lunes, 29 de septiembre de 2014

Soñar, sentir... tal vez viajar

Cuando caen en mis manos postales antiguas de lugares que he visitado, nunca dejo de emocionarme. Si, además, como las que ilustran este artículo, están dotadas de una singular belleza, me resulta imposible evitar la sensación de estar moviéndome en el tiempo hacia una época mejor, en la que los viajes tenían un significado y una trascendencia mucho mayores que los que realizamos en nuestros días.

Es muy probable que, en contra de mi primera impresión, esas épocas pasadas no fuesen, en realidad, tan buenas, pero lo que es indiscutible es que la mayoría de esos sitios (por no decir todos, que es lo que creo) estuvieron ungidos con el óleo sagrado de una lejana virtud, sencilla y grandiosa, a la vez, que los hacía más bellos de lo que son ahora.

La mayoría de las postales que aquí reproduzco pertenecen a la década 1890 - 1900 y, como podemos apreciar, se encuentran todas ellas en ese terreno confuso para la percepción de nuestros ojos, en el que se funden, como mínimo, fotografía, ilustración y litografía.

San Remo, Italia
San Remo conserva una tradición turística importante en la bella costa de Liguria y es famoso por su veterano festival de canciones, su puerto pesquero, su mercado de flores, su casino y su ciudad vieja, a la que todos llaman La Pigna, por su curiosísima y nada habitual forma. 
En este balneario italiano, muy próximo a la frontera francesa, murió, en 1896, Alfred Nobel, inventor de la dinamita y creador de los prestigiosos premios que, en su memoria, se entregan en la ciudad de Estocolmo. Precisamente de esos años es la panorámica de la postal que nos muestra un velero, anclado y con las velas a medio arriar, en su bahía de aguas azules, flanqueado por dos pequeñas embarcaciones que parecen moverse con extrema lentitud delante de unas tranquilas casas que miran al mar con serenidad, mientras otras trepan, abigarradas por la colina. Al fondo, montañas y nubes se difuminan, ayudando a destacar el conjunto del pueblo marinero, que capta nuestra atención y nos transporta al pasado.

Rio San Trovaso, Venecia
Un caso muy diferente es el de la vista del canal de San Trovaso, en Venecia. Si bien la postal sugiere un tiempo pretérito, lo que podemos ver en nuestros días no difiere mucho de la imagen antigua, ya que aún se conserva el viejo taller de reparación de góndolas (que data del siglo XVII) y, desde luego, la iglesia que da nombre al canal. Solo la suavidad de los colores y la indumentaria de quienes aparecen en la postal hacen diferente la escena de la que cualquier turista que, abandonando los circuitos masificados, se adentre por el sestiere Dorsoduro y se detenga frente a la iglesia de San Trovaso antes de entrar en ella para admirar el magnífico lienzo de Tintoretto ("La última cena") que con tanto arte ilumina su interior.

Sveti Stefan
Sveti Stefan (San Esteban) es un lugar extraordinario de la costa de Montenegro. Viéndolo en la postal, nada nos hace dudar de que se trata de un pequeño pueblo medieval amurallado que parece una isla convertida en península gracias a una estrecha lengua de arena que la une al continente. 
Y, sin duda, es lo que era en aquellos lejanos tiempos: un diminuto y pintoresco pueblo de pescadores situado en un fantástico lugar de la bonita costa montenegrina.
Sin embargo, Sveti Stefan es hoy un hotel. Sí, un hotel que no lo parece en absoluto, pues ha conservado todos los exteriores de las casas intactos, convirtiendo los interiores en distintas y lujosas dependencias, enmarcadas por dos playas de arena rosada que disfrutan de vistas inigualables. Se trata del Aman Sveti Stefan, uno más de los exclusivos alojamientos de la cadena Aman Resorts, que es, de lejos, mi favorita entre cuantas existen.
Así que el pequeño promontorio rocoso de la postal de ese idílico pueblecito que, en los tiempos de la postal, estaba bajo el dominio del Imperio Austro-Húngaro es, en el siglo XXI, un complejo hotelero perteneciente al lujoso grupo fundado por Adrian Zecha.

Vista desde el monte Palatino, Roma
La vista de Roma desde el monte Palatino impresiona. Lo que se ve desde la colina en la que se fundó la ciudad, donde Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba Luperca, no puede dejar indiferente a nadie, pero pensar que desde lo alto del monte en el que naciera Roma, más de treinta siglos de historia nos contemplan, llega a estremecer al espíritu más templado.
Con los foros romanos, el Coliseo y el circo Máximo a sus pies, rodeado por todas partes de templos y palacios imperiales, el Palatino no es solo el monte más sagrado de la Roma clásica, sino el auténtico epicentro del gran imperio que dominó el mundo.
En la foto vemos con claridad una buena parte del foro, el arco de Septimio Severo y la iglesia de San Lucas y Santa Martina, así como la torre de la colina Capitolina, pero no aparece el gigantesco monumento de Víctor Manuel II, por la sencilla razón de que cuando se tomó la fotografía aún no estaba construido. Si tenemos en cuenta que fue inaugurado en 1911, es inmediato concluir que, tal como ya habíamos comentado más arriba, esta fotografía coloreada tiene más de un siglo de antigüedad, lo que, en cualquier caso, no es nada comparado con los que tiene Roma.

Hertenstein, lago de Lucerna
Navegar a bordo de uno de los viejos vapores de ruedas que siguen dando servicio en el gran lago de los Cuatro Cantones (también llamado Vierwaldstättersee o lago de Lucerna) es una de las más populares atracciones para los turistas en la Suiza central. En la postal vemos, tan solo, una pequeña barca junto a la orilla de la península de Hertenstein con el impresionante y rocoso monte Pilatus al fondo. 
A Pilatus se asciende hoy con el tren de cremallera más empinado del mundo o con un moderno telecabina de espectaculares vistas. El llamado "Circuito Dorado" consiste en combinar ambos con un trayecto por el lago en vapor. 
Rachmaninov, Mark Twain, el rey Luis de Baviera y la reina Victoria estuvieron aquí, seducidos por la belleza y tranquilidad de un paisaje dramático y poderoso en la distancia, pero plácido y relajado en el entorno próximo. Una de esas combinaciones que solo suelen darse a la orilla de un gran lago rodeado de enormes montañas, característica de la bonita geografía suiza, a la que en este caso hay que añadir el particular y apacible microclima local, que confirió a Hertenstein y a la vecina localidad de Weggis una fama mundial de la que todavía sigue disfrutando.

Honfleur, Normandía
Siempre he sentido debilidad por Honfleur. En su muelle, junto a la desembocadura del Sena, se aprietan los pequeños barcos pesqueros que tiñen de vivos colores la graciosa hilera de casas de su puerto, que parece un apéndice en el gran estuario del río que llega desde París.
Tierra de grandes artistas, como Boudin o Erik Satie, Honfleur fue inmortalizado repetidas veces por Courbet y Monet en su obra y el gran Henri Salvador le dedicó su canción 'Mourir à Honfleur'.
La postal, sin el colorido brillante o el dramatismo de los cuadros de Monet, nos traslada al puerto de una villa marinera tranquila, alejada de su histórico asedio durante la Guerra de los Cien Años y sin rastro aparente de inquietud alguna.
Bien es cierto que la parte antigua de este pequeño pueblo de Normandía conserva su amor por las tradiciones y su vocación artística, pero la limpia serenidad que se aprecia en la vieja postal, salpicada de un tipo de embarcaciones a vela nada frecuentes en nuestro siglo, ya está un tanto perjudicada por la vida moderna de la que casi ningún núcleo urbano se encuentra a salvo. Pese a todo, sigue pareciendo bonito morir en Honfleur.

Deal, Inglaterra
Deal sigue siendo un lugar poco conocido para el turismo en la costa de Kent y conserva buena parte del reposado aspecto que nos muestra la postal. Una larga línea de casas bajas se extiende en paralelo a la playa, en la que hoy ya no suelen verse, sin embargo, barcos ni canoas.
La historia nos cuenta que Julio César desembarcó allí para lanzarse a la conquista de Britania y que su castillo, construido bajo el reinado de Enrique VIII, llegó a ser una fortaleza fundamental en la defensa de la costa del sureste de Inglaterra.
El pueblo conserva un toque de sencilla elegancia, que pasa desapercibida entre la naturalidad de sus gentes y la amplitud de sus playas que, evidentemente, eran ya populares en los últimos años del siglo XIX. Por suerte, al no haberse puesto de moda para el turismo contemporáneo, conserva una gran parte de su encanto.
Los blancos acantilados de Dover no están lejos de Deal, como tampoco lo está el interesante y muy antiguo pueblo de Sandwich. Ambas son visitas indispensables para quien tenga la suerte de pasar unos días en esta parte de la costa británica.
En la postal, Deal se nos presenta como un atractivo centro turístico, en el que los baños de mar se sustituyen (con buen juicio) por paseos en pequeñas embarcaciones de remos que parecen alquilarse en la misma orilla de la playa. Toda la fotografía despide un aroma de artística plasticidad pre-impresionista que alimenta la sana envidia de quienes añoramos la pacífica felicidad de las vacaciones de una época tan lejana que solo la hemos conocido a través de los sueños.

Antiguas postales coloreadas que nos permiten viajar hacia el pretérito y entender por qué hay quien sigue manteniendo que cualquier tiempo pasado fue mejor.

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