viernes, 8 de agosto de 2014

Del sol a la luna, pasando por Teotihuacán

México es, como bien decía mi amigo Pancho Medina, el país de la eterna primavera.
Aunque, en realidad, es mucho más que eso. 
Calzada de los Muertos
Pocos lugares del mundo son depositarios de tantas y tan diversas virtudes como la gran nación mexicana, que las tiene de todo tipo, si bien yo destaco, por encima de las demás, a su gente, que es más extraordinaria, todavía, que las inmensas bellezas de su tierra, lo que es decir mucho.


En mi primer viaje a México, tuve ya la oportunidad de visitar Teotihuacán y fue, sin duda, una de las mejores etapas de unos días cargados de actividad, con especial inmersión en la riquísima cultura mexicana. 

Teotihuacán me dejó impresionado. Eran tiempos de menor afluencia turística y una de mis misiones era contribuir al aumento de visitantes españoles. Hoy, viendo las riadas de personas que inundan el valle de Teotihuacán, me pregunto si me excedí en mi cometido...


Pirámide del Sol desde el cielo
Bromas aparte, lo cierto es que en aquellos tiempos se podían visitar los grandiosos monumentos prehispánicos que florecieron hace casi dieciocho siglos a lo largo de la calzada de los Muertos (la larga calle que marca el eje principal del gran yacimiento arqueológico) casi, casi en soledad o, al menos, sin aglomeraciones.
Sobre todo, si tenemos en cuenta que al ser invitados especiales del Turismo de México disfrutábamos de ciertos privilegios de horarios y accesos, restringidos al público en general. Una ventaja que sería inapreciable en nuestros días.




Teotihuacán, declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1987, se encuentra en el estado de México, a unos cuarenta y cinco kilómetros de la capital federal.
Se trata de un complejo arqueológico excepcional e inmenso, donde todo adquiere una dimensión monumental, propia de lo que fue durante su período de esplendor que, según dicen los expertos duró unos trescientos años, hasta que empezó a caer en decadencia, hacia el siglo VII de nuestra era. 

El valle en el que se asienta es, también, grandioso y contribuye, en buena medida, a darnos idea de lo que fue aquella civilización, cuando lo habitaban cerca de doscientas mil personas.


Pirámide de la Luna
Aunque dicen que ahora se organizan cortas y rápidas excursiones desde la Ciudad de México, yo no soy, en absoluto, partidario de ellas. Me parece indispensable pasar allí un día entero, a ser posible evitando el solsticio de primavera, claro está, pues en esa fecha las multitudes que acuden a las pirámides, en busca de su energía purificadora, son abrumadoras.



La pirámide de la Luna cierra el conjunto por el norte y desde sus cuarenta y  cinco metros de altura se divisa una panorámica espectacular. Frente a nosotros, la calzada de los Muertos, con sus dos kilómetros de longitud, se extiende hasta la Ciudadela, en la que se alza la pirámide de la Serpiente Emplumada, y a la izquierda surge la silueta, enorme y majestuosa, de la gran pirámide del Sol, con su gran planta cuadrada de más de doscientos metros de lado, la mayor de de Mesoamérica, tras la gigantesca de Cholula.



Teotihuacán (óleo de José María Velasco)
A mí me gusta mucho imaginarme el valle con el aspecto que tenía cuando lo conoció José María Velasco cuando lo inmortalizó en sus extraordinarios cuadros que hoy nos permiten retroceder cerca de un siglo en nuestra admiración a lo que fue, en su época dorada, una de las áreas del mundo con una mayor densidad humana.


Su influencia se dejó sentir en todas partes, por lo que es fácil encontrar vestigios arqueológicos, en lugares alejados, que demuestran que sus gustos y estilo arquitectónico y decorativo se extendieron por doquier.



Puma (Tetitla, Teotihuacán)
Sin embargo, por algún motivo sobre el que no se han puesto de acuerdo los estudiosos de la cultura teotihuacana, "La ciudad de los dioses" empezó a despoblarse y sus habitantes emigraron. Así, Teotihuacán empezó a alejarse de la realidad cotidiana y a forjar su leyenda. Una leyenda inmortal como el Sol y la Luna, que han dado nombre a sus dos grandes pirámides y que han llegado hasta nuestros días como grandes estandartes de una de las mayores civilizaciones que ha conocido el ser humano, la del valle sagrado de Teotihuacán.

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