lunes, 5 de mayo de 2014

Las torres de San Gimignano

La primera vez que estuve en Toscana no tuve la suerte de conocer San Gimignano. Eso fue en 1965.
San Gimignano
Años más tarde, aprovechando un nuevo viaje a Florencia, no desaproveché la oportunidad de visitar la manhattan medieval de la provincia de Siena, y ver sus trece impresionantes torres que destacan, orgullosas, sobre el verdor del campo toscano.

Desde lejos, el perfil de la ciudad es sorprendente y de una personalidad inconfundible. A medida que te vas acercando, el singular efecto que producen sus rascacielos de piedra se va convirtiendo en una sensación extraña e irreal, que te hace dudar de la veracidad del paisaje que estás contemplando.
Pero San Gimignano es real. Diferente a todo, pero real. Y las catorce torres que ves son pocas, porque en sus tiempos de esplendor, hace siete u ocho siglos, las imponentes torres que se elevaban al cielo, tras sus murallas, eran nada menos que setenta y dos...

Dicen que el origen de la ciudad se remonta nada menos que a la época etrusca, aunque fue en los siglos XIII y XIV cuando alcanza su mayor auge. Al parecer, su ubicación en plena Via Francigena, camino casi obligado para quienes peregrinaban a Roma desde el norte en aquellos tiempos, ayudó a que la economía e importancia estratégica de San Gimignano fuese en aumento. 
Fue, en aquellas doradas épocas, ciudad libre, independiente de Florencia y Siena, y centro religioso artístico de considerable importancia, como atestiguan las numerosas obras de arte que, aún hoy, siguen presentes en esta villa de la Toscana.

Torre Rognosa
En verano (¡cómo no!) las hordas de turistas acuden a San Gimignano cual moscas a un panal abandonado, por lo que resulta mucho más aconsejable viajar (al igual que al resto de Toscana) en primavera. 
En primavera, además, es cuando el campo y las colinas que rodean la vieja ciudad presentan su aspecto más atractivo, con ese verdor intenso y bien dibujado por viñedos y cipreses, tan característicos de esta bellísima región de Italia.

Y si queremos estar casi completamente a salvo de los bárbaros (que ya no son, solo, del norte), lo mejor es quedarse a dormir en San Gimignano. Esto es algo poco frecuente para los circuitos turísticos habituales en nuestros días (esos de "Si hoy es martes, esto es Bélgica"), por lo que nos permitirá disfrutar del indescriptible placer de pasear por sus bonitas plazas y sus estrechas calles bajo la constante vigilancia de sus señoriales torres, pero sin la molesta y ruidosa presencia de esos acelerados visitantes que bajan de su autobús para profanar con sus cómodas sandalias alemanas (combinadas, frecuentemente, con asombrosos calcetines) unas piedras centenarias que merecen mucha más consideración y respeto que una breve parada entre Florencia y Siena o Pisa.

Desde la Torre Grossa
La antigua catedral románica, la Basilica Collegiata di S. Maria Assunta, es, con independencia de su valor arquitectónico, un auténtico museo gracias a sus bellísimos frescos, pero no son menos interesantes las plazas y calles del viejo recinto amurallado ni, desde luego, sus torres. La vista desde su Torre Grossa es un espectáculo que nadie debe perderse.


Para dormir en San Gimignano, el Palazzo Buonaccorsi es una magnífica opción, aunque no la única. El hotel La Cisterna, por ejemplo, tiene un emplazamiento envidiable en un edificio histórico de enorme belleza. 
Y también existen buenas alternativas en la campiña próxima, fuera del recinto amurallado y con bonitas vistas sobre él.

En San Gimignano tiene fama la cerámica (no perderse, por cierto, la reproducción en cerámica de la ciudad medieval que se exhibe en el Museo SanGimignano1300) y es imprescindible visitar su Palazzo Comunale (con su excelente pinacoteca), desde el que se accede a la antes mencionada Torre Grossa.

Junto a la muralla
Tampoco está nada mal, en un terreno algo más prosaico, celebrar la fortuna de haber tenido la oportunidad de conocer un rincón tan especial de la Toscana en la muy premiada Gelateria di Piazza (Dondoli), una de las más reconocidas de toda Italia.
Los pinochos de madera fueron, asimismo, una especialidad de los artesanos locales, si bien se han popularizado tanto que hoy se encuentran ya por todas partes... pero a mí me siguen gustando más los de San Gimignano.
Otro de los productos a destacar es la Vernaccia, un vino blanco y seco, de renombrada fama y con denominación de origen propia, citado por el propio Dante en su "Purgatorio".


Todo es bonito en este lugar extraordinario, por el que un día disputaron güelfos y gibelinos y en el que llegó a residir el ya citado Dante en el año 1300, como embajador de la República Florentina. 
Su muy especial belleza, el arte que atesora y su interesante y dilatada historia fueron motivos sobrados para que, en 1990, la Unesco decidiera incluirla en su privilegiada lista de esos lugares que ya son, por su singularidad, Patrimonio de la Humanidad.

Una merecida distinción que nos recuerda la grandeza de la ciudad toscana de las altas torres, de la que somos testigos quienes hemos tenido el privilegio de visitar, con la calma que su bien ganada fama requiere, la fabulosa manhattan medieval: San Gimignano.



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