El estuario del Tajo |
Lisboa es una de esas ciudades que siempre despiertan en el viajero los mismos sentimientos nostálgicos que le inundaron la primera vez que la visitó. Da igual que hayamos estado en ella en múltiples ocasiones... o solo en una. Lisboa nos recibe con esa reposada emoción, fruto de la profunda seducción que ejerce en los sentidos y de esa sabiduría milenaria que sigue aferrada a sus viejas piedras y a sus señoriales edificios.
Casa Balthazar |
A mí me gusta visitar Lisboa al final del otoño, cuando la ciudad rezuma melancolía y sus siete colinas parecen gigantescas dunas de plata, coronadas por rojos y escalonados tejados protectores. Y me gusta contemplarla desde los límites del Chiado, pues, desde allí, las vistas nos iluminan el espíritu.
Miradouro de Sâo Pedro de Alcántara |
Elevador de Glória |
Dentro del Elevador da Glória |
Seguramente por esa misma razón, mi hotel favorito es Casa Balthazar, algunas de cuyas amplias habitaciones nos ofrecen un panorama similar al del famoso miradouro de Sâo Pedro de Alcántara, al que se accede por el siempre atractivo Elevador da Glória, amarillo y lisboeta como ninguno. Luego, merece la pena pasear de vuelta al Chiado y tomar el aperitivo en A Brasileira (o, mejor aún, en la terraza de Benard, que tiene menos turistas y está un poco más retirada del ajetreo que nunca falta en la de su más popular vecino.
Un poco después (y tras visitar la librería más antigua del mundo –Bertrand– y comprar en ella el libro de Pessoa 'O que o turista deve ver'), conviene apresurarse por la calle Garrett (ya volveremos más tarde, con menos prisas) para llegar a tiempo al mejor (de lejos) restaurante de Lisboa, el Uma, donde por diez euros comeremos el más fabuloso arroz con marisco que la mente más fantasiosa pueda imaginar.
Y hay que hacerlo antes de que cierre de forma definitiva, que, por desgracia, me temo que no será dentro de mucho. Esa cazuela de arroz, repleta de langostinos, cigalas, buey de mar y unos cuantos mejillones justifica, por sí misma el viaje. Ir a Lisboa y no comer al arroz con marisco del Uma es uno de los pecados más atroces que se pueden cometer.
El restaurante, de aspecto modesto y nada atractivo, pasa desapercibido en la discreta Rua dos Sapateiros, una calle-oasis en pleno centro de la Baixa.
Y hay que hacerlo antes de que cierre de forma definitiva, que, por desgracia, me temo que no será dentro de mucho. Esa cazuela de arroz, repleta de langostinos, cigalas, buey de mar y unos cuantos mejillones justifica, por sí misma el viaje. Ir a Lisboa y no comer al arroz con marisco del Uma es uno de los pecados más atroces que se pueden cometer.
El restaurante, de aspecto modesto y nada atractivo, pasa desapercibido en la discreta Rua dos Sapateiros, una calle-oasis en pleno centro de la Baixa.
El arroz con marisco de Uma |
No hace falta, en consecuencia, comer en los famosos Belcanto, Alma o Pap'Açorda (por mencionar solo unos pocos) para disfrutar de los placeres culinarios de la capital en la que más tarde se pone el sol de la Europa continental. Pese a ello, cabe resaltar el gran progreso de los cocineros portugueses, en especial de los de la nueva generación.
En cualquier caso, como no solo de arroz con mariscos vive el hombre, deberíamos dejar el café para tomarlo en la Confeitaria Nacional (fundada en el año 1829 por Balthazar Roiz Castanheiro), un negocio familiar que hoy posee, asimismo, la ya mencionada Casa Balthazar y un moderno barco en el que se puede comer a bordo, mientras observamos la ciudad desde el Tajo.
Confeitaria Nacional |
Volviendo a las experiencias culinarias, debemos reseñar un descubrimiento muy digno de destacar en otra zona de Lisboa. Siguiendo la moda ya bien establecida en otras ciudades, los mercados se están renovando para ofrecer una alternativa moderna y más completa a la restauración convencional. Aquí nos estamos refiriendo, en concreto, al Mercado da Ribeira, un espacio singular y muy especial, en el que, respetando una amplia zona para la actividad tradicional de un mercado de productos frescos, ha convertido su enorme patio principal en un inmenso local en el que se ofrecen todo tipo de comidas y bebidas desde la mañana hasta la madrugada. El nuevo espacio, inaugurado en 2014, ha sido promovido por la revista Time Out, que ha convertido al que desde 1892 era el principal mercado de comida de Lisboa en un referente de modernidad para todos, y, muy especialmente, para los jóvenes.
Mercado da Riveira (Time Out Market) |
El resultado es espectacular, sobre todo cuando lo observamos desde el primer piso. Una iniciativa brillante desde el punto de vista arquitectónico que ya es uno de los centros de ocio preferidos de los lisboetas.
La diminuta Luvaria Ulisses |
Las ruinas del Convento do Carmo |
No es posible ser exhaustivo en la descripción del Chiado, de hecho pienso que intentarlo es contraproducente. Lo único que sirve es recorrerlo y, mejor todavía, vivirlo. Pasar de noche, por ejemplo, junto a las ruinas del Convento do Carmo, atravesando una plaza bella y silenciosa de regreso a Casa Balthazar, es algo que inspira a cualquiera, trasladando por un momento al paseante a la vieja Lisboa... la anterior al gran terremoto de 1755.
Teatro Nacional Sâo Carlos |
Sin salir del Chiado, una velada conviene reservarla para el Teatro Nacional Sâo Carlos, una pequeña joya de la música que combina una breve temporada lírica con otra sinfónica y escogidos conciertos de cámara. Muy agradable es la pequeña placita frente a su entrada principal, rodeada de restaurantes famosos (Belcanto, Alma) y otros menos distinguidos, pero llenos de encanto, como es el caso del Café no Chiado, de animada terraza asediada por el paso del tranvía, e interior con acogedor ambiente literario.
Café no Chiado |
Perdonará el lector que nos hayamos centrado tanto en un solo barrio de Lisboa (con un par de notables excepciones, eso sí), pero es que el Chiado da para mucho. Tiene, además, a los poetas y escritores de su parte y, pese al acoso comercial del que hoy en día adolecen casi todos los barrios históricos de las grandes capitales europeas, mantiene buenas dosis de su espíritu original, al menos en las épocas de menor afluencia de turistas, compradores compulsivos y noctámbulos bulliciosos. Y si, aparte de todo ello, consiguiésemos que cesasen definitivamente en su monserga los supuestos músicos callejeros que se empeñan en dar la tabarra a quienes solo buscan un rato de sosiego en la terraza de A Brasileira, junto a la estatua sedente de Pessoa (pobrecillo si quisiera en estos tiempos volver a su viejo café para relajarse y escribir), el encanto del corazón del Chiado subiría muchos enteros.
Lisboa vista desde Casa Balthazar |