viernes, 29 de agosto de 2014

Chile, tierra de volcanes

En Chile hay más de dos mil volcanes. Y casi la cuarta parte de ellos registran algún tipo de actividad. Es, junto con Indonesia, la zona de mayor concentración de volcanes activos del mundo y comparte con el vecino país de Argentina, el cinturón volcánico de los Andes, en el que se encuentran varios que superan los seis mil metros de altura.


Volcán Villarrica
Sobrevolarlos es, en verdad, espectacular y ofrece unas vistas solo comparables con las del Himalaya o, más modestamente, con las de los Alpes, aunque yo creo que la belleza de los volcanes chilenos es única por su disposición alineada con la costa, de la que, además, están tan cercanos que producen un efecto geográfico único.



De todos ellos, mi favorito es el Villarrica. Tal vez por su perfecto cono nevado, surgiendo imponente en las proximidades del lago y siempre coronado por su permanente fumarola que nos recuerda que es uno de los más activos. No es, desde luego el más alto, ya que no alcanza los tres mil metros de altura, pero su aspecto es de una belleza especial y se encuentra enclavado en una región natural extraordinaria, que alberga grandes bosques y renombrados balnearios de aguas termales.
Yo tuve la gran fortuna de ascender por las laderas del volcán cuando visité Chile, gracias a la generosa amabilidad de mi buen amigo Juan Carlos Fabres, uno de los empresarios de publicidad más importantes del país andino, quien tuvo la gentileza de invitarme y acogerme con una hospitalidad más propia de un hermano que de un amigo.

Mi periplo en aquel viaje fue accidentado. Y no lo fue por culpa de Juan Carlos, quien, por el contrario había procurado que el larguísimo trayecto desde Madrid fuese lo más cómodo posible, sino por el retraso de una línea aérea que me impidió llegar a tiempo a la conexión prevista. Ello provocó una serie de disparates sucesivos que terminaron con un itinerario Madrid - Caracas - Bogotá - Guayaquil - Quito - Buenos Aires - Santiago - Valdivia - Santiago - Sao Paulo -Río de Janeiro - Madrid. Todavía hoy, un cuarto de siglo después, me agota recordarlo...

Con las maletas, lógicamente, perdidas (supongo que debieron coger gusto al avión y continuaron su periplo, haciendo unas cuantas escalas más), conseguí llegar (de milagro) al aeropuerto de Santiago y contactar con los Fabres, quienes supongo que ya daban por perdidos a sus invitados españoles.

Gracias a las atenciones de Juan Carlos, su esposa Jeanette y sus hijos, no resultó difícil reponerse en el excelente hotel Kempinski Plaza (creo que ya no pertenece a la cadena Kempinski, pero yo juraría que es el mismo) y, tras asistir a una gran representación del Spartacus de Khachaturian en el magnífico Teatro Municipal de Santiago y pasar una divertida y soleada jornada de golf en el Club Los Leones, tomamos todos un vuelo a Valdivia (la ciudad austral más antigua del mundo -1552- y víctima del mayor terremoto de la historia -1960-) para dirigirnos a Villarrica.

Los mapuches llamaban al volcán Rukapillan, lo que viene a querer decir algo así como "casa del espíritu". Parece un nombre apropiado, sobre todo si tenemos en cuenta su frecuente actividad, con numerosas erupciones registradas, algunas de ellas muy potentes y destructivas.

Lago Villarrica
Subimos por la ladera, en busca del viejo espíritu (que, por suerte, parecía estar dormido), hasta donde nos permitió la nieve y el glaciar que corona el volcán, por lo que no nos resultó posible llegar hasta el cráter desde el que hubiésemos podido ver su amenazador lago de lava. Lo que sí tuvimos la oportunidad de observar fue el Parque Nacional Villarrica, en el que se encuentra situado.  
Algo más lejos, dos grandes y muy profundos lagos se extienden, serenos y rodeados de frondosos bosques de araucarias. Son el Villarrica y el Calafquén. 
Y mirando en dirección contraria al océano, también podemos alcanzar a ver otros dos volcanes vecinos, el Quetrupillán y el poderoso Lanín, con sus 3.776 metros de altura, cuya cumbre es punto de encuentro entre Chile y Argentina.

Termas de San Luis
Estando en la zona, se hace imprescindible visitar los dos bonitos y muy acogedores pueblos de Villarrica y Pucón, ambos en la orilla del lago, en los que nos encontraremos con el fiel recuerdo de los bravos mapuches y de los colonos alemanes que se instalaron a mediados del siglo XIX y crearon una comunidad germano-chilena que sigue conservando muchas de sus viejas costumbres originales, en particular, las culinarias.

Para culminar el viaje por esta bella región chilena, es preciso acabar en la Termas de San Luis, un enclave asombroso, en el que las construcciones de madera, los inmensos bosques, recónditos senderos y piscinas de aguas termales parecen surgir del pasado para ofrecer un descanso natural que nos traslada a un mundo imaginario e irreal, en el que el descanso, la tranquilidad y la relajación son de obligado y feliz cumplimiento.

Otra de las fantásticas sorpresas que la familia Fabres nos tenía reservada.


Volcán y lago Villarrica
Chile es mucho más que todo esto, pero en nuestros apresurados días los viajes son, lamentablemente, más cortos de lo que nos gustaría que fueran. Como la vida, así que aprovechemos unos y otra.



Gracias, Juan Carlos.

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