sábado, 7 de noviembre de 2015

Saint-Paul de Vence, por amor al arte

Somos muchos los que defendemos que Saint-Paul de Vence es uno de los pueblos más bellos de Francia, lo que, desde luego, es mucho decir.
La belleza natural de Saint-Paul que, como acabamos de decir, no es poca, se beneficia, además de una situación geográfica privilegiada, a muy pocos kilómetros del mar, en el corazón de la Costa Azul (próxima a Niza y no muy alejada de Cannes), pero ligeramente apartada del trasiego de la autopista, si bien no escapa a la servidumbre de ser un atractivo turístico de primera magnitud. 

Saint-Paul de Vence


Su otro gran valor es el de no haber sucumbido a las catástrofes urbanísticas provocadas por el apetito desordenado, tan frecuente en multitud de casos, de convertir el turismo en una gallina ponedora de huevos áureos. Quienes hayan sido los responsables de su conservación, han demostrado que el cuidado del patrimonio artístico de una ciudad extraordinaria no está reñido con la rentabilidad económica de su explotación, siempre que esté controlada y decidida a mantener, a través del tiempo, sus principales virtudes intactas. Así, Saint-Paul no ha sucumbido a la vulgaridad, sino todo lo contrario. 

El cementerio de Saint-Paul de Vence


Artistas de diversas épocas han visitado la bonita villa de los Alpes Marítimos y algunos, como Chagall, se han quedado a vivir en ella eternamente (Marc Chagall está enterrado en el muy especial cementerio de Saint-Paul de Vence, cuyas espectaculares vistas sobre la campiña provenzal son una excelente alternativa para el descanso de un gran artista). Folon también ha dejado allí una huella duradera, gracias a su fantástica decoración de la capilla de los Penitentes Blancos, su última obra. Y Picasso, frecuente visitante de La Colombe d'Or (mi restaurante favorito de Francia), se alojaba en este impresionante lugar, que más parece un bellísimo museo que un hotel y restaurante.

Mosaico y escultura de Folon en la capilla de los Penitentes Blancos


Pero no han sido solo pintores y otros artistas plásticos los que han se han acercado a Saint-Paul para inspirar su creatividad. El cine se ha sentido, asimismo, atraído por las virtudes de un pueblo que casi es el paradigma ideal de la patria chica de cualquier genio del arte. Una de las películas más características entre las rodadas en Saint-Paul fue 'Moment to Moment', una dramática historia de amor protagonizada por Jean Seberg y Sean Garrison, dirigida por el americano Mervyn LeRoy, autor de obras tan conocidas como 'Quo Vadis?' o 'El puente de Waterloo'. 

En pleno rodaje, frente a La Fontaine, de 'Moment to Moment' (1965)


Pasar una semana de junio o septiembre allí es vivir una inmersión inolvidable en el espíritu del arte. No es necesario hospedarse en uno de sus hoteles caros, aunque tampoco es mala opción, sino que basta con una de las bonitas casas de huéspedes que rodean la villa, muchas con excelentes vistas sobre el centro histórico (Le Clos de Saint-Paul es una buena opción), ya que reservar con éxito una habitación en La Colombe d'Or es muy improbable. Pero si no hay posibilidad de dormir en ese histórico lugar, al menos hay que cenar una noche en su incomparable terraza.
A pocos pasos de está otro de los sitios imprescindibles, el Café de la Place, con su terraza frente a la muralla y sus partidas de petanca bajo los frondosos plátanos de indias. No hay sitio mejor para tomar el aperitivo o un tranquilo café, leyendo el periódico.

La Colombe d'Or


Desde luego, comeremos varias veces en Le Tilleul, bajo el inmenso tilo que da nombre al restaurante, situado sobre la muralla, nada más atravesar la puerta de la ciudad vieja. Hay más sitios dentro, estratégicamente situados entre sus estrechas y empinadas calles o con vistas sobre el valle pero, aparte de la pequeña terraza de La Fontaine, ninguno presenta un ambiente tan interesante ni un entorno tan atractivo. Y, además, se come bien por un precio razonable.

Paseando por Saint-Paul, el arte nos asalta. Y, a corta distancia, tenemos la mundialmente famosa Fondation Maeght, en la que la inmersión artística será de tal calibre que nos aturdirá (más, aún, si tenemos la mala suerte de coincidir con una exposición de Gérard Garouste, un pintor con cuya obra no he sido capaz de congeniar lo más mínimo). Pero, con independencia de lo que allí esté temporalmente expuesto, merece la pena pasear por sus jardines repletos de esculturas de grandes genios, como Miró o Giacometti y, ya en el interior, admirar 'La Vie', el enorme y espectacular cuadro de Chagall que es casi un compendio de todos los temas por él tratados a lo largo de su carrera pictórica.

'La Vie' (Marc Chagall)

Expresamente, no he querido mencionar más que de pasada los hoteles lujosos que Saint-Paul tiene en su zona de influencia. Son varios y muy recomendables, pero siempre he disfrutado más en las ocasiones en las que me he alojado en una pequeña casa de huéspedes, por eso aconsejo a quienes vayan a viajar a este fantástico pueblo provenzal que no dejen de dar un vistazo a la página que recoge la información de todas ellas. Para hacerlo, basta con pinchar aquí.


Desde Saint-Paul de Vence las excursiones posibles son múltiples y atractivas, pero no es fácil que ninguno de los destinos que alcancemos a visitar desde ella nos seduzca más que esta pequeña ciudad medieval, cuyo encanto no solo ha permanecido inalterable a través de los siglos, sino que se ha ido elevando a esa particular categoría, reservada para aquellos lugares que entienden la sofisticación como una pátina suave y elegante, dulcemente ungida por esos óleos eternos y sagrados, que parecen destilados en alambiques reservados para las esencias inmortales de la belleza más sublime. 


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