Y también es sabido por todos que, en aquellas épocas de máximo esplendor, su control de la actividad comercial en el Mediterráneo contribuyó, muy notablemente, a que el lujo y la riqueza se hicieran más que ostensibles en la vida diaria de una buena parte de la sociedad veneciana.
Una sociedad cuya economía se vio impulsada gracias a su capacidad para reunir bajo su bandera lo mejor de los dos mundos que luchaban por la supremacía política y religiosa... además, claro está, de la económica.
Sin embargo, no quiero hablar hoy aquí de ese oro que llegaba a los ricos comerciantes de la ciudad desde sus colonias y dominios ultramarinos, ni del que, sin duda, disfrutaba su clase dirigente, sino del dorado fulgor que nos envuelve cuando atravesamos la puerta de la gran Basílica de San Marcos, el gran templo que preside una de las plazas más famosas y bellas de Europa, por no decir del mundo.
Porque si, ya desde su exterior, San Marcos consigue impresionarnos con la muy extraordinaria personalidad de su fachada, custodiada por ese campanile puntiagudo de ladrillo rojo que ejerce de permanente centinela de la plaza, es tras pasar bajo los cuatro caballos de bronce que coronan su entrada principal cuando nos introducimos en un dorado entorno de naves, bóvedas y cúpulas, que, unidas a su historia y leyenda, sobrecogen, sin remedio, al visitante.
Dicen que los restos de San Marcos fueron trasladados a Venecia, desde Alejandría, en el año 828, así que la primera basílica a él dedicada data de esa época, sustituyendo a la anterior, la de San Teodoro.
Concebida en un principio como una extensión del Palacio Ducal, la basílica fue creciendo en tamaño y riquezas a lo largo de los siglos, pues a medida que los mercaderes iban prosperando en sus negocios debían contribuir a la grandeza del templo del santo patrón de La Serenissima.
Las reliquias del evangelista del león alado no debieron estar muy bien conservadas (o tal vez demasiado bien escondidas) durante algún tiempo, ya que llegaron a desaparecer y fueron milagrosamente encontradas durante la construcción de la tercera basílica, en el año 1094.
Su marcado estilo bizantino se conserva hoy aún más puro que en las iglesias de Constantinopla (Estambul), influenciadas por tantos años de dominación musulmana.
Una buena parte de este estilo arquitectónico se refleja en sus más de ocho mil metros cuadrados de mosaicos, que cubren gran parte de su interior, como podemos apreciar en las excelentes fotografías de Pau Gir que ilustran este artículo.
El oro de San Marcos alcanza su máxima expresión en la Pala d'Oro, el gran retablo que cierra el altar mayor, glorificando con su lujoso esplendor las reliquias de San Marcos.
La Pala d'Oro es, muy probablemente, la más grandiosa obra de orfebrería bizantina que se conserva intacta en nuestros días.
Eso sí, esta inmersión aurífera tan absoluta se disfruta, mucho mejor aún, tras unos buenos spaghetti all'astice degustados, sin prisas, en la excelente osteria Al Mascaron, y debe ser complementada, a la salida, con un relajado té en Florian, a pocos pasos de la basílica y en plena Piazza San Marco.
Luego, veremos los últimos reflejos dorados del frente de los arcos de medio punto de la fachada y, echando una última mirada a la columna sobre la que descansa el león alado, dirigiremos nuestros pasos hacia el vecino Harry's Bar para recordar, con un bellini en la mano, el brillo del oro de San Marcos... que ya se quedó, para siempre, impresionado en nuestra retina, al igual que lo está, desde hace siglos, en el inmortal espíritu de la República de Venecia.
Fotografías originales de @Pau Gir
Que gran obra de arte muchas gracias
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