Aquella noche Ludvic volvió a cruzar el puente Carlos entre las sombras. Pero esta vez, lo hacía más apresuradamente que de costumbre. La niebla había caído sobre Praga y era difícil hasta distinguir las negras siluetas de las estatuas que hacían guardia a ambos lados del puente.
El puente Carlos |
Ludvic había salido de su pequeña buhardilla y, tras atravesar la gran plaza de la Ciudad Vieja, pasó, casi corriendo y siempre bien protegido por la oscuridad, bajo el reloj astronómico del Ayuntamiento que, a esas horas, permanecía en total silencio ya que nunca suena pasadas las once de la noche. Pese a ello, Ludvic no pudo evitar una mirada de soslayo, levantando un poco la cabeza, mientras imaginaba a los doce apóstoles saliendo a saludar sobre la esfera del reloj y veía el dorado círculo inferior, en el que la escasa luz apenas permitía apreciar los signos del zodíaco de Josef Mánes.
Acababa de dejar atrás la plaza, bella y silenciosa, con su amplia y despejada explanada misteriosamente vacía, en la que destacaban las fachadas de las iglesias de Tyn y San Nicolás, así como el monumento a Jan Hus, el sacerdote reformista checo, precursor del protestantismo, que fue quemado en la hoguera en 1415, tras ser condenado por herejía.
Plaza de la Ciudad Vieja |
Una vez superada la plaza, Ludvic pasó bajo el arco de la Torre de la Pólvora y entró en el puente. Bien conocía Ludvic la belleza de la torre, considerada por muchos como una obra cumbre del gótico, pero el dichoso nombre con el que la tradición popular la conocía, no era, ni mucho menos una buena razón para que quien pasaba, furtivamente, bajo ella, estuviese tranquilo en exceso. Por suerte para él, su vieja utilización como depósito de explosivos era ya solo historia, al igual que su uso original de defensa de la Ciudad Vieja. Era un alivio.
Reloj astronómico del Ayuntamiento |
Al llegar a la torre del otro lado del puente se detuvo. No pudo dejar de girarse un momento para observar las negras aguas del Moldava y el impresionante aspecto del puente Carlos.
A Ludvic le gustaba mucho. Y más, aún, de noche, en la más absoluta y sobrecogedora soledad. Su medio kilómetro de largo y diez metros de ancho, así como sus dieciséis arcos sobre el río, hacían de él una magnífica obra de ingeniería medieval, con independencia de que en la mezcla usada para fabricar el mortero con el que se sujetaron los bloques de arenisca se hubiese incorporado huevo (tal como asegura la tradición) o no. Poco le interesaba eso a Ludvic. Lo verdaderamente importante era el grandioso aspecto del puente en sí mismo. Y la historia que se había escrito sobre él, que era, en definitiva, la historia de la ciudad de Praga.
Estatua de San Juan Nepomuceno |
Ya estaba en Malá Strana. Ahora solo le quedaba subir hasta el Castillo de Praga (a Ludvic le gustaba referirse al castillo con su nombre completo, aunque era evidente que estaba en Praga), el mayor del mundo y tan diferente a la idea habitual que tenemos del concepto "castillo". El Castillo de Praga es el principal conjunto monumental de la República Checa, como antes lo fue de Checoslovaquia y, en su origen, del reino de Bohemia y, más tarde, hasta del Sacro Imperio Romano Germánico. Construido en el siglo IX, en él comienza la historia de Praga.
Callejón del Oro |
Por fin, ya casi sin aliento, Ludvic llegó al Callejón del Oro. Sus pequeñas casitas de colores pasaban desapercibidas en la penumbra, pero no tuvo dificultad para encontrar la de Josef. Llamó a la puerta con sus habituales cuatro golpes de nudillos, espaciados de dos en dos y Josef reconoció, al instante, la señal.
–Llegas tarde –dijo Josef –. Pasa.
–Tengo que esperar a que todo esté tranquilo –respondió Ludvic –. No podemos arriesgarnos.
Josef abrió un pequeño escritorio y sacó un sobre. Mostrándoselo a Ludvic, dijo:
– Llévatela. La hice anoche.
– No te preocupes, llegaremos a tiempo –aseguró su amigo.
– Eso espero –casi suspiró Josef –. Me gustaría verla publicada cuanto antes.
Ludvic asintió con la cabeza y abrió la puerta. Miró a ambos lados del pequeño y oscuro callejón y con un breve gesto de su mano se despidió de Josef.
En unos segundos, una sombra bajaba, a toda prisa, camino del puente Carlos. A mitad del puente, junto a la estatua de San Nicolás de Tolentino, Ludvic se detuvo para tomar aliento. Volvió su cabeza hacia la catedral de San Vito y murmuró entre dientes:
– Tranquilo, Josef. Pronto verás publicada tu fotografía en Turistas y Piratas.
La niebla se iba haciendo más densa y el eco de sus apresurados pasos se perdió pronto bajo la noche de Praga.
Grande, gracias Paco
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