martes, 2 de febrero de 2016

En la cuesta de las Angustias

El 22 de abril de 1953 fue el día más bonito del siglo. Quiso el destino, ese caprichoso azar que llamamos casualidad o fortuna, que en aquella mañana de primavera un joven, pero ya excelente pintor, estuviera junto a la centenaria ermita de la Virgen de las Angustias, retratando en su lienzo la cuesta más famosa de la ciudad de Cuenca. 
Cirilo, que así se llamaba el artista, no había nacido allí, sino en la villa de Vallecas, pero conquense era el origen de su familia y, sin duda por ello, se sentía especialmente atraído por la belleza de una ciudad que ni entonces ni ahora ha sido valorada tanto como merece.







Era una de esas mañanas luminosas en las que las renovadas hojas de los árboles parecían surgir de las poderosas rocas que protegen la 'bajada' a la ermita; ya que, en Cuenca, las subidas son bajadas, tal vez porque el natural optimismo de sus habitantes les hace ver el vaso siempre medio lleno y nunca medio vacío.
¿Quién tendrá hoy el cuadro que surgió de la paleta del gran artista vallecano?
El rincón le gustaba especialmente, como nos demuestra el dibujo que regaló a su amiga Menchu Gal, la primera mujer que consiguió el Premio Nacional de Pintura, allá por 1959.

Y también nos preguntamos quién sería el hombre tranquilo que bajaba (claro, bajaba) relajado por la cuesta desde la ciudad vieja. Lejos (en el tiempo, que no en la distancia, pues la vemos en la foto) queda la terrible leyenda de la Cruz del Convertido, con su zarpa del diablo grabada en una piedra que no solo ha resistido el paso de los años, sino, también, el vandalismo desenfrenado de los abruptos tiempos que corren para el arte, la tradición y la cultura.

A nadie que conozca Cuenca se le oculta que esta cuesta es uno de los parajes naturales más atractivos de los muchos que existen junto a un casco urbano que busca huecos imposibles entre rocas y ríos. Y un lugar descansado y solitario, en el que nunca suele haber exceso de visitantes, lo que le confiere un sabor más especial y auténtico.

No es de extrañar, por tanto, que el 22 de abril de 1953, Cirilo Martínez Novillo, uno de los más importantes pintores figurativos españoles del siglo XX, lo escogiera para inmortalizarlo con sus pinceles. Y, mientras lo hacía, Francesc Català Roca, otro gran artista y amigo, le fotografió para la historia.

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