jueves, 11 de diciembre de 2014

Navidad en Megève

Pasar las fiestas navideñas lejos de casa es un hábito que siempre me ha parecido muy prudente y recomendable.

El centro de Megève
Procuro practicarlo con tanta asiduidad como puedo y, puesto que ya he cumplido un buen número de años, he tenido oportunidades para hacerlo de muchas y muy diferentes formas.
Una alternativa razonable es viajar durante esas fechas tan entrañables (y, sobre todo, tan difíciles de soportar con un mínimo de serenidad y paz mental y estomacal) a una de esas ciudades que tienen, además de la ventaja de la lejanía, esa otra de proporcionarnos un entorno algo más atractivo, como pueden ser, por ejemplo, Nueva York, París o Venecia. 

Escudo de Megève
Ahora mismo sería incapaz de recordar todos los sitios en los que he pasado, al menos una parte de estas festividades que se hacen siempre tan largas y agotadoras cuando decides correr el riesgo de permanecer en tu habitat natural (algo que solo es recomendable si eres niño y, además, vives en los años cincuenta o sesenta del pasado siglo, lo que cada vez es más improbable que suceda), pero, desde luego, han sido muchos y diversos.
Guardo buen recuerdo de casi todos aunque, quizás, los mejores están vinculados al mundo de la nieve.


De entre todos ellos, quiero hoy destacar a un pequeño pueblecito de los Alpes que reúne unas características muy excepcionales: Megève.

La leyenda de Tirecorde

Megève es uno de esos pueblos de montaña que solo parecen existir en los cuentos o en el mundo del cine. 

Está situado entre dos valles, en la Alta Saboya francesa, y si bien su fundación original es atribuida a Muffat y Grosset, protagonistas de la antigua leyenda de Tirecorde, es la familia Rothschild la que, en la segunda década del pasado siglo, se decide a convertir Megève en un centro de vacaciones de invierno del más alto nivel, capaz de competir con las estaciones suizas más prestigiosas del momento.
Para llegar a Megève lo mejor es volar hasta Ginebra y, desde allí, viajar por carretera con uno de los numerosos servicios de coches o pequeños microbuses que conectan el aeropuerto con las diversas estaciones y pueblos de los Alpes franceses.
Una vez allí, el principal problema es decidirse por buscar alojamiento en el bello y apartado Mont d'Arbois o hacerlo en el centro del pueblo. Es una elección difícil, aunque para Navidad es mejor quedarse abajo, en ese pequeño y pintoresco núcleo urbano, que nos parecerá sacado de un relato navideño (de los de antes, claro).

En el Mont d'Arbois nos quedaremos en el Chalet du Mont d'Arbois o el La Ferme du Golf (en verano hay un bonito campo de golf junto a lo que en invierno son pistas de esquí).
El Chalet, de gran elegancia y perfectamente integrado en el estilo alpino, es la opción más cara, pero es realmente un sitio muy especial en todos los sentidos.
Y tampoco es mala alternativa La Ferme, más familiar y muy bien situada para quienes practiquen el esquí (y el golf en verano, claro). Madera por todas partes y una cuidada decoración crean un ambiente tradicional de montaña, en el que todos los detalles (incluida la comida) están cuidados.


El gran hotel del pueblo es Les Fermes de Marie. Un lugar tan excepcional que pertenece a ese elegido grupo de albergues en los que el lujo se siente por todas partes, pero no se hace ostentación de él. Lo sentimos, pero no lo vemos, como debe ser. Magnífico en todos los aspectos y a solo dos pasos de la plaza de la iglesia, en la que todas las navidades se coloca un abeto que completa un cuadro, generalmente nevado en esas fechas, que hace aún más perfecto el cuidado entorno de uno de los pueblos más bonitos que conozco en los Alpes. Está claro que Rothschild no eligió mal.

Navidad en Megève

Como es lógico, hay muchos otros hoteles, albergues y apartamentos en Megève, tanto en el centro como en los alrededores y la mayoría están bien cuidados, como corresponde a una estación de esquí tan exclusiva, pero que tiene la gran virtud de saber mantener, a la vez, un espíritu familiar que la hace muy acogedora para ir con niños, lo que, en Navidad, es siempre de agradecer. 

Para mí, uno de esos hoteles, especialmente bueno, pequeño y familiar es Au Coin du Feu.

Muy bien situado, en pleno centro y próximo al telecabina de Chamois, desde el que se accede muy fácilmente a la zona de Rochebrune, la más cómoda para esquiar cuando se está alojado en el centro del pueblo.
Por cierto que en la cota más alta de Rochebrune tenemos un veterano restaurante que es un clásico en Megève: L'Alpette.

Pistas y vistas
Situado a 1895 metros de altitud y con un panorama impresionante de los Alpes para disfrutar desde sus terrazas, L'Alpette es una visita obligada cuando se pasan unos días en Megève. Es un sitio perfecto para hacer un alto en la jornada de esquí, descansar un rato y comer bien en un ambiente que te traslada a aquellos lejanos años en los que apenas éramos unos pocos medio chiflados los que nos decidíamos a desafiar las más elementales leyes del equilibrio (y de la física, en general), llevando un par de tablones de madera bajo una botas atadas con cordones, que en nada se parecen a los modernos y sofisticados equipos de nuestros días.

El dominio esquiable de Megève es muy grande y, como es obvio, hay pistas para todos los gustos y niveles. También es muy recomendable su escuela de esquí, con varias sedes para que cada alumno pueda escoger la que le resulte más conveniente. Unas vacaciones en la nieve siempre suelen ser divertidas pero si, además, son en Navidad y en una estación tan bonita y con tanta clase como Megève, el acierto estará casi garantizado.


Vista nocturna de Megève
El viejo y repetido tópico de las navidades blancas se convierte aquí en algo que supera las expectativas de cualquier aficionado a la nieve e, incluso, de quienes solo buscan pasar unas fiestas con tranquilidad y muy alejados de los infinitos compromisos tanto sociales como familiares que acaban convirtiéndolas, casi sin remedio, en una verdadera pesadilla.


En Megève, el perfecto pueblo navideño de los Alpes, no correremos ese riesgo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cinco cuadros de París

Acabo de decidir irme inmediatamente a París.
Estaba leyendo mi correo cuando (ignoro el porqué) he recibido un mensaje de una prestigiosa galería de arte parisina, en la que me adjuntaban fotografías de unos cuantos cuadros famosos con vistas de la capital francesa. Viéndolos he recordado que hace, al menos, un par de años que no voy a París y, como es lógico, me he puesto un poco nervioso. 
He entrado en la página web de la Ópera de París y he comprobado que este fin de semana había una representación de La Bohème, circunstancia que ha despejado las pocas dudas que me quedaban. Mañana estaré junto al Sena, disfrutando de ese frío parisino que no suele faltar nunca en diciembre y que resulta tan apropiado para enmarcar el argumento de la gran obra de Puccini.

Estos son los cinco cuadros, responsables de mi impulsivo viaje a París.

Monet

Empezaremos por esta magnífica vista del muelle del Louvre, retratada por un joven Monet que, en sus primeros años de pintor, se sintió muy atraído por las vistas de su ciudad.

El cuadro, además de una extraordinaria obra de arte, es toda una crónica social del París de aquella época. Pintado en 1867, cuando el artista tenía 26 años, parece reflejar el ambiente de los alrededores del Sena en una mañana primaveral de domingo. Monet siempre merece un puesto de honor en cualquier lugar en el que se hable de arte y, mucho más, cuando se trata de su ciudad natal que, sin ninguna duda, fue la capital del mundo de la pintura durante el siglo XIX y buena parte del XX.

Maximilien Luce
Maximilien Luce quien es, también, parisino, es el autor del segundo óleo. 
Su estilo puntillista y lleno de rebosante colorido queda perfectamente reflejado en esta obra en la que nos muestra un paisaje otoñal, desde la orilla izquierda del Sena en el que destaca la grandiosa silueta de Notre Dame, vista desde el muelle de la Tournelle.
Luce fue un artista muy comprometido con la clase obrera y, al igual que Pisarro, estuvo vinculado al anarquismo activo. Gran parte de su obra presenta escenas de la vida cotidiana de los trabajadores, así como paisajes de barrios industriales. Un excelente pintor, menos conocido que otros contemporáneos suyos, pero autor de una obra cotizada e importante.

Johan Barthold Jongkind
Johan Barthold Jongkind fue uno de los precursores del impresionismo y evolucionó de sus orígenes románticos y del estilo clásico de la pintura tradicional holandesa de su época (1819-1891) hacia una pintura en la que el efecto de la luz juega un papel fundamental. 
Son bien conocidos sus óleos y acuarelas de la costa normanda, que tanta influencia tendrían en el propio Monet.
Este cuadro, fechado en 1884, nos permite recrearnos en un paisaje del Sena, con una perspectiva bien distinta de Notre Dame de la ofrecida por Luce, pero igualmente bella y luminosa. Un paisaje urbano, de singular atractivo, cuya profundidad transmite una serena imagen de la isla de la Cité.

Genin Lucien

Otro artista francés, aunque no parisino, Genin Lucien (1894-1953), es más un retratista de la vida urbana que un pintor de París, aunque esta ciudad está siempre presente en su obra. Vivió en Montmartre y en Saint-Germain, desgranando con sus pinceles los detalles de la vida de las gentes de la gran ciudad, que él haría suya muy pronto y de la que disfrutaría dejando para la posteridad unas imágenes brillantes, cargadas de ese alegre tinte naif y abocetado.
Esta plaza de la Madeleine es una buena muestra de su estilo alegre y urbano que, años después, sería imitado por muchos ilustradores, utilizando otras técnicas pictóricas más modernas. Parece indiscutible que Lucien fue un innovador que creó escuela.

Van Gogh
Para el final he dejado esta impactante vista de París desde Meudon, pintada por Van Gogh en 1886.
En ella, el dramatismo del cielo que anuncia el final del verano y el muy abigarrado conjunto que forman los tejados y las chimeneas parisinas, nos acerca al Van Gogh de los últimos años. 
Dicen que es la obra más impresionista del gran artista holandés y es probable que tengan razón quienes así lo aseguran. El cuadro está hoy en el Museo Van Gogh de Amsterdam y a mí me parece uno de los más notables paisajes de la gran ciudad, muy diferente a la mayoría de los perfiles convencionales que se nos suelen ofrecer de la capital francesa. Me gusta mucho.

Y, tras dar un último vistazo a estas cinco obras de arte en las que se nos muestra un París portador de intensa belleza, me reafirmo en la necesidad de emprender, cuanto antes, viaje hacia allí.

¡Hasta la vuelta!