lunes, 22 de septiembre de 2014

Viaje al Parnaso

Fue mi buen amigo Eduardo Baeza quien insistió en que un viaje a Grecia no está completo sin una visita al oráculo de Delfos

Ruinas del templo de Apolo en Delfos
Viniendo de todo un director general de Procter&Gamble, con enorme experiencia en marketing y, desde luego, en estudios de mercado e investigaciones de todo tipo, capaces de predecir con enorme exactitud cualquier acontecimiento comercial, me pareció imprescindible aceptar su sabio consejo y acudir con él al más célebre oráculo de la historia... no ya a preguntar sobre el futuro de Fairy en el mercado español (que fue excelente, por cierto), sino a consultar con Apolo sobre aspectos más metafísicos y, claro está, trascendentes. No es que no me importase lo que le esperaba al milagroso lavavajillas antigrasa, pero no me pareció oportuno descender a materias tan prosaicas en las proximidades de la morada de las musas.

Por lo tanto, siguiendo, una vez más, la certera opinión de Eduardo, aceptamos de inmediato su invitación para, conducidos por él desde Atenas, tomar la carretera en dirección oeste, camino del monte Parnaso y de las ruinas del santuario de Delfos. 

Apolo y las musas
Delfos se encuentra en la ladera sur del famosísimo monte Parnaso, residencia de Apolo y de las musas (sobre cuyo número total nadie acaba de ponerse de acuerdo), quienes acudieron allí desde el cercano monte Helicón al ser llamadas por el dios de la belleza, la perfección y la armonía.

No recuerdo cuánto tiempo tardamos en llegar, pero supongo que unas tres horas. Tampoco soy capaz de acordarme del día de la semana, pero me sorprendió que cuando llegamos a las escarpadas laderas bajo los Fedríades, esos picos brillantes y rojizos que defienden el conjunto del santuario de Apolo, no había turistas. Supongo que es algo insólito y que muy probablemente se debió a que ya era tarde y todos los visitantes del día se habían marchado de aquel lugar privilegiado y sagrado, sin duda uno de los conjuntos arqueológicos más importantes de Grecia y, por descontado, el de mayor valor religioso para los antiguos griegos, macedonios, romanos... 


El monte Parnaso
Tanto el macizo montañoso del Parnaso como el valle y los inmensos olivares que lo rodean son unos paisajes extraordinarios, a cuya gran belleza hay que sumar los milenios de historia que atesoran las gloriosas ruinas de Delfos.

El monumento principal del santuario de Apolo es el gran templo dedicado al dios, del que apenas se conserva la planta y hay unas pocas columnas restauradas. Una lástima, porque debió ser grandioso en sus épocas de gloria. 
Por encima de él podemos ver el teatro que, sin embargo, presenta un estado magnífico y desde cuyas gradas, levantadas sobre la propia falda de la montaña, podemos observar todo el recinto sagrado y, al fondo, el verde escenario del valle. Sentarse en la fila más alta y quedarse un buen rato descansando de la empinada subida, pensando que las ruinas que desde allí se contemplan tienen cerca de treinta siglos, nos deja sumidos en consideraciones que empequeñecen al hombre y agigantan a la humanidad.


Tesoro de Atenas
La fuente de Castalia siempre ha ejercido una atracción especial sobre mí. Ese manantial que brota de las laderas del Parnaso tiene que estar impregnado de la sabiduría de los dioses y la inspiración de las musas. Pero ¿dónde están hoy las aguas cristalinas de esta verdadera fuente de la sabiduría en la que se bañó la ninfa Castalia, huyendo de Apolo? Lo ignoro. Yo no la vi. Y tampoco pude ver el bosquecillo de laureles consagrados al dios, que allí se reunía con musas y náyades, para tocar la lira y escuchar las canciones de las ninfas...

Todo esto sucedía mucho antes de que Delfos existiese, cuando la fuente era custodiada por Pitón, la mítica serpiente/dragón que fue muerta por Cadmo... o por el propio Apolo, que tampoco hay unanimidad en ello.
Del nombre de Pitón deriva el de Pitonisa (o Pitia) que es el que se dio a las mujeres que, sentadas en un trípode, interpretaban los oráculos. Parece ser que la primera de ellas fue Sibila, cuyo nombre también se convirtió en una denominación genérica con el paso del tiempo.


Egeo, rey de Atenas, consultando a la Pitia
De esta manera, con pitonisas o sibilas, durante muchos siglos Delfos fue lugar de peregrinación. Reyes, héroes y plebeyos quisieron conocer su destino a través de las aguas parlantes de la fuente de Castalia. Todas las ciudades hacían generosos donativos al templo que convirtieron a Delfos en un lugar en el que se concentraron grandes riquezas y monumentos de todo tipo para agradecer a los dioses su protección y sus oráculos. 

De todos ellos, hoy tan solo está en pie el llamado Tesoro de Atenas (así se llamaban estos pequeños templos), erigido en agradecimiento por la victoria de Maratón y restaurado a principios del siglo XX por arqueólogos franceses.


Sí se conservan, en estado más o menos visible, las ruinas del templo circular de Atenea Pronaia, con sus columnas de original aspecto, construidas con mármol y piedra de colores diferentes, y algunas piezas escultóricas singulares, como el severo Auriga o la gran Esfinge de los Naxios, que se guardan en el Museo Arqueológico de Delfos.

Tholos de Atenea Pronaia
En la parte más alta y algo apartado, se encuentra el estadio, que fue construido para albergar los Juegos Pitios, una gran competición atlética que se celebraba, en un pincipio, cada ocho años y, algo más adelante, cada cuatro. Se trataba de un gran acontecimiento deportivo, que  rivalizó en importancia y fama con los Juegos Olímpicos, celebrados en Atenas. Parece que llegó a tener capacidad para siete mil espectadores y es muy interesante acercarse a él pues se dice que, al estar algo apartado y ser preciso un cierto esfuerzo para acceder hasta el lugar en el que se encuentra, la mayoría de los grupos no suben a visitarlo (algo que, en cualquier caso, nosotros no sufrimos por el hecho de disfrutar del imprevisto lujo de poder movernos por casi todo el yacimiento arqueológico sin nadie que perturbase nuestro paseo bajo la dominante mirada del Parnaso).
El otro gran recinto deportivo que existió en Delfos, el hipódromo, no ha sido localizado por los arqueólogos, si bien yo tengo la teoría (nada científica, pero bastante lógica) de que se encontraba en el valle y, probablemente, ocupando los terrenos en los que estuvo, en su origen, el estadio, antes de ser trasladado a la parte alta de la ciudad.


Teatro, templo de Apolo y valle
Delfos es uno de los lugares de mayor calado histórico que he visitado y el poder de atracción de sus piedras milenarias se percibe a cada paso. Un sentimiento que se agudiza en esas últimas horas de la tarde, en las que la luz se va transformando hasta dejar las ruinas del legendario recinto bajo ese raro efecto crepuscular que aumenta la sensación de proximidad con la historia, con la leyenda... y hasta con los orígenes de nuestra civilización.

En Delfos, al pie del Parnaso, donde brotan las aguas de la fuente de Castalia, el tiempo quedó por siempre detenido para los dioses y los hombres. Allí los mitos eternos cobran vida y elevan las emociones del viajero a la categoría de oráculo divino, bajo la protección de las sombras del viejo templo de Apolo Pitio.

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