lunes, 29 de abril de 2013

El atolón de Bora Bora

No cabe duda de que la Polinesia Francesa es uno de los archipiélagos más atractivos del planeta. Sus islas y atolones están presentes en la imaginación colectiva desde que Gauguin los incorporase al mundo impresionista con su extraordinario y personal arte, que tanta huella ha dejado en la cultura europea contemporánea.

Bora Bora
Pero si Tahití, su gran isla, fue la que nos dio a conocer el universo polinesio, es Bora Bora la que mejor representa el espíritu de un archipiélago que, hoy, se identifica con el paraíso soñado del Pacífico. Ese lugar mítico y azul, que a todos nos envuelve con su manto turquesa cuando queremos imaginar a nuestro espíritu flotando en una laguna infinita y eterna.

Bora Bora cuenta con una pequeña pista de aterrizaje, construida, prácticamente, sobre el agua, a la que se llega en pequeños aviones desde el aeropuerto de Papeete, la capital de Tahití; a ser posible, tras haber cenado la noche anterior en uno de los sorprendentes puestos ambulantes del puerto, mientras vemos como atraca en sus muelles el famoso crucero Paul Gauguin.
Si la cena ha estado precedida por una refrescante cerveza en la impresionante cervecería Les 3 Brasseurs, donde es mejor decidirse por uno de sus productos artesanales que por la célebre cerveza local, Hinano (que también me gusta mucho, por cierto), la velada habrá sido perfecta.

Parau api (Gauguin)
Al llegar a Bora Bora, previa imposición del tradicional collar de flores, nos trasladarán, a nuestro hotel en un pequeño barco que atraviesa la laguna azul, ofreciéndonos en el trayecto unas más que magníficas y gratificantes vistas del monte Otemanu, que, desde sus más de setecientos metros, domina todas las perspectivas del atolón.
En Bora Bora hay unos pocos y muy exclusivos hoteles, todos ellos construidos en el más puro estilo polinesio, lo que quiere decir que están muy bien integrados en el entorno y ninguno de ellos desentona en la espectacular belleza azul de la isla.
Pero no todos son alojamientos de lujo, ya que hay muchas pensiones y posadas familiares que ofrecen una alternativa más económica y siempre atractiva. De ellas podemos destacar la pensión Bora Vaite, en Hitiaa. Pequeños hoteles como el Village Temanuata, en Pointe Matira, el Rohotu Fare Lodge, en Bahía Pofai, o el Blue Heaven Island, en el islote Paahi, son una opción intermedia muy recomendable.

Motu Tapu
De los grandes hoteles, yo me inclino por el Bora Bora Lagoon Resort que, sin ser el más lujoso, destaca por su cuidado y nada pretencioso estilo y ofrece, desde su privilegiada posición en el arrecife, las mejores vistas de la isla. Le Meridien Bora Bora es otro de los hoteles tradicionales preferidos por muchos visitantes, como sin duda lo es el Hotel Bora Bora, ahora perteneciente a la incomparable cadena Amanresorts, desde mi punto de vista, la mejor que en nuestros días existe en el Planeta Azul (cuya popular denominación tiene aquí más sentido que en ningún otro sitio).

Tiburones en el arrecife de Bora Bora
Lo mejor que se puede hacer en Bora Bora es descansar y disfrutar de la laguna, de los pequeños motus de arenas blancas y solitarias o de las maravillas subacuáticas del arrecife de coral... pero también son posibles otras actividades más intensas, como rodear la isla montados en una moto acuática o hacer una excursión para dar de comer a los tiburones, lo que se hace sin protección alguna y con la naturalidad de un niño que echa migas de pan a los patos en un estanque.

Como para ir a Bora Bora es necesario pasar por Tahití, yo recomiendo no dejar de visitar la cercana y mágica isla de Moorea, la hermana salvaje de Tahití, la isla del lagarto dorado, omnipresente en el panorama tahitiano y llena de un extraño romanticismo polinesio que nos impresiona y sobrecoge desde el primer momento. Los atardeceres con la silueta de Moorea al fondo son uno de los lujos a los que ningún viajero que llegue hasta estas lejanas latitudes debe renunciar.

Moorea
Es imposible marcharse de estas islas sin que te invada, inmediatamente, el deseo de volver... incluso el de quedarte en ellas para siempre. Como les sucediera a Cook, a Fletcher Christian, a bordo del HMS Bounty en 1788, y al propio Brando, que le dio vida en la pantalla en 1962.


No es fácil volver, porque las Islas del Archipiélago de la Sociedad, en las que se encuentran Tahití, Moorea y Bora Bora, están lejos de casi todo, pero en nuestros sueños nunca olvidados están tan cerca que basta cerrar los ojos para que el alma se nos inunde de su azul infinito.

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