Cuando aquellas amazonas fundaron la ciudad de Éfeso, ni siquiera ellas mismas eran conscientes de que estaban creando uno de los lugares más sagrados y de mayor importancia para la historia de las civilizaciones, que sería venerado durante siglos como centro religioso, comercial y estratégico.
Todavía hoy, treinta y tantos siglos más tarde de que los atenienses colonizaran este puerto de la actual costa de Turquía, arrebatando, tal vez, a las mitológicas guerreras una de las muchas ciudades por ellas fundadas en estas latitudes, sigue siendo un lugar privilegiado para quienes aman la cultura, el arte y las tradiciones milenarias.
Pocos lugares atesoran una riqueza histórica tan longeva y valiosa como la de este valle, salpicado de restos griegos y romanos que, unidos a su secular vinculación con tres de las grandes figuras del cristianismo (San Pablo, San Juan y la propia Virgen María), lo convierten en la principal joya de los yacimientos arqueológicos de la costa turca del Egeo.
En la época antigua, la dulce Éfeso fue un puerto de mar. Hoy el mar está lejos de sus ruinas, como si se hubiese querido alejar discretamente para no restar protagonismo a unas piedras que encierran una parte significativa de la vida de los dioses y de los hombres que por ella pasaron. Que, desde luego, también fueron diosas y mujeres, como no podía ser de otra forma, conocida su legendaria fundación por las aguerridas amazonas mencionadas por Heródoto, una de cuyas reinas daría nombre a la ciudad.
La gran referencia arquitectónica de la Éfeso griega fue el templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del Mundo y el mayor templo de la Grecia clásica. Edificado hacia el año 550 a. C. y destruido por un incendio provocado por un tal Eróstrato, con la única intención de pasar a la historia, fue reconstruido gracias al impulso de Alejandro Magno, que había nacido la misma noche en la que ardió. El nuevo templo permaneció en pie durante casi seis siglos, hasta su definitiva destrucción por los godos.
En la bella y famosa Éfeso hay muchos otros impresionantes restos arqueológicos, como la espectacular biblioteca de Celso, uno de los mejores ejemplos que quedan (bien restaurada, por cierto) de lo que fueron las grandes bibliotecas en la época de Roma.
La de Celso, construida por su hijo en homenaje a la memoria de su padre (algo que, me temo, resultaría infrecuente en nuestros días), tenía espacio para almacenar doce mil rollos, lo que, sin ser comparable a la de Alejandría, por ejemplo, la otorga un tamaño considerable.
O como el gran teatro que, con capacidad para unos veinticinco mil espectadores, era el mayor de su época y que, lógicamente, destaca por su tamaño y su imponente situación sobre la calle del viejo puerto.
Pero son muchos más, ya que Éfeso puede considerarse como un gigantesco museo al aire libre: el Odeón, la puerta de Magnesia, el Pritaneo, las termas, las dos ágoras, el templo de Adriano...
No hay duda alguna (el gran templo de la diosa Artemisa - la señora de Éfeso - es una prueba evidente de ello) de que la ciudad fue uno de los más importantes centros de culto de la antigüedad.
Y lo seguía siendo en los primeros tiempos de nuestra era, tanto como para que San Pablo le dedicase grandes esfuerzos para combatir allí, precisamente, a una religión pagana que chocaba de frente con la nueva doctrina de su maestro Jesús, al igual que lo hiciera San Juan, quien parece probado que vivió muchos años en la ciudad de Éfeso, donde murió a la nada desdeñable edad de 94 años, tras haber escrito en ella su evangelio.
Y lo seguía siendo en los primeros tiempos de nuestra era, tanto como para que San Pablo le dedicase grandes esfuerzos para combatir allí, precisamente, a una religión pagana que chocaba de frente con la nueva doctrina de su maestro Jesús, al igual que lo hiciera San Juan, quien parece probado que vivió muchos años en la ciudad de Éfeso, donde murió a la nada desdeñable edad de 94 años, tras haber escrito en ella su evangelio.
Algo más discutida es la presencia de María en Éfeso, pese a que la casa en la que, supuestamente, vivió y pasó sus últimos días es lugar de peregrinación obligada para cristianos, contando, asimismo, con el máximo respeto por parte de los musulmanes, pues es bien sabido que la madre de Jesús es admirada por el Islam.
Pasear entre sus piedras milenarias, como lo hicieran, en su día, Alejandro, Marco Antonio, Pablo, Juan y... quizás, María, produce una sensación de suave vértigo, capaz de perturbar al espíritu más templado.
Nadie que viaje por el Egeo debe dejar de visitar Éfeso, el más notable de los muchos yacimientos arqueológicos del oeste de Turquía, una costa sobre la que se empezó a escribir la historia de nuestro mundo.
Mi aportación: http://13escultor.blogspot.com.es/2015/07/la-naturaleza.html
ResponderEliminarUn abrazo