáneo, nos lleva a ese mundo lejano y silencioso que nos hace confundir los siglos con los días.

La sensación que nos invade es de eternidad, ya sea bajo el faro o tomando un gateau basque en Miremont. Moverse en un sentido u otro de la dirección del tiempo es fácil. Pero permanecer mudos y absortos, inmóviles en los brazos de un desorientado Cronos, solo es posible leyendo la rima LIII de Bécquer o soñando en Biarritz.

Biarritz en diciembre está a salvo de la maldad y nos permite escalar hasta las siempre escarpadas cotas de la verdad absoluta. Un paseo hasta Cambo para ver la Nive desde sus solitarias terrazas o una cena imaginaria en Le Patio, frente a la iglesia de Sainte-Eugénie, son imprescindibles para vivir cuarenta veces lo mejor de una vida cuya foto sigue visible desde todos los ángulos, por mucho que algún retrato se haya traspapelado temporalmente.

La Grande Plage
Y en ese cielo limpio de invierno, casi transparente, nunca he dejado de ver, año tras año, el rayon vert, justo un instante antes de que el sol de la tarde entregue su tributo diario de luz al mar, por detrás de su infinita línea recta. Lo he visto, incluso, cuando nadie era capaz de verlo.
Por eso sé que lo seguiré recibiendo en mi retina cada vez que esté en Biarritz en diciembre.
Aunque todos (o casi todos) hayan olvidado ya el nombre de su viejo alcalde y el de su ayudante. Es fugaz la memoria de los hombres.

Me gusta pasar el invierno en Biarritz.

martes, 10 de diciembre de 2013

La nieve en Gstaad

Nadie puede negar que en los Alpes existe una muy variada oferta de estaciones de esquí, a cual más atractiva para el amante del deporte de la nieve. Además, muchas de ellas se convierten en verano en una excelente alternativa al turismo de playa, con la ventaja de que a sus impresionantes paisajes hay que añadir una tranquilidad de la que suelen carecer la mayoría de los destinos de la costa.

El valle de Gstaad
Son muchas, como digo, las estaciones alpinas, algunas nacidas recientemente, con instalaciones modernas y bien dotadas de servicios. Pese a ello, yo no puedo seguir teniendo devoción por las clásicas. Tal vez ya no sean las mejores, pero a mí me sigue pareciendo que lugares como, por ejemplo, Cortina d'Ampezzo, Zermatt, Megève, Lech, St. Moritz, Chamonix o Gstaad tienen algo diferente al resto.
Todas ellas gozan de una personalidad propia que las eleva (valga la redundancia topográfica) por encima de las demás.

Hoy hablaremos de Gstaad. Una de mis favoritas.

Los últimos rayos del sol
A Gstaad se llega muy cómodamente desde el aeropuerto de Ginebra en tren. Sin salir del aeropuerto tomaremos uno de los eficientes y puntuales ferrocarriles suizos hasta Montreux, donde deberemos hacer transbordo para subirnos al fantástico MOB (Montreux-Oberland Bernois), un pequeño tren panorámico que nos llevará hasta Gstaad, a través de los increíbles paisajes nevados del valle de Saane.

El MOB nos deja en la bonita y céntrica bahnhof de una de las estaciones de esquí más elegantes del mundo: Gstaad.

Tras unos pasos nos encontramos con un pueblo peatonal y, en consecuencia, tranquilo, cuya calle principal (casi siempre cubierta de nieve en invierno) es una auténtica maravilla, como lo es todo el valle.

Pocas, pero elegidas tiendas; el salón de té Charly's, frente a la pista de hielo; discretos bares de montaña, hoteles y restaurantes... más unas cuantas casas de piedra y madera a ambos lados de la Promenade (el paseo central), nos trasladan a uno de esos lugares ideales e imaginarios que solo parecen existir en las películas navideñas americanas. 
Sin embargo, todo es real. Y, al caer la tarde, los reflejos de las luces sobre la nieve que cubre tejados y suelo, una vez desparecidos los paseantes que antes transitaban la pequeña villa, convierten la escena en un permanente e intenso sueño alpino. 


Cae la tarde en Gstaad
El gran hotel de Gstaad es el Palace.
Un verdadero palacio que emerge sobre el pueblo, ofreciendo espectaculares vistas de los Alpes desde todas sus habitaciones.
Aquí el lujo alcanza, sin duda, su más alta cota. Nadie puede discutirle su abrumadora supremacía frente a cualquier otro establecimiento hotelero, pero no es necesario estar alojado en él para disfrutar al máximo de Gstaad, aunque nunca está de más una sesión de après-ski tomando el té en uno de sus salones.

Con permiso del Palace, el hotel que más me gusta de Gstaad es el Olden. Una bellísima y antigua casa tradicional suiza, muy confortable y situada en plena Promenade

Hotel Olden
Su bar (en el que también se puede comer) es un acogedor salón con mesas repartidas alrededor de una gran chimenea de la que uno no quiere separse nunca.

Hay muchos restaurantes, claro (los mejores en el Palace, como el Gildo's o Le Grill), pero mal puedo yo recomendarlos si casi siempre acababa cenando en el Olden, después de pasear bajo las estrellas.





En las pistas
De día, lo normal es comer en las pistas. La comida allí suele girar alrededor de apetecibles raclettes y fondues que saben mucho mejor gracias a las impresionantes vistas de las blancas montañas que nos envuelven.
Las pistas son amplias y cómodas, con excelente servicio de remontes y cabinas, como es habitual en Suiza. 
Por supuesto, tampoco faltan otras bajadas más complicadas, que hacen las delicias de los esquiadores muy experimentados.
Yo no he subido a la zona de Glacier 3000 (la más alta de las esquiables), pero de las que conozco, el área que más me gusta es la de Eggli-La Videmanette, con largos y muy agradables descensos por enormes pistas que te llevan de vuelta a Gstaad, a Saanen o a Rougemont.


Aún no he tenido la suerte de visitar el valle en la temporada de verano pero, por su geografía privilegiada, me parece evidente que Gstaad sigue ofreciendo experiencias memorables, así como excursiones que, como es lógico, resultan imposibles durante el invierno, como la que puede realizarse al lago de Lauenen, a escasos kilómetros del pueblo y que tiene tanta fama por su singular belleza que estoy deseando encontrar una ocasión propicia para poder disfrutar de sus paisajes en directo.

Lago Lauenen
También goza de gran prestigio el torneo de tenis que se celebra sobre tierra batida cada mes de julio, nada menos que desde 1915, y que ha tenido ganadores tan importantes como Federer, Emerson, Edberg, Nastase, Vilas... y un buen número de tenistas españoles (Gimeno, Sánchez Vicario, Bruguera, Costa, Mantilla, Corretja, Almagro y Granollers).

La Grande Terrasse del Palace, cerrada durante el invierno, es otro de los atractivos locales en el estío. Desde la inauguración del hotel, que acaba de cumplir un siglo en 2013, han pasado por ella los más famosos personajes del cine, la música, las artes y, por supuesto, las finanzas y la política. Hubo una época en la que, en determinados círculos, se decía que uno no era nadie en esos mundillos hasta que no había pasado una velada en Le Grand Restaurant o La Grande Terrasse del Gstaad Palace... 

Hoy parece trasnochada esa afirmación, pero, por mucho que el mundo haya cambiado, la nieve en Gstaad sigue teniendo un poder de atracción al que merece la pena sucumbir.

El Gstaad Palace en los viejos tiempos







domingo, 1 de diciembre de 2013

El Prater de Viena

Viena es una ciudad elegante, sobria, culta y limpia. Su conservador espíritu, defensor a ultranza de las tradiciones, está presente en sus instituciones, en sus bellos palacios y en la propia fisonomía urbana. Y sus habitantes, como no podía ser de otra forma, son educados y orgullosos herederos de su historia.

Viena desde el Prater
Es obvio que intentar hablar de la ciudad de Viena sería desproporcionado para la obligada brevedad de un comentario en un blog como este.
Así que dejaremos a un lado sus magníficos monumentos, su Wiener Staatsoper (en el que tuve la suerte de ver al siempre extraordinario Juan Pons cantando La Forza del Destino, sentado en el mismísimo palco real del teatro), el Musikverein (allí pude escuchar a la gran Filarmónica de Viena, dirigida por Claudio Abbado) y muchos otros fantásticos lugares de una ciudad con tanta historia como amor por la cultura, para centrarnos en el célebre parque de la ciudad, el Prater, en el que se alza uno de los grandes símbolos de Viena: su noria gigante (Riesenrad).

Cabinas de la noria de Walter Bassett
El Prater tiene unos primitivos y muy lejanos orígenes  como terrenos de caza. Primero en manos de la nobleza y, luego, de los propios emperadores. Fue a mediados del siglo XVIII cuando José II decidió abrir al público esta propiedad imperial y comenzaron a desarrollarse las primeras instalaciones de lo que hoy es el parque de atracciones Wurstelprater.





Un rincón del Prater
Los vieneses afirman que se trata del más antiguo del mundo, aunque el Bakken danés (no el Tivoli, que es algo posterior) asegura que ese honor es suyo.

Este gran parque y lugar de esparcimiento tradicional de los vieneses es, claro está, mucho más que unas cuantas atracciones mecánicas (hay unas doscientas cincuenta abiertas al público en la actualidad y muchas de ellas conservan ese estilo vintage que es la esencia del Prater), aunque su noria, construida en 1897 por Walter Bassett, sea realmente de las primeras y estuviera considerada, durante mucho tiempo, como una de las más altas en funcionamiento.

Carrousel de 1897
Aunque su espacio se ha ido reduciendo de forma progresiva a lo largo de los años, debido a grandes instalaciones y nuevas vías de comunicación, como autovías, el estadio Ernst Happel (sede de la selección de fútbol de Austria y en el que, por cierto, España ganó la Eurocopa 2008) o un autódromo, sigue siendo un espacio verde amplísimo, junto al Danubio, en el que se puede hacer casi de todo.
Está atravesado por una gran avenida, la Hauptallee, por la que se puede andar, correr y montar en bicicleta o a caballo. A ambos lados de ella nos encontraremos con todo tipo de posibilidades, incluyendo museos, piscinas, hipódromo y campo de golf.

Comer o tomar algo en el Prater es no solo posible, sino muy recomendable. Muchos restaurantes, bares y cafés están repartidos por todos los rincones del parque.

Riesenrad
Probablemente, el más conocido es el Eisvogel, una vieja  casa de huéspedes (stadtgasthaus), que abrió por primera vez sus puertas en 1805 y que se ha convertido en uno de los locales clásicos de la buena cocina vienesa.
Tampoco hay que olvidarse del Schweizerhaus, aún más antiguo, con un gran jardín y perfecto para tomarse un excelente codillo, regado con buena cerveza. Una verdadera institución.
Otro que me gusta es el Altes Jägerhaus (la casa del cazador), un bonito caserón, en pleno campo, bajo grandes árboles y, por supuesto, con un agradable jardín, que albergó, en su día, las caballerizas imperiales y a la numerosa servidumbre del emperador en sus frecuentes correrías cinegéticas.


Hauptallee
No creo que nadie que visite Viena deba dejar de pasar un día en el Prater, sobre todo en los meses de mejor clima, porque es difícil entender el espíritu vienés sin montar en una de las cabinas de su gran noria. Tampoco se entendería, claro está, sin tomarse un café acompañado de una buena ración de tarta de chocolate en el Hotel Sacher, que me sigue pareciendo el mejor de la ciudad, por mucho que el Imperial y otros lujosos hoteles, como el Ritz-Carlton  o el Steigenberger estén inútilmente empeñados en disputarle el puesto.

Ahora bien, si algo me parece inseparable del Prater y, en especial, de su noria gigante, es la gran película de Carol Reed, protagonizada por Orson Welles y Joseph Cotten, El tercer hombre.

Cotten y la noria ("El tercer hombre")
La gran película del director británico nos presenta una Viena en blanco y negro, destruida por la guerra y ocupada por los aliados, muy distinta a la que todos conocemos hoy, si bien muchos de los lugares que en ella aparecen siguen existiendo en nuestros días. Una sensacional fotografía (Robert Krasker) y la inolvidable música de Anton Karas y su virtuosismo con la cítara, contribuyen, más que notablemente, a completar la impecable dirección de Reed y el gran trabajo de todos los actores, incluidos los secundarios y la excelente y misteriosa protagonista femenina, Alida Valli, que nos ofrece una escena final memorable.

Para mí, El tercer hombre y Viena/Prater están tan unidos que no soy capaz de separarlos en mi recuerdo. Y no debo ser el único que piensa así, ya que la existencia en Viena del Museo del Tercer Hombre parece confirmar esta teoría. Visitarlo es una oportunidad única para la legión de seguidores de esta gran película. 

Cotten y Welles en la cabina ("El tercer hombre")
Otra visita obligada es el Cementerio Central de Viena (Zentralfriedhof) que, aparte de acoger en su recinto a los Beethoven, Brahms, Gluck, Schubert, Strauss y otros genios de la música, fue donde se rodó la escena final de la película, en la que Anna (Alida Valli) abandona el cementerio, tras el entierro de Harry (Orson Welles), pasando impertérrita ante un Holly (Joseph Cotten) que se limita a aceptar la voluntad del destino encendiendo, parsimonioso, un último cigarrillo, mientras sigue sonando la cítara de Anton Karas y la pantalla funde a negro.

El Prater es parte sustancial del alma vienesa. Quien no ha paseado bajo sus árboles, tomado una cerveza viendo girar su vieja noria y montado en una de sus quince cabinas originales para ver desde sus sesenta metros de altura la perspectiva de la ciudad, no puede conocer Viena.

Viena desde la cabina de la noria



miércoles, 20 de noviembre de 2013

Fuencarral Street

Plano de Texeira (1656)
Hay quien dice que la calle Fuencarral de Madrid es la heredera de la londinense Carnaby Street como la reina europea de la moda alternativa, pero la verdad es que la gran explosión comercial de Carnaby se produjo en los años 60 del pasado siglo, mientras que el desarrollo mercantil de la calle madrileña comenzó casi desde sus orígenes como vía de salida de la nueva capital del reino hacia los pueblos de la sierra.

Ya en el célebre plano de Texeira, que data del año 1656, aparece la calle de Foncarral como una de las principales para acceder al centro de la villa. Su trazado (entre la Puerta de los Poços de la Nieve, que daba paso al Camin de Foncarral, y Iarred de SLaus) indica la importancia comercial de una arteria con mucho movimiento de personas y mercancías.

Templete de la Red de San Luis
Mucho después, a principios del siglo XX, la construcción de la Gran Vía acortó la calle, eliminando su primer tramo (junto a la Red de San Luis, cuya Fuente de los Delfines fue sustituida por el templete del Metro de Antonio Palacios) para dejar sitio a la nueva avenida y al que fuera el edificio más alto de Madrid entre 1929 y 1953, el de la Telefónica, que también fue uno de los primeros rascacielos de Europa.
Desde entonces, la calle de Fuencarral nace, precisamente, junto a este gran edifico, símbolo del nuevo Madrid del siglo XX, y aunque hoy llega hasta la glorieta de Quevedo, es bien sabido que durante muchos años la calle terminaba en la Puerta de los Pozos de la Nieve (en la actual glorieta de Bilbao), que se llamaba así por estar allí situados los grandes depósitos de nieve y hielo que abastecían a toda la ciudad y que estuvieron en funcionamiento desde su creación en 1607, hasta que fueron cerrados en 1863.


Portada del Real Hospicio de San Fernando

Pero volvamos a nuestros días. Hoy, la calle tiene tres edificios muy importantes: el de la Telefónica; el que fue Real Hospicio de San Fernando (que ahora es el Museo de Historia de Madrid y conserva en su interior la impresionante maqueta de León Gil de Palacio), cuya fachada barroca de Pedro de Ribera justifica, por sí sola, un viaje y la magnífica sede neoclásica del Tribunal de Cuentas, edificio construido en 1863, justo frente al viejo hospicio.
Mención aparte merece la pequeña y singular capilla de Nuestra Señora de la Soledad, en la esquina con Augusto Figueroa, donde fue asesinado el teniente Castillo en vísperas de la guerra civil.

Desde su cruce con Hernán Cortés y hasta la Gran Vía, la calle de Fuencarral es peatonal, lo que ha contribuido a mejorar notablemente el moderno ímpetu comercial de una zona de Madrid que ya es protagonista de casi todas las guías turísticas que hablan de la capital de España. 
En esos días en los que la ciudad parece desierta, el mejor antídoto contra la soledad es un paseo por Fuencarral. Encontrarás gente animada, de todas las nacionalidades, estilos y edades, con predominio, desde luego, de jóvenes de espíritu. 

Relojería Coppel
A principios del siglo XX, esta calle era una sucesión de negocios y comercios, muy frecuentados por el público madrileño. La famosa relojería Coppel, la fábrica de jabones y despacho de aceite La Moderna, el bazar Orsolich ("Todo a 65 cts.") o la prestigiosa casa de pianos Hazen eran algunos de los muchos establecidos en ella.
Unas décadas más tarde, en los años 50 y 60, la calle de Fuencarral era conocida en todo Madrid por sus zapaterías: Geltra, La Bruja (mi favorita, con dos tiendas), La Corona,  Gilton, Rodríguez, La Irunsheme, Asensio, De Pablos, Domus Aurea... y solo menciono las del primer tramo, entre la Gran Vía y Pérez Galdós (una corta callecita repleta de buenos bares de tapas).

La Telefónica, recién terminada
Pero en esos años, la calle tenía mucho más que zapaterías: las veteranas relojería Coppel (ahora con su tienda modernizada) y el bazar Orsolich continuaban en activo; la Sastrería Butragueño, que hizo célebre su eslogan "Para otoño madrileño, gabardinas Butragueño"; la perfumería Arjona; las ferreterías Fuencarral y Subero (esta última abierta hasta hace muy poco tiempo); la mercería El Tirón;  la bombonería La Guinda; varias joyerías, camiserías y sastrerías; la tapicería Lujoma; la magnífica tienda de ultramarinos El Cafeto, que tenía su propia marca de café ("El torrefacto El Cafeto, ¡ay! a quién no le gustará...") y hacía esquina con San Onofre, justo a la famosa peletería del mismo nombre (San Onofre); la otra peletería, Sonsoles, que más tarde cambiaría su nombre por el de Kaikuk, tras quedarse con el local Francisco Colás Tejedor; la tienda de telas Minué, cuyo dueño solía estar de pie en la puerta, junto a la calle de Pérez Galdós; la ortopedia de Antonio Queraltó, que, en su día se llamó La Estrella Roja, como la que fundase su padre en Sevilla; Fraguío, mi juguetería preferida; la farmacia del licenciado A. de Torres, con su fiel encargado y practicante, Julián; Hazen, que continuaba alquilando y vendiendo los mejores pianos del mercado; la papelería, imprenta y juguetería El Pensamiento...

El Cafeto
Y, aunque ya está cerca de Quevedo, en la zona "nueva" de la calle, el Bazar Matey, una de las mejores tiendas de modelismo, trenes eléctricos, miniaturas de coches, soldados y otros juguetes de colección, todos muy bien seleccionados, se mantiene en continua actividad desde hace más de setenta años, aunque su "hermana", la librería-papelería del mismo nombre, ya es historia.

Tres grandes almacenes, al menos, tuvieron su sede en la calle de Fuencarral, entre Gran Vía (que en ese tiempo se llamaba avenida de José Antonio) y la glorieta de Bilbao: Eleuterio, en la esquina con Infantas; San Mateo ("Si no lo veo no lo creo...") y Mazón, cuyo extraordinario edificio, inaugurado en 1953 (de Secundino Zuazo y Antonio de la Vega), fue derribado para dejar su lugar a otro nada interesante por su arquitectura, pero que albergó al famosísimo Drugstore Madrid, primer establecimiento de la ciudad que abría, ininterrumpidamente, veinticuatro horas. El local lo ocupa hoy un VIPS.

Por lo que no fue nunca famosa la calle de Fuencarral fue por sus bares y restaurantes, con algunas honrosas excepciones, eso sí. 
En el primer tramo existió el bar Huertas, además del Salón Italiano de helados que aún está abierto. Frente a San Mateo estuvo un restaurante bien conocido: La Criolla, donde se cuenta que Fraga se reunía con los periodistas una vez al mes.

El café más concurrido de la calle y uno de los más antiguos de Madrid (fundado en 1887), en el que mi abuela Amparo (una mujer más que avanzada para su época) tenía todas las tardes su tertulia, es el Café Comercial. Se encuentra en la misma esquina de la glorieta de Bilbao, donde estuvieron los antiguos Pozos de la Nieve, y cuenta con gran tradición literaria muy vinculada a la poesía.
Más arriba, en la zona de los cines: Bilbao, Roxy A y B, Proyecciones, Paz y Fuencarral (algunos ya desaparecidos), sobreviven un Viena Capellanes con una bonita fachada de madera y la que fue famosísima cafetería Somosierra, muy conocida por sus tartas heladas. Casa Luciano y sus bocadillos de calamares desaparecieron, al igual que la repostería La Favorita.

Ilustres personajes de todas las épocas tuvieron su residencia en la ajetreada calle. Desde Cánovas del Castillo hasta Goya, pasando por el afrancesado Moratín, Pérez Galdós, el Sr. Pellico o la cantante Adelina Patti, El Ruiseñor de Madrid.

Dragón de Taiwan Bird SB
Por ella bajaron las tropas de Napoleón, el dos de mayo de 1808, para sofocar la rebelión de los madrileños y también tuvo su propia crónica negra, a causa del famoso crimen cometido en el año 1888. La sociedad bohemia Taiwan Bird SB se fundó allí en 1964 y tres de sus cuatro miembros de honor nacieron y vivieron en la calle de Fuencarral.

Grandes artistas, empresarios y profesionales de toda índole tuvieron sus despachos, talleres o estudios: fotógrafos como Alfonso y su maestro Manuel Compañy; el taller joyería de Luis Fernando Valentí Sanz de Madrid, el estudio del gran dibujante y arquitecto Arturo, Duque de Gastronia; la legendaria Editorial Mariflor; la agencia Miservicio, pionera del servicio doméstico moderno; el pequeño colegio de San Antonio (no confundir con el cercano y grande San Antón); Celestino, el vendedor de cupones; el enorme gimnasio del caserón del número 43, en cuyo patio interior crecía un enorme árbol; el taller de Herraiz, las grandes especialistas de vestidos de primera comunión, en el 36/38; el Instituto Nacional de Publicidad y la Escuela Oficial de Publicidad (de la que tantos grandes publicitarios han salido), ambos en el moderno edificio del número 45...

El Mercado de Fuencarral

El cambio a la nueva era lo protagoniza el Mercado de Fuencarral, un centro comercial de moda alternativa, inaugurado en 1998 en unos grandes locales del número 45 de la calle, que llevaban tiempo cerrados, tras la desaparición del muy popular en su día Cupón Hogar Moderno.

Ya desde unos años antes, las desaparecidas tiendas de los pasados años de esplendor comercial estaban dando paso a las de tendencias más modernas y actuales, que huían de la moda convencional que se imponía en otras zonas de la villa del oso y el madroño (y del dragón, que también estuvo en el escudo madrileño).

Siguiendo esta imparable actividad, directamente vinculada con una forma diferente de concebir la moda y la propia experiencia de ir de tiendas, no hay marca que quiera identificarse con este nuevo espíritu que no quiera estar presente en una calle que está a la vanguardia de Europa. 
Su situación privilegiada, como eje divisorio de los barrios de Malasaña y Chueca, en pleno centro histórico de Madrid, contribuye a definir su estilo único y personal, distinto de todo lo que hasta hace unos pocos años se conocía en el mundo de la moda.

Cuando el primer tramo de la calle se hizo peatonal, en 2009, se acabó de consolidar como lo que estaba destinada a ser: el corazón de la nueva cultura urbana, alternativa, espontánea y libre.

No soy capaz de enumerar los comercios de todo tipo que hoy llenan una calle permanentemente viva y bulliciosa, pero si buscas algo que no está en Fuencarral es que, probablemente, lo que estás buscando no merece la pena.

No hay otra calle igual en Madrid. Y dudo que la haya en ningún lugar del mundo. Nueva y rebosante de historia, arraigada en sus raíces originales y orientada hacia un futuro que ya es presente en ella.  

Centro de las miradas de sus imitadoras europeas, ahí sigue observando, dinámica e impertérrita, como pasa la vida junto a sus muchos edificios del siglo XIX. Una vida que fluye sobre su calzada como la sangre de la villa de Madrid por su gran arteria centenaria: la calle de Fuencarral.















domingo, 17 de noviembre de 2013

Korcula, ¿la ciudad de Marco Polo?

Toda la costa dálmata nos ofrece islas y paisajes extraordinarios que, unidos a la suavidad de su clima, a la transparencia de sus aguas y a la amabilidad de sus gentes, convierten a esta parte de Croacia en uno de los destinos turísticos más atractivos para quien busca una naturaleza que conserva lo mejor de sí misma, sin tener que salir de Europa.

La ciudad de Korcula en nuestros días
La proximidad de las islas al continente es otra gran ventaja, ya que permite llegar a la mayoría de ellas tras un viaje corto y cómodo desde diferentes puntos de la costa.

Los mapas dicen que hay casi mil doscientas islas en Croacia, de las que solo están habitadas sesenta y seis. Y algunas, desde luego, por una población muy pequeña.
Entre ellas, varias son bien conocidas por todos: Brac y su famosa playa de Zlatni Rat, Hvar y sus campos de lavanda, Mljet y su inmenso parque natural, Lastovo, Vis...
La misma vista a finales del siglo XIX
Me resulta muy difícil destacar unas sobre otras, ya que cada una de ellas tiene una acusada personalidad y todas merecen ser visitadas, pero ahora voy centrarme, sin que ello se interprete como una falta de aprecio a las demás, en una de las que cuentan con una historia de mayor relevancia: Korcula.

Korcula (pronúnciese Córchula) es el nombre de la isla y el de su capital, una bellísima ciudad amurallada que domina el estrecho que la separa de la península de Peljesac.
Su belleza y estilo urbano, sumados a su particular disposición defensiva sobre el mar y su bien conservada muralla, han hecho posible que sea conocida popularmente como la pequeña Dubrovnik.
El resto de la isla también es digno de visitar, pero si disponemos de poco tiempo (algo, por desgracia, bastante habitual en nuestra época), lo mejor es concentrarnos en la vieja ciudad y sus muy bonitos alrededores.

Korcula en 1486
Como es fácil de comprobar por las imágenes que se conservan, Korcula ha cambiado muy poco de aspecto con el paso de los siglos, lo que contribuye, en gran medida, a su indiscutible atractivo para el viajero actual.

Llegamos a Korcula en el ferry que cruza el estrecho desde Orebic, un pequeño pueblo costero de la península de Peljesac, que mira hacia el Adriático, con sus espaldas protegidas por el imponente monte de San Elías.
Durante el corto viaje ya habremos disfrutado de las primeras vistas de la vieja ciudad fortificada, cuyo curioso diseño urbano, con calles en forma de espina de pez, permite la circulación del aire por ellas, evitando los vientos fuertes.

Toda Korcula es una ciudad de piedra peatonal, muy bien conservada a través de los siglos. La primitiva colonia griega fue dando paso a otros asentamientos y conquistas posteriores, pero fue bajo en dominio veneciano cuando la ciudad alcanzó su máximo esplendor.
Según cuenta la tradición local, aquí nació Marco Polo y se puede visitar la que dicen que fue su casa.

Korcula y el archipiélago Skoji        

Especial mención merece la vista desde el campanario de su catedral, San Marcos. Subiremos por sus empinadas escaleras, tras haber paseado por las calles empedradas y descansado en alguna de las pequeñas plazas del interior del recinto amurallado, al que se accede por una impresionante escalinata que llega hasta la puerta principal de la ciudad, presidida por la imagen en relieve del león alado veneciano.

Los habitantes de la isla están muy orgullosos de sus vinos, bien conocidos en toda Croacia, y también de sus tradiciones folclóricas, como los bailes de espadas conocidos como Moreska, que datan del siglo XV y parecen ser una tradición de origen español (a mí me recuerdan a las fiestas levantinas de Moros y Cristianos, por las que reconozco no tener una especial devoción).

La muralla de la ciudad vieja
Pasear junto a la costa cercana a la ciudad vieja nos brinda la oportunidad de disfrutar de unas vistas extraordinarias que, a la caída de la tarde, son verdaderamente magníficas, en especial las que se presentan ante nuestros ojos desde el oeste, con el sol iluminando por la tarde la muralla y el puerto.

Solo hay un hotel bueno en Korcula, pero es excepcional. Se trata del Lesic Dimitri, un palacio antiguo y singular, situado en pleno centro y tan discreto por fuera como lujoso por dentro. Alojarse en él es una experiencia que no olvidaremos. Una opción más barata es el Korsal, junto al mar y muy cerca del puerto. No es comparable al Lesic Dimitri, pero sus habitaciones tienen unas estupendas vistas y está en primera línea, con una pequeña playa de agua transparente frente a su terraza.

La terraza del Lesic Dimitri
El paseo que bordea la muralla, al este de la ciudad antigua, está lleno de restaurantes con terrazas sobre el mar. La mayoría de ellos tienen una situación privilegiada, bajo los grandes pinos que dan sombra a las mesas durante el día, enmarcando el panorama del estrecho, la península y algunas islas cercanas, pero solo dos tienen la calidad que merece una situación tan privilegiada: el del Lesic Dimitri y su vecino Filippi (que, en mi opinión, es aún mejor, siendo los dos excelentes).
Una cena en cualquiera de ellos, siempre, a ser posible, en una de las pocas mesas de la primera línea, a pocos pasos de la casa natal de Marco Polo, eleva a la categoría de perfecto un día feliz en Korcula.

Vela Sestrica
El otro gran atractivo de Korcula es el archipiélago de Skoji. Un grupo de pequeñas islas e islotes que se extienden entre Korcula y Lumbarda, un pequeño pueblo marinero situado en el extremo oriental de la isla de Korcula.
Navegar por ellas es un placer inmenso. Cualquiera puede, por un precio muy razonable, alquilar una pequeña barca con motor para moverse libremente sobre las azules aguas de Badija, Vrnik, Planjak, Kamenjak...

Mi barca en Korcula
Echar el ancla y nadar frente al viejo monasterio franciscano de Badija, en un agua templada y cristalina, o atracar en su pequeño espigón para bañarse en una de sus playas solitarias, entre pinos y ciervos, es un placer casi imposible de superar, al que contribuye con eficacia el intenso azul del mar, la frondosidad de sus bosques, sus cielos limpios y, en suma, la dulzura de un paisaje detenido en el tiempo.







Badija
Me gusta mucho Korcula.
Su ambiente tranquilo, sus calles y casas de piedra, su mar... 

Y claro que tenemos pena al irnos, pero la esperanza de volver algún día nos ilumina el rostro mientras cruzamos el estrecho en nuestro viaje de regreso.

Es uno de esos viajes que siempre nos apetece repetir.