martes, 18 de septiembre de 2012

Seychelles. El Índico en estado puro

Sus más de cien islas evocan en nuestra imaginación lo que, realmente, es Seychelles: una de las últimas fronteras entre la civilización y la naturaleza en estado puro.
Puede que ser el estado menos poblado de África haya contribuido a ello, pero no cabe duda de que sus habitantes han conseguido evitar las catástrofes ecológicas crónicas que han hecho sucumbir a otros lugares extraordinarios de nuestro planeta que, en su día, fueron tan excepcionales como Seychelles.

En un viaje normal, lo más probable es que no visitemos más de dos o tres islas, por lo que parece recomendable que aquí nos centremos solo en las principales, aunque llegar hasta alguna de las más pequeñas también será una experiencia extraordinaria, sobre todo para quienes quieran disfrutar navegando, pescando o haciendo submarinismo en las islas coralinas exteriores.

Mahé
Sea cual sea el plan de nuestro viaje, llegaremos primero a Mahé. Es la mayor y más poblada extensión de tierra del archipiélago, pero, si bien carece de algunas de las exclusivas maravillas de sus hermanas menores, no deja de merecer una tranquila y relajada visita. Su pequeña capital, Victoria, de la que se dice que es "la capital más pequeña del mundo", es una curiosa ciudad colonial, con su "Mini Big-Ben" blanco presidiendo su muy poco ajetreado centro urbano.
Pero, si queremos (y es una buena idea) pasar alguna noche en Mahé, antes de partir para Praslin y La Digue (otros destinos imprescindibles), lo mejor es quedarnos en alguno de los muchos hoteles o alojamientos de todo tipo que encontraremos en la isla, junto al mar, a ser posible. Los hay muy lujosos, como el Banyan Tree o el Four Seasons, pero también podremos encontrarlos a precios mucho más económicos, repartidos por los cuatro puntos cardinales. Mi favorito, a pesar de que, para mi gusto, ha sido excesivamente renovado, es el Fisherman's Cove (ahora pertenece a la cadena Le Méridien), el hotel más antiguo de la isla.

Mini Moke
Una vez instalados, lo mejor es alquilar un Mini Moke y recorrer Mahé a nuestro aire, descubriendo playas y montes, en los que la selva tropical siempre está presente. Como es lógico, hay gran cantidad de restaurantes en la isla, destacando los de comida criolla (creole). Yo nunca dejo de ir al que más me gusta: Chez Batista, en Anse (playa) Takamaka. Su ambiente natural y su excelente comida (no hay que dejar de probar su pulpo al curry) son verdaderamente únicos. Es uno de mis preferidos en todo el mundo.

La siguiente escala lógica es Praslin. Probablemente la isla más interesante de todas.
Loro negro de Seychelles
No he dicho al principio que Seychelles (los locales dicen y escriben Sesel) tiene fauna y flora endémicas, que han sobrevivido al mundo moderno gracias a que sus agresiones permanentes han sido bien controladas en este archipiélago del Índico. Y si he dejado este importante comentario para el momento en el que vamos a hablar de Praslin, es porque es en esta isla donde flora y fauna autóctona alcanzan su máximo exponente. Desde el punto de vista zoológico, son de todos conocidas sus famosísimas tortugas gigantes, especialmente las de Aldabra, pero yo siempre he sentido predilección por su ave nacional: el loro negro, endémico de Praslin, y en verdadero peligro de extinción.
Claro que, tal vez, aún más sorprendente que todas las curiosidades que nos depara su fauna, es el coco de mer, un enorme coco de forma singular que no podremos encontrar en estado natural en ningún otro lugar.

Coco de mer
Praslin es un isla extraordinaria, con una vegetación y unas playas que la hacen única. Visitar su Vallée de Mai justifica, por sí solo, el viaje. Este "Valle de Mayo" es una reserva natural y parque nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Aquí el coco de mer y el loro negro tienen su habitat original. Y no solo ellos, sino que múltiples especies vegetales y, también, algunas animales, en estado absolutamente silvestre, nos empequeñecen en esta selva de palmeras cuando nos perdemos entre sus hojas gigantes. Por un momento, nos creemos tropicales gulliveres entre plantas descomunales y de intenso verdor. Lo bueno es que, pese a la fama del lugar, no es infrecuente encontrarte solo en muchos rincones del valle. Cuando estoy en Praslin, casi todos los días me acerco (con el imprescindible Mini Moke) a La Vallée de Mai. Su magnetismo vegetal te atrae con tanta fuerza que, apenas lo abandonas, ya estás deseando regresar.
El mejor hotel de Praslin es (o era) Lémuria. Un lugar, de nombre mítico, cuya entrada impresiona. Para mí es lo mejor de la arquitectura del hotel: el efecto que te causa su gigantesco portón de madera cuando llegas hasta él por primera vez. Tiene buenas y tranquilas playas, magníficas habitaciones, repartidas entre piscinas, paseos, árboles tropicales y un bonito campo de golf que, si no me equivoco, es el único de dieciocho hoyos en Seychelles.

Anse Lazio
La gran playa de Praslin es Anse Lazio. No por su tamaño, sino por su belleza. Sin duda es una de las mejores. Casi tan bonita (si bien no tanto, en mi opinión) como pueda serlo la de Trunk Bay en St. John (Islas Vírgenes de Estados Unidos). Arena blanca y aguas turquesas, rodeadas de vegetación tropical, nos sitúan en un paisaje excepcional que no debemos perdernos, bajo ningún concepto, pero sin olvidar que (en un suceso trágico e inusual) en 2011 un turista francés fue atacado en esta playa por un tiburón, con fatales consecuencias.
En un extremo de Anse Lazio, con excelentes vistas de la playa, se encuentra el restaurante Bonbon Plume, un buen sitio para comer, en un ambiente natural, pero no especialmente barato. El restaurante tiene un recinto vallado en el que podemos admirar algunos ejemplares de tortugas gigantes, que nos encantará ver, aunque no estén en libertad.

La tercera isla de nuestro viaje, y seguro que la más fotografiada de todas, será La Digue. Para acceder a ella, lo mejor que podemos hacer es tomar el ferry que sale del este de Praslin. Tras un breve trayecto, de una media hora, llegaremos al rústico muelle de La Passe, desde donde un oxcart de madera y brillantes colores (un carrobús tirado por un buey) nos llevará hasta nuestro alojamiento. Hay suficientes para elegir a nuestro gusto en esta pequeña isla, la mayoría pequeñas casas de construcción típicamente criolla y de precios bastante asequibles. El mejor hotel es Le Domaine de l'Orangeraie y mi favorito La Digue Island Lodge, situado junto a la playa y con magníficas vistas a Praslin. Sus habitaciones son grandes cabañas con tejado de hojas de palma, rodeadas de un espléndido jardín tropical.

Anse Source d'Argent
Las playas de La Digue son únicas en el mundo, probablemente por esas gigantescas rocas graníticas que llegan hasta el mar, entre una densa vegetación y formando pequeñas calas de arena finísima y blanca, bañada por el agua más transparente que nunca hayamos visto. La más famosa de todas es Anse Source d'Argent. Para mí una de las tres playas más bonitas del planeta.
En La Digue lo mejor es desplazarse en bicicleta... o incluso andando, ya que las distancias nunca son grandes. Además, merece la pena disfrutar de cada rincón  de esta isla, de la que no querremos marcharnos nunca.

Quedan muchas islas, más de cien, por visitar, pero no es probable que dispongamos de mucho más tiempo. Si lo tenemos, hay que dedicarlo a navegar y bucear por las aguas de un archipiélago que se mantiene casi virgen, lo suficientemente lejos de la costa continental como para evitar lo que otros destinos del Índico no han conseguido: mantener su naturaleza, sus bosques tropicales, sus playas... y, sobre todo, su océano tal como eran cuando llegaron a ellos los primeros europeos.

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