jueves, 14 de mayo de 2015

La Piazza dei Miracoli


Mi primer viaje a Pisa se remonta al mes de abril de 1965. Una noche en el Hotel Roma, cuyas vistas a los monumentos de la célebre plaza de la catedral son excelentes, y una cuantas horas en la mañana siguiente, tras el preceptivo desayuno en el mismo hotel. 
No fue mucho tiempo, pero sí el suficiente para disfrutar, por primera vez de ese espectacular recinto amurallado en el que se alza la torre más famosa de Italia (y, tal vez, del mundo).
D. Pedro Dellmans y D. Fidel García Cuéllar, con la oportuna ayuda de algún guía local, se afanaron en explicarnos que era normal en la tradición medieval italiana el hecho de que catedral, baptisterio y campanario estuviesen separados y no formasen un solo edificio, como era lo habitual en España.

Pisa 1965
Las verdes praderas que rodean a los tres grandes elementos catedralicios fueron un marco más que apropiado para las obligadas fotos, alguna de las cuales ha superado el paso del tiempo y permanece viva entre nosotros, medio siglo después, con el recuerdo siempre unido a su legendaria torre y del que la cuarta pieza monumental de la plaza, el cementerio, casi quedó borrado de nuestra memoria.

Dicen que fue D'Annunzio quien bautizó aquel amplio espacio como 'Prado de los Milagros', a comienzos del siglo XX, y ese prado milagroso se convirtió en el nombre por el que la plaza es conocida en el mundo desde entonces.

La gran catedral románica, de inconfundible estilo y majestuosidad, va camino de cumplir los mil años y su belleza nos asombra por dentro y por fuera. 
Rival de la de San Marcos en Venecia, fue destruida por un gran incendio a finales del siglo XVI, pero algunos de sus elementos originales se salvaron de la catástrofe y han llegado hasta nuestros días. Tal es el caso del enorme mosaico del ábside, de su bonito púlpito tallado o de la grandiosa puerta di San Ranieri, que tanto me impresionó en mi primera visita.

Vista desde el Hotel Roma
El baptisterio es gigantesco (el mayor de Italia) y su altura llega a superar (por escaso margen, eso sí) la del campanario.
Tampoco se puede despreciar el camposanto que cierra la plaza por su extremo norte y responde por sus dimensiones al adjetivo 'monumental' que, con mucha frecuencia, se le adjudica. 
La tradición asegura que fue levantado sobre la tierra del Gólgota, traída a Pisa por los cruzados.

Sin embargo, la riqueza artística de estos tres gigantes (catedral, baptisterio y cementerio) se ve eclipsada por la fama de su glorioso campanile. Una torre inclinada desde el principio de su construcción (en el siglo XII), cuya estabilidad no parece peligrar, pese al riesgo que aparentan sus 4º de desviación sobre su teórica verticalidad.

No he vuelto muchas veces a Pisa, lo que, sin ninguna duda, es un error por mi parte, pero la comodidad del viaje a Roma en avión y la competencia de tantas bellezas toscanas, aleja las oportunidades de volver a dedicar, con mayor frecuencia, un tiempo más reposado y la debida admiración a este prado inmortal y milagroso, Patrimonio de la Humanidad. 
Y, desde luego, mi recomendación es quedarse a dormir en Pisa (yo siempre lo haré en el Hotel Roma, por motivos obvios), ya que, como destino diurno que es, se vacía de visitantes al caer la tarde y nos permite fundirnos, con la llegada de la noche o las primeras luces del alba, en un sentimiento emocionado y cubierto de unos recuerdos que para la bella ciudad toscana son, por su historia, milenarios y, para mí mismo, necesariamente eternos.

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