Subir por el camino que conduce a las ruinas de Villa Jovis impresiona.
Hemos dejado atrás la pequeña y cosmopolita ciudad de Capri, con su discreto y blanco lujo, heredero de tiempos no tan lejanos, y nos vamos adentrando en un entorno casi silvestre, bajo un cielo siempre azul que sirve de bóveda protectora a la Via Tiberio, por la que seguimos ascendiendo tras rebasar la iglesia de San Michele della Croce.
El paseo es largo y nos lleva hasta lo alto de Monte Tiberio, la segunda mayor altura de la isla, solo por detrás de Monte Solaro, en Anacapri.
Villa Jovis, según el dibujo de Carl Weichardt |
A medida que nos acercamos a Villa Jovis, la villa de Júpiter, nos parece comprender al segundo emperador de Roma, quien durante sus últimos años prefirió el aislamiento de su retiro en Capri, al esplendor de la Roma imperial.
Hoy, transcurridos dos mil años, quedan unas notables ruinas de la que fue la mayor de las doce villas que Tiberio tuvo en Capri. Suficientes, al menos, para hacernos una idea de lo que era aquella lujosa residencia, sede permanente del emperador durante al menos diez años.
Desde ella se dirigió el destino de Roma, lo que casi equivale a decir que fue la verdadera capital del mundo civilizado, pese a la creciente dejadez de funciones administrativas de la que hizo gala en aquella década el hijo adoptivo de Augusto.
Sin duda, pese a no tener vinculación de sangre con su antecesor al frente del imperio, heredó de él su gusto por Capri. Con la diferencia de que, si bien Augusto no solo adquirió la isla, sino que la frecuentó durante casi cuarenta años, nunca llegó a establecerse en ella, como sí hizo Tiberio.
La situación de Villa Jovis, directamente construida sobre el gran acantilado que, mirando al este, se alza frente a la península de Sorrento, es impresionante. Podría decirse que única.
Allí Tiberio se sentía a salvo de cualquier peligro, algo que, sin duda, le llenó de incertidumbre en sus últimos años.
Sin embargo, cuando uno pasea entre las ruinas de Villa Jovis, parece evidente de que era algo más que el temor a ser asesinado lo que le llevó a tomar una decisión tan sorprendente para el máximo mandatario del mundo en el siglo I de nuestra era. Tiberio se sentía atrapado por Capri.
No es muy difícil imaginar lo que sentía cada mañana cuando los primeros rayos de sol entraban por los grandes ventanales de sus aposentos privados.
Allí era natural sentirse el dueño de cuanto habían creado los dioses.
Por cierto, especial impresión causa pensar que, en el año 33, mientras Jesús estaba muriendo en la cruz, Tiberio se encontraba, precisamente, allí, en Villa Jovis, ajeno por completo a un suceso que, sin aparente importancia, se producía en uno de los rincones de su vasto imperio...
Es indiscutible que la majestuosa villa que mandó construir Tiberio se alzó sobre una anterior, edificada en época de Augusto. Tampoco se le escaparían a 'descubridor' de Capri las singulares excelencias de su emplazamiento.
Lo que no se puede decir sin faltar a la verdad es que las vistas desde la villa sean inigualables. El cercano Salto de Tiberio, de tenebrosa leyenda, y la propia y muy próxima cima del monte que también lleva su nombre las igualan o, incluso las superan.
Cerca de la residencia imperial nos encontramos con la romántica Villa Lysis (La Gloriette), la singular propiedad del aristócrata y escritor francés Jacques d'Adelswärd-Fersen, que tantos escándalos provocó en su tiempo, hace ahora un siglo. Su historia es digna de conocerse y la villa en la que vivió y murió (dicen que se suicidó, aunque no es posible confirmarlo de forma fehaciente) merece una visita. Los efluvios del opio todavía se perciben, con un pequeño esfuerzo de la imaginación, al visitar la 'salita china'...
Golfo de Nápoles desde Villa Lysis |
Capri tiene grandes encantos, muchos de ellos evidentes y, otros (más de los que el viajero accidental llega a percibir), ocultos. Uno de ellos es sentir que desde la gran villa de Tiberio se dictaron los destinos de Roma mientras el hijo de un carpintero decía a sus discípulos en la provincia de Judea, mientras les mostraba la imagen del emperador en un denario: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". El 'César' era Tiberio y estaba allí, en Villa Jovis.
Denario con la efigie de Tiberio