Nadie puede negar que en los Alpes existe una muy variada oferta de estaciones de esquí, a cual más atractiva para el amante del deporte de la nieve. Además, muchas de ellas se convierten en verano en una excelente alternativa al turismo de playa, con la ventaja de que a sus impresionantes paisajes hay que añadir una tranquilidad de la que suelen carecer la mayoría de los destinos de la costa.
El valle de Gstaad |
Son muchas, como digo, las estaciones alpinas, algunas nacidas recientemente, con instalaciones modernas y bien dotadas de servicios. Pese a ello, yo no puedo seguir teniendo devoción por las clásicas. Tal vez ya no sean las mejores, pero a mí me sigue pareciendo que lugares como, por ejemplo, Cortina d'Ampezzo, Zermatt, Megève, Lech, St. Moritz, Chamonix o Gstaad tienen algo diferente al resto.
Todas ellas gozan de una personalidad propia que las eleva (valga la redundancia topográfica) por encima de las demás.
Hoy hablaremos de Gstaad. Una de mis favoritas.
Los últimos rayos del sol |
A Gstaad se llega muy cómodamente desde el aeropuerto de Ginebra en tren. Sin salir del aeropuerto tomaremos uno de los eficientes y puntuales ferrocarriles suizos hasta Montreux, donde deberemos hacer transbordo para subirnos al fantástico MOB (Montreux-Oberland Bernois), un pequeño tren panorámico que nos llevará hasta Gstaad, a través de los increíbles paisajes nevados del valle de Saane.
El MOB nos deja en la bonita y céntrica bahnhof de una de las estaciones de esquí más elegantes del mundo: Gstaad.
Tras unos pasos nos encontramos con un pueblo peatonal y, en consecuencia, tranquilo, cuya calle principal (casi siempre cubierta de nieve en invierno) es una auténtica maravilla, como lo es todo el valle.
Pocas, pero elegidas tiendas; el salón de té Charly's, frente a la pista de hielo; discretos bares de montaña, hoteles y restaurantes... más unas cuantas casas de piedra y madera a ambos lados de la Promenade (el paseo central), nos trasladan a uno de esos lugares ideales e imaginarios que solo parecen existir en las películas navideñas americanas.
Sin embargo, todo es real. Y, al caer la tarde, los reflejos de las luces sobre la nieve que cubre tejados y suelo, una vez desparecidos los paseantes que antes transitaban la pequeña villa, convierten la escena en un permanente e intenso sueño alpino.
Cae la tarde en Gstaad |
El gran hotel de Gstaad es el Palace.
Un verdadero palacio que emerge sobre el pueblo, ofreciendo espectaculares vistas de los Alpes desde todas sus habitaciones.
Aquí el lujo alcanza, sin duda, su más alta cota. Nadie puede discutirle su abrumadora supremacía frente a cualquier otro establecimiento hotelero, pero no es necesario estar alojado en él para disfrutar al máximo de Gstaad, aunque nunca está de más una sesión de après-ski tomando el té en uno de sus salones.
Con permiso del Palace, el hotel que más me gusta de Gstaad es el Olden. Una bellísima y antigua casa tradicional suiza, muy confortable y situada en plena Promenade.
Hotel Olden |
Su bar (en el que también se puede comer) es un acogedor salón con mesas repartidas alrededor de una gran chimenea de la que uno no quiere separse nunca.
Hay muchos restaurantes, claro (los mejores en el Palace, como el Gildo's o Le Grill), pero mal puedo yo recomendarlos si casi siempre acababa cenando en el Olden, después de pasear bajo las estrellas.
En las pistas |
De día, lo normal es comer en las pistas. La comida allí suele girar alrededor de apetecibles raclettes y fondues que saben mucho mejor gracias a las impresionantes vistas de las blancas montañas que nos envuelven.
Las pistas son amplias y cómodas, con excelente servicio de remontes y cabinas, como es habitual en Suiza.
Por supuesto, tampoco faltan otras bajadas más complicadas, que hacen las delicias de los esquiadores muy experimentados.
Yo no he subido a la zona de Glacier 3000 (la más alta de las esquiables), pero de las que conozco, el área que más me gusta es la de Eggli-La Videmanette, con largos y muy agradables descensos por enormes pistas que te llevan de vuelta a Gstaad, a Saanen o a Rougemont.
Aún no he tenido la suerte de visitar el valle en la temporada de verano pero, por su geografía privilegiada, me parece evidente que Gstaad sigue ofreciendo experiencias memorables, así como excursiones que, como es lógico, resultan imposibles durante el invierno, como la que puede realizarse al lago de Lauenen, a escasos kilómetros del pueblo y que tiene tanta fama por su singular belleza que estoy deseando encontrar una ocasión propicia para poder disfrutar de sus paisajes en directo.
Lago Lauenen |
También goza de gran prestigio el torneo de tenis que se celebra sobre tierra batida cada mes de julio, nada menos que desde 1915, y que ha tenido ganadores tan importantes como Federer, Emerson, Edberg, Nastase, Vilas... y un buen número de tenistas españoles (Gimeno, Sánchez Vicario, Bruguera, Costa, Mantilla, Corretja, Almagro y Granollers).
La Grande Terrasse del Palace, cerrada durante el invierno, es otro de los atractivos locales en el estío. Desde la inauguración del hotel, que acaba de cumplir un siglo en 2013, han pasado por ella los más famosos personajes del cine, la música, las artes y, por supuesto, las finanzas y la política. Hubo una época en la que, en determinados círculos, se decía que uno no era nadie en esos mundillos hasta que no había pasado una velada en Le Grand Restaurant o La Grande Terrasse del Gstaad Palace...
Hoy parece trasnochada esa afirmación, pero, por mucho que el mundo haya cambiado, la nieve en Gstaad sigue teniendo un poder de atracción al que merece la pena sucumbir.
El Gstaad Palace en los viejos tiempos |
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