domingo, 3 de agosto de 2014

La otra orilla del Bidasoa

Para muchos españoles, Hendaya no es más que la puerta de entrada a Francia desde Irún. Como mucho, piensan que esta pequeña ciudad fronteriza es una gran estación de ferrocarril, en la que terminan, tras cruzar el puente sobre el río Bidasoa, trenes que han partido de distintos puntos de España con frustrada vocación europea.

La bahía de Hendaya. Al fondo, Fuenterrabía
Solo aquellos que viven en Euskadi y, en especial, los guipuzcoanos (muchos viven aquí o tienen casa en esta tranquila población costera) son conocedores de las bondades de un pueblo, cuya excepcional y enorme playa es, sin duda, una de las mejores del País Vasco francés.  


El puerto de Hendaya está sobre la misma desembocadura del Bidasoa, frente al casco viejo de Fuenterrabía. Una barca, que hace el servicio regular de pasajeros a través del estuario del río, une a las dos localidades vascas y es, sin duda alguna, el mejor medio de transporte para ir de una a otra en un trayecto que así, en línea recta, es muy corto (apenas cinco minutos) y se disfruta mucho en ambos sentidos. 

La casa de mi amigo Max

La mayor parte del pueblo está ocupada por pequeñas villas residenciales, algunas de ellas muy bonitas, como la de mi amigo Max, repartidas tanto a lo largo de la costa como por las suaves colinas que separan la playa de la parte más elevada del centro urbano. 
Muchas de ellas tienen vistas al mar o a Fuenterrabía. Estas últimas gozan, además, del privilegio de las fantásticas puestas de sol sobre el poderoso monte Jaizquíbel.
Hendaya significa "bahía grande" y, como ya hemos mencionado, su playa es extraordinaria, tanto por su extensión como por su sencilla e impresionante belleza. Sus tres kilómetros de finísima arena están muy animados en los meses de verano, con sitio más que suficiente para que bañistas y aficionados al surf puedan convivir sin molestarse unos a otros.


Las Dos Gemelas
Y, en invierno, la inmensidad casi desierta del gran arenal sobrecoge al visitante por su majestuosidad, enmarcada en su extremo oriental por unos verdes acantilados de los que parecen haberse desprendido una pareja de enormes rocas que surgen del mar a pocos metros de la costa: Las Dos Gemelas.
La poca profundidad de las aguas que bañan la playa, la suavidad de su arena, la total ausencia de edificios altos y, desde luego, el ambiente que reina en esta pequeña villa marinera, son invitación permanente para unas vacaciones familiares, relajadas y tranquilas, con el aliciente añadido de ser un paraíso del surf. Y, como tampoco falta la tradicional calidad de la comida vasca, el conjunto es difícil de superar.

Podemos decir, sin temor a confundirnos, que nos encontramos en un auténtico oasis, rodeado de centros turísticos mucho más ajetreados, a uno y otro lado de la casi imperceptible frontera.

El viejo casino

Paseando por la zona central de la playa nos encontramos con vestigios notables de la elegante estación balnearia que fue. 
El más llamativo es el viejo casino, un edificio ded estilo asombroso que parece estar diseñado por el arquitecto de un califa cordobés en el exilio.
Es el único que se alza sobre la propia playa, ya que las demás construcciones, incluido el Grand Hôtel (ya convertido en apartamentos) están en el lado opuesto, dejando libre la acera norte del Boulevard de la Mer que, vigilado por una interminable hilera de tamarindos y protegido por un pequeño muro, discurre, infinito, junto a la arena.



El Grand Hôtel
Una de las más destacadas atracciones actuales de Hendaya es la Thalasso & Spa Serge Blanco, un gran complejo de descanso que incluye hotel, apartamentos, restaurantes, cafés, casino y, por supuesto, un complejo de talasoterapia. 
Está situado frente al moderno puerto deportivo y su parte trasera da a la punta más occidental de la playa que es, precisamente, la más ancha y protegida por las dunas que enmarcan la desembocadura del Bidasoa por el lado francés.

No es Hendaya lugar de grandes y lujosos restaurantes, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que no se pueda comer bien, sino que, también, en su oferta culinaria mantiene su estilo, familiar y desenfadado, por una parte, y surfero y juvenil, por otra.
Para mí, el local más atractivo es La Poissennerie, una verdadera pescadería con unas cuantas mesas en el interior y unas pocas más en una pequeña terraza. Tampoco está nada mal el Sud-Americain, muy próximo al anterior, en el que pasta, pizza, crêpes y comida vegetariana son la base de su oferta.


El favorito de los surfistas es Barmout, un minúsculo local, a pocos pasos del mar, en el que sandwiches y ensaladas son las estrellas. Imposible dejar de visitarlo antes o después de un largo día de playa.

Por último, no puedo dejar de mencionar la heladería Walter, cuyos helados artesanales son tan famosos entre locales y visitantes que no es raro encontrarnos con gente haciendo cola frente a su mostrador, especialmente después de las cenas veraniegas.


Pero dejando aparte sus virtudes como destino turístico, no debemos olvidarnos de las muchas e importantes páginas de la historia que se han escrito en un lugar, tan estratégico desde el punto de vista geográfico como es Hendaya. Su célebre Isla de los Faisanes ha sido escenario de tratados y acuerdos entre Francia y España, a través de los siglos. 
El más importante de los allí firmados fue la llamada Paz de los Pirineos, en 1659, con el que Luis XIV y Felipe IV dieron por terminado su larguísimo conflicto bélico, ratificando su acuerdo con la boda entre el propio rey francés y la hija del monarca español, María Teresa de Austria.
Hoy, la Isla de los Faisanes es de soberanía compartida entre Francia y España, por períodos alternativos de seis meses.
En 1940, Hitler y Franco se entrevistaron en el interior de un vagón de tren blindado, en la estación ferroviaria de Hendaya. Mucho se ha escrito y comentado sobre esta bien conocida reunión, de la que parece que Hitler no salió muy satisfecho y aseguró que prefería que le sacasen unas cuantas muelas antes que volver a hablar con Franco...



Y, volviendo a nuestra playa, considerada la más segura de toda la costa, no debemos dejar de visitar el dominio natural en el que se integra el castillo y observatorio de Abbadia, un magnífico palacio neogótico que domina toda la bahía desde un impresionante parque que se extiende sobre los acantilados, en el extremo oriental de Hendaya y que es el comienzo de una muy espectacular ruta panorámica que nos lleva hasta Saint Jean de Luz, entre bosques y prados, desde los que se agiganta el dramatismo de una costa tan bella como bien conservada, a salvo, aún, de las grandes aglomeraciones y de los horrores del turismo masificado que no deja de acorralarnos con su presión incontrolable.


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