El rumor de las olas se hacía insoportable para ella.
Era inútil, él también se había ido: huyó, remando con toda la fuerza de sus poderosos brazos de viejo marinero, mientras Galene intentaba gritar para decirle que no se fuera, que ella le quería, que daría cualquier cosa por viajar con él hasta el otro lado del océano, que cambiaría su alma por dejar aquella isla para siempre... pero no conseguía que saliera un solo grito de su garganta. Sin embargo, sus sollozos se convertían en un canto melodioso, armónico, de una belleza sublime...
Galene, la sirena, se volvió a quedar sola con sus lágrimas... y su destino.
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