sábado, 31 de agosto de 2013

Portofino y Mr. Aristoboulos

Cuando a principios de los años setenta, mi buen amigo Xavier González del Valle escribió aquel magnífico anuncio para el recién inaugurado Marbell Center, en el que Mr. Aristoboulos abandonaba a su mayordomo en una isla desierta por haber comprado en Portofino un cepillo de dientes que no era de cerda natural lapona, despertó mi interés por este pequeño puerto de Liguria.
Pronto fui a visitarlo y no solo no defraudó mis elevadas expectativas, sino que consiguió superarlas con creces.

Portofino
Desde entonces, nunca he dejado de visitarlo cuando, por un motivo u otro, paso cerca de Génova o Rapallo (lo que hago con menos frecuencia de la que me gustaría, por cierto).

Portofino, formado por un reducido grupo de casas de diversas tonalidades ocres y siena alrededor de su puerto natural, es uno de los enclaves más sofisticados y con más clase de la vieja Riviera
Y eso es decir mucho.
A la espalda del puerto, un monte del mismo nombre, cubierto de una espléndida vegetación, que forma parte del parque natural que lo protege, ayuda a conformar un paisaje de extraordinaria belleza que, desde tiempos remotos ha atraído a cientos de visitantes ilustres.
Villas junto al mar
Según Plinio el Viejo, se llama así como derivación de su denominación romana, Portus Delphini, que fue consecuencia de la gran cantidad de delfines que poblaban las aguas cercanas.

A la fama de Portofino, que apenas cuenta con algo más de medio millar de habitantes, han contribuido literatura (Frank Schaeffer), música (Fred Buscaglione) y hasta el cine (Michelangelo Antonioni), además de los muchos personajes que, como el imaginario Mr. Aristoboulos, eligieron este rincón tan especial para vivir, descansar o, simplemente, hacer un alto en su camino.

Hotel Splendido
El gran hotel de Portofino es el Splendido, un elegante y florido balcón sobre el mar, en un enclave privilegiado que domina la bahía.
Desayunar sin prisas en una de sus terrazas cubiertas de lilas mientras nuestros ojos se pierden en el azul, sospechando la presencia de un solitario delfín en la distancia, nos transporta a los lejanos tiempos de Marconi y Lord Carnarvon quienes, entre tantos otros eligieron, también, Portofino en algún momento de su vida.
Sus habitaciones son tan lujosas como promete el hecho de pertenecer a la prestigiosa cadena Orient Express y su restaurante La Terrazza tiene, con gran probabilidad, las mejores vistas posibles, aunque otra de sus alternativas, el Chuflay, situado en el Splendido Mare, nos ofrece la posibilidad de cenar en el mismo corazón de Portofino.

Pese a todo, Il Pitosforo sigue siendo para mí el mejor restaurante del puerto, seguido de cerca por su hermano mayor, Il Delfino, ambos en pleno centro y a pocos pasos del pequeño muelle en el atracan los barcos del Servizio Marittimo del Tigullio, que une Portofino con Rapallo y Santa Margherita Ligure.

Il Cristo degli Abissi
Otra de las atracciones singulares de la zona es Il Cristo degli Abissi, una gran estatua sumergida en el mar, frente a la abadía de San Fructuoso, que alza sus brazos en una eterna plegaria de bronce, rogando por la protección de pescadores y buzos. Toda la costa que rodea la península que llega hasta Camogli es parte del Area Marina Protetta di Portofino, un parque natural subacuático que merece la pena explorar y descubrir.  


Entre Rapallo y Portofino, nos encontramos con la bonita localidad playera de Santa Margherita Ligure, un lugar ideal para disfrutar de unas relajadas vacaciones en familia, a muy poca distancia de Portofino.
La Perla de la Riviera, sobrenombre de Santa Margherita, nos ofrece atractivos recursos turísticos, una buena playa, gran diversidad de restaurantes y hoteles de todas las categorías, con el lujoso Imperiale Palace como su máximo estandarte.
Es obvio que Santa Margherita Ligure carece del nivel de exclusividad de Portofino, pero no por ello deja de ser un lugar perfecto para pasar unas grandes vacaciones, en un entorno excepcional, frente al siempre luminoso Mar de Liguria y el pintoresco y azul golfo de Tigullio, en el que Guglielmo Marconi hiciera sus célebres experimentos de radio.


La Piazzetta de Portofino de noche
En estos tiempos que vivimos de grosería generalizada, la existencia de lugares como Portofino es un aliciente para que nuestro ánimo no desfallezca del todo y siga creyendo que aún es posible escapar de la vulgaridad. 
Pueden transportarnos a ese mundo en el que los sueños siguen siendo compañeros de los delfines.
Sin duda, el viejo Portus Delphini es uno de ellos.

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