Sin embargo, ningún otro centro alpino tiene el privilegio de reposar en un valle tan espectacular, bajo la protección del inmenso Mont-Blanc y encerrado entre dos impresionantes macizos montañosos que, cubiertos con sus blancos mantos de glaciares, casi parece que van a llegar a tocarse.
Chamonix y el Mont-Blanc |
Porque la gran virtud de Chamonix no es solo descansar al pie de la montaña más alta de Europa occidental (4.810 metros), cuna del alpinismo y una de las maravillas naturales más visitadas del mundo, sino estar inmersa en uno de los entornos más bellos de los Alpes.
El valle de Chamonix es tan atractivo en invierno como en verano y se puede disfrutar de sus montañas, actividades deportivas y paisajes en cualquier época del año.
El centro del pueblo es acogedor a todas las horas del día y no faltan en él tiendas, cafés, bares y restaurantes con una variada y excelente oferta, propia de ciudades más grandes, ya que no debemos olvidar que su población fija apenas supera los nueve mil habitantes.
Saussure y Balmat |
Allí se alza la estatua de los grandes pioneros de la conquista del Mont-Blanc, Horace-Bénédict de Saussure y Jacques Balmat, cuyas figuras en bronce señalan eternamente la cumbre que pisara por primera vez un hombre en 1786.
Mi excursión favorita es la subida a La Mer de Glace, el impresionante glaciar que extiende sus más de siete kilómetros de longitud entre los picos y agujas que se alzan al norte del Mont-Blanc. El tren de cremallera que parte junto a la estación de Chamonix y llega hasta Montenvers nos ofrece una perspectiva inigualable del mayor glaciar de Francia y uno de los más famosos del mundo.
Desde allí se puede tomar un telecabina y, a continuación, descender por una larga escalera de más de quinientos escalones hasta el propio glaciar e, incluso, introducirse en la gruta excavada en el hielo.
Pero si la contemplación de La Mer de Glace es imprescindible, no lo es menos la vista del Mont-Blanc desde las pistas de Brévent-Flégère, las más agradables de esquiar en Chamonix, tanto por el escenario como por su soleada orientación meridional. Y también merece la pena, si el día es despejado, subir hasta la Aiguille du Midi en el teleférico más alto de Europa, desde cuyo punto más elevado se tiene una privilegiada visión panorámica de buena parte de los Alpes, incluidos los suizos y los italianos.
Esquiando en Chamonix |
La comida en el valle de Chamonix suele ser muy buena, destacando las especialidades de la comida típica de la Alta Saboya. Mis restaurantes favoritos son Calèche, en pleno centro, y Le Carnotzet, en el cercano pueblo de Argèntiere, pero hay muchos que destacan por la calidad de su comida y su bonito ambiente alpino.
Lo mismo ocurre con la oferta hotelera, que es amplia y variada, pero si uno quiere encontrar un lugar diferente, no hay otra mejor opción que el magnífico Hameau Albert 1er, un albergue excepcional que cuenta con un muy buen restaurante y cuyo único pero es la proximidad de su entrada principal a la carretera, algo que, en cualquier caso, se olvida pronto al adentrarse en las tranquilas dependencias del conjunto hotelero.
A Chamonix se llega con mucha comodidad desde Ginebra, tanto en tren como por carretera, pero también es fácil acceder desde el Valle de Aosta, en Italia, a través de esa enorme obra de ingeniería (más de once kilómetros excavados en la roca) que es el túnel del Mont-Blanc, inaugurado en 1965 y reabierto en 2001, tras la terrible catástrofe ocurrida tres años antes. El túnel conecta Chamonix con Courmayeur, en la vertiente italiana del allí llamado Monte Bianco.
Insignia alpina de Chamonix |
Yo he disfrutado mucho en Chamonix, tanto en mis primeras visitas, ya lejanas en el tiempo, como en las más recientes, estas últimas siempre en plena temporada invernal. Hace pocos años pasé la Navidad allí, en una pequeña cabaña solitaria, próxima a Montroc (justo donde se produjo el trágico y conocido alud de 1999), y puedo asegurar que la experiencia de esos días en plena naturaleza, rodeado de nieve virgen por todas partes, es una de las más extraordinarias que he vivido. Tal vez son los recuerdos de estos cuarenta años que me separan de mi primer paso por el túnel del Mont-Blanc los que se reflejan en esa insignia de Chamonix que ya llevo por siempre prendida en el corazón.