Viena es una ciudad llena de detalles. Algunos son notorios, pero otros pasan casi desapercibidos para el visitante ocasional. Yo procuro, siempre que tengo la suerte de pasar unos días en la capital del Danubio (con permiso de Bratislava, Budapest y Belgrado), descubrir nuevos rincones y fijarme en aspectos que no conozco (son muchos, sin duda) o he olvidado con el paso del tiempo.
Un rincón de Zentralfierdhof |
Avenida de los Tilos, Zentralfierdhof |
Cuando voy en avión me gusta usar el tren para llegar al centro y como ahora ya suelo viajar sin prisa, me inclino por el llamado S7, mucho más barato (aunque menos veloz) que el rápido CAT y que tiene la virtud de parar en el Zentralfierdhof, el legendario y enorme 'Cementerio Central', en el que están enterradas grandes figuras de la música, como son Beethoven, Schubert, Brahms y la familia Strauss. Es imposible no evocar en él la última escena de la mítica película de Carol Reed, en la que Alida Valli (solo Valli en los créditos) pasa delante de Joseph Cotten sin detenerse, tras recorrer una larga avenida flanqueada por tilos deshojados, arropada por la cítara de Anton Karas. Un final extraordinario para una de las grandes obras cinematográficas de todos los tiempos ('El tercer hombre'), en mi opinión, infinitamente mejor que el escrito en la novela original de Graham Greene que, de haberse rodado en lugar del que conocemos, hubiese arruinado la película.
Otro detalle en el que hay que reparar es en la bonita perspectiva de la fachada principal del Musikverein con la Karlskirche (San Carlos Borromeo), algo que hay que rematar con la subida a la cúpula de la iglesia en el ascensor situado entre los andamios interiores que permiten la contemplación próxima de sus impresionantes frescos.
Detalle de los frescos de la Karlskirche, desde lo alto del andamio |
Por cierto, no hay que olvidar que las mejores butacas de la famosa sala de música en la que tantos buenos conciertos hemos visto (en especial, los de la Filarmónica de Viena) son las de la fila 11. Difíciles de conseguir, en cualquier caso. Tampoco son malas las primeras filas de los palcos de platea (Parterre) más próximos a la orquesta ni las que nos permiten apoyarnos en la barandilla de los palcos del primer piso (Balkon) números 2, 3 y 4.
Siguiendo con la música, es interesante saber que los Niños Cantores de Viena actúan con frecuencia en la capilla del palacio imperial de Hofburg (Hofmusikkapelle), cantando la misa de los domingos, pero hay que saber que, si bien oiremos sus extraordinarias voces durante toda la ceremonia, solo veremos a los niños (con sus tradicionales trajes de marineros) una vez terminada la misa, cuando bajen a cantar una última pieza musical frente al altar. Muchos visitantes se sienten decepcionados por esta inesperada circunstancia, que puede verse compensada si paseamos a la salida en dirección al Albertina (el gran museo vienés que combina excepcionales muestras semipermanentes con buenas exposiciones temporales) cuando nos encontremos en la Josefsplatz con la 'casa de Harry Lime' (Orson Welles en 'El tercer hombre').
'Casa de Harry Lime', en Josefsplatz |
A pocos metros del Albertina, en un lateral del Hotel Sacher, está mi café favorito (entre los muchos buenos que hay en Viena), el Mozart. Eso sí, tengo que reconocer que cuando más me gusta es en invierno, ya que la 'modernización' de su terraza me parece un absoluto disparate, en especial el cambio de logotipo, la desaparición de su toldo rojo y las absurdas 'setas' blancas colocadas en la acera, a modo de gigantescas sombrillas, para proteger del sol a las mesas de la terraza.
El Mozart es un café muy antiguo, al que el propio Anton Karas dedicó un vals. Hoy es propiedad de la familia Querfeld (Landtmann) y, en consecuencia, su apflestrudel es, para mí, el mejor de Viena.
Sabemos que la más famosa obra de Klimt ('Kiss') está en el Oberes Belvedere, pero pocos recuerdan que una de las cinco versiones que Jacques-Louis David realizó de su conocido cuadro 'Napoleón cruzando los Alpes' se encuentra en este palacio vienés, tras ser trasladada por los austriacos desde su emplazamiento original en Milán. A mí siempre me ha resultado muy curioso ver esta imagen propagandística de la figura de Napoleón exhibido en casa de quienes fueron, tal vez, sus más encarnizados rivales.
Este cuadro es muy parecido al primero pintado por David y que permaneció en Madrid hasta que fue expoliado por José Bonaparte, en su huida de España.
También se suele pasar frente a un imponente bodegón de flores de Eugène Delacroix, sin detenerse a contemplar la belleza que el pintor francés supo plasmar con sus pinceles.
Bodegón con flores (Eugène Delacroix) |
Especial mención merece el más distinguido tesoro de la gastronomía vienesa: Zum Schwarzen Kameel (El Camello Negro). Establecido nada menos que en 1618 (poco después de la muerte de Cervantes y Shakespeare), este singular restaurante, bar, café, pastelería, tienda de vinos... y un montón de cosas más, es mi lugar predilecto de Viena.
Zum Schwarzen Kameel |
Todo aquí es extraordinario, desde su situación (en pleno centro) hasta la cuidada y bien mantenida decoración de principios del siglo XIX, pasando por su propio logotipo, presidido por la imagen del camello negro que le da nombre.
De sus múltiples facetas y su completísima oferta, yo destacaría el bar. Uno de esos escasos lugares que hay repartidos por el mundo en los que su ambiente y estilo son tan personales que los hacen únicos e irrepetibles. No exagero si digo que merece la pena un viaje a Viena para tomarse un aperitivo en el bar de Zum Schwarzen Kameel.
Claro que si, además, vamos a ver 'La forza del destino' a la Wiener Staatsoper o escuchamos a Mariss Jansons dirigiendo a la Filarmónica en el Musikverein, el placer de disfrutar de estos detalles vieneses habrá sido absolutamente grandioso.
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