lunes, 21 de abril de 2014

La muy noble villa de Alarcón

Casi a mitad de camino entre Madrid y Valencia, en un impresionante y excepcional enclave de la provincia de Cuenca, nos encontramos con la histórica villa de Alarcón.

Castillo de Alarcón
No es de extrañar que tenga orígenes muy antiguos, ya que su privilegiada situación sobre un pronunciadísimo meandro del río Júcar la convierte en lugar ideal para el asentamiento de una inexpugnable fortaleza.
Fueron los árabes quienes construyeron su castillo, tal vez sobre alguna anterior fortificación.
Su nombre es, asimismo e inequívocamente, de igual origen, pese a que hay quien mantiene que procede del rey godo Alarico II, al que la leyenda atribuye la fundación del pueblo, pese a sus indiscutibles antecedentes iberos y romanos.

Hoy, llegar a Alarcón requiere un pequeño desvío desde la A3 para tomar la antigua carretera general, que pasaba muy cerca de la villa y junto al pantano del mismo nombre, por lo que en estas épocas actuales de urgencias tan innecesarias como generalizadas, son menos los viajeros que se acercan para hacer un alto en el camino y descansar.
Este hecho puede que prive a Alarcón de una mayor afluencia de transeuntes, pero a mí me parece una magnífica circunstancia, que permite a quien renuncia a las prisas disfrutar más sosegadamente de un pueblo que es mucho más que su famoso castillo.

Torre del homenaje
Sin embargo, empezar por su poderosa fortaleza es una buena idea. 
Convertida en 1963 en el atractivo parador de turismo Marqués de Villena, merece una visita y, a ser posible, una reposada estancia entre sus muros. Su gran torre del homenaje, que data del siglo XV, es, sin duda, su elemento más destacado.

Junto a ella, en el patio del castillo, dos altos y nobles cipreses la enmarcan a la vista de quienes observan su majestuosa pared de piedra, coronada por almenas.
Sobre el interior de la  puerta que da acceso a este mismo patio, una placa recuerda que el infante don Juan Manuel, autor de El conde Lucanor, fue señor de este castillo y residió en él.

Pinturas murales de Jesús Mateo
Esta pequeña y bien cuidada villa de poco más de ciento cincuenta habitantes tiene una bonita plaza en la que está su ayuntamiento y la antigua iglesia de San Juan Bautista, en la que el artista Jesús Mateo desarrolló su ambicioso y muy celebrado proyecto de cubrir sus muros interiores con las grandes pinturas murales que han sido reconocidas por la UNESCO como una obra de alto interés artístico.

El resultado es impresionante y ha sido objeto de elogios por parte de múltiples artistas e intelectuales de todo el mundo. El patrocinio oficial de la UNESCO es prueba irrefutable de su valor, si bien para mí, lo más digno de resaltar es el extraordinario contraste que producen los frescos con la original arquitectura interior de la iglesia, cuyas falsas capillas laterales, delimitadas por arcos de medio punto y columnas, adosados unos y otras al muro, se presentan como unidades artísticas casi independientes, formando parte, a su vez, de un todo inseparable.

Pasear por el pueblo en primavera produce un placer intenso que se renueva en cada esquina y se revitaliza con las flores que alegran las rejas de las ventanas de unas casas que suelen contar con patios y bonitos portones de madera.

Otras tres iglesias dentro del casco antiguo se ofrecen a la curiosidad del visitante: Santo Domingo de Silos, la de la Santa Trinidad y Santa María del Campo (actual parroquia de la villa). Todas ellas tienen interés artístico, muy reforzado por el singular entorno en el que se encuentran situadas. 
Otros monumentos civiles, como el propio edificio del ayuntamiento, la Casa de Villena y el palacio de los Castañeda, completan el aspecto señorial del conjunto urbano.  

Como alternativas al parador (aunque sin sus muros centenarios, barnizados de historia) hay varios alojamientos en la villa, entre los que podemos nombrar al hotel Villa de Alarcón, al pequeño hostal Don Juan y a la familiar Posada del Hidalgo de Alarcón.

Santa María del Campo
También encontramos en el interior del pueblo algunos buenos restaurantes, como La Cabaña de Alarcón o La Alhacena, que son algo más interesantes, desde el punto de vista culinario que un parador que, como todos sus congéneres, ha perdido el atractivo gastronómico que antaño se añadía a sus imbatibles ubicaciones.

Con el paso de los años no consigo entender por qué, cuando viajaba en coche con mis padres, pasábamos con tanta frecuencia por aquella carretera. Pero el caso es que lo hacíamos. Y mi madre siempre quería parar en Alarcón. Mi padre, poco aficionado a hacer paradas cuando conducía, lo aceptaba si se trataba de Alarcón y, así, comíamos o tomábamos algo en el parador (recuerdo que la primera vez que lo visitamos estaba recién inaugurado).
Hace unos días he sido yo quien he casi obligado a mi hija a dar un rodeo para hacer una larga parada en el hogar de don Juan Manuel. Allí pude pasear y recordar alguno de los sabios consejos que Patronio diera al buen conde Lucanor en aquellos lejanísimos tiempos en los que Alarcón, la muy noble villa conquense, era mucho más que un bello paraje empujado a la historia por un río, el Júcar, que tuvo el capricho de cerrar su hoz sobre una peña inexpugnable.



1 comentario:

  1. Gracias por viajar hasta este pequeño lugar, que conozco tan bien, y describir tan fielmente su encanto y su belleza, con un excelente artículo y unas fotografías preciosas.

    ResponderEliminar