Me resultaría muy difícil concretar cuáles son mis dos teatros de ópera favoritos. Al menos hay diez, repartidos por todo el mundo, que me resultan extraordinariamente atractivos y a los que me encanta acudir con cualquier excusa, en cuanto dispongo de una oportunidad.
Sin embargo, sí tengo claro que los que más me gustan de Italia son, estos dos: La Scala en Milán y La Fenice en Venecia.
Teatro alla Scala |
Su historia se remonta a 1778, cuando se inauguró el edificio de Piermarini para sustituir al incendiado Teatro Regio Ducale que existió en Milán entre 1717 y 1776.
Es de sobra conocido por todos los aficionados a la música que se estrenó con una obra de Antonio Salieri, 'L'Europa riconosciuta'.
Se construyó sobre el solar que había ocupado la iglesia de Santa Maria alla Scala, de la que heredó su nombre. Su exterior, elegante y discreto, esconde una sala impresionante, caracterizada por estar compuesta en su totalidad de palcos exceptuando, claro está, las localidades del patio de butacas. Sin duda, esto tiene su origen en el hecho de que fueron los noventa propietarios de los palcos del antiguo teatro quienes impulsaron y financiaron su construcción. Las posteriores reformas de 1907, 1946 y 2004, son las que nos han dejado el magnífico teatro en su estado actual, cuyo esplendor es indiscutible y muy próximo al original , pese a haber sido objeto de innumerables trabajos de mejora que han modificado sus estructuras técnicas y las han puesto a la altura que su fama merece.
Ahora bien, lo más destacable de La Scala es su gigantesca historia artística. La institución ha contado con directores musicales de la categoría de Toscanini, Abbado o Muti, mientras que la larga lista de óperas estrenadas en el teatro incluye títulos como 'Norma', Nabucco', 'Otello', 'Falstaff', 'Madama Butterfly' o 'Turandot'.
Rossini, Bellini y Verdi fueron autores íntimamente vinculados a La Scala, a la que enriquecieron con su música inmortal. Y lo mismo puede decirse de los más grandes cantantes y figuras del ballet de todos los tiempos, Maria Callas, Renata Tebaldi, Margot Fonteyn, Rudolf Nureyev...
No parece descabellado, por tanto, afirmar que La Scala de Milán es el máximo exponente de los teatros líricos. Quien ama la ópera, no puede dejar de asistir, al menos una vez en la vida, a una representación en su templo más sagrado. Y con respecto al ballet, sin llegar a la absoluta excelencia del Bolshoi o del Mariinsky, podemos afirmar otro tanto. Esta gran actuación de Svetlana Zakharova y Roberto Bolle en el final del acto tercero de 'El Lago de los Cisnes', grabada en el año 2004, es una buena muestra de lo que decimos.
El Gran Teatro La Fenice es algo más moderno que La Scala. Se inauguró en 1792, tras la destrucción por un incendio, en 1774, del teatro San Benedetto, que llevaba cuarenta años iluminando la vida musical veneciana.
El nombre de La Fenice (Fénix) viene a celebrar el resurgimiento de la ópera en Venecia, tras haber sido consumida por el fuego, como la mítica ave.
La obra escogida para su inauguración fue 'I giochi di Agrigento', de Paisiello, hoy muy poco recordada.
La ubicación del teatro, en pleno centro histórico de la ciudad de los canales, contribuye, en gran manera a elevar su fama mundial a la categoría de lo que realmente es: un monumento excepcional, que sobrepasa sus méritos musicales, que son muchos.
Sin embargo, esta misma situación, de muy difícil acceso, dificulta al máximo el trabajo de los servicios de emergencia en caso de que, como volvió a ocurrir en 1836 y en 1996, se produzca una situación que requiera la rápida intervención de un cuerpo de bomberos que en el casco antiguo de Venecia nunca lo tiene nada fácil.
Así, La Fenice tuvo que surgir, de nuevo, de sus cenizas, demostrando su inmortalidad. Y no solo una vez, sino dos. Y lo hizo como corresponde a los portadores de la gloria, pues si ya antes de su destrucción en 1836, había sido privilegiada con producciones notables de Rossini, Bellini y Donizetti, a finales del siglo XIX, Verdi estreno en este bellísimo teatro veneciano sus 'Ernani', 'Rigoletto' y 'La Traviata', entre otras de sus grandes óperas.
Asistir a una función en La Fenice es uno de los mayores placeres de la vida. En primer lugar, porque para hacerlo hay que estar en Venecia (lo que, por sí solo, ya sería suficiente motivo), pero también porque este pequeño teatro (pequeño en dimensiones, pero enorme en cuanto a valor artístico) es uno de los más bellos que existen. Y, por último, porque sus producciones suelen ser muy cuidadas y de gran calidad.
La última reconstrucción tuvo el gran acierto de recuperar el teatro respetando su diseño y decoración originales, lo que, estando en el corazón del barrio de San Marcos, es un acierto impagable. Por cierto que este incendio de 1996 fue provocado. Al parecer fueron dos electricistas quienes lo causaron, intencionadamente.
Puente Maria Callas, Venecia |
Es un pecado viajar a Venecia y no ir a La Fenice. Al menos, hay que visitar el teatro, lo que puede hacerse cualquier día y está al alcance de todas las economías. Merece la pena entrar en este recinto consagrado a la música, por el que han pasado tantos insignes artistas, quienes no se han cansado de ensalzar sus excepcionales cualidades acústicas, tal vez beneficiadas por su reducido tamaño (menos de mil localidades).
Si, además, tenemos la suerte de poder asistir a una de sus siempre magníficas representaciones de ópera, volveremos de Venecia con el alma más ligera y el corazón acelerado. Y deseando regresar, cuanto antes, para escuchar de nuevo la melodía que no deja de flotar en el interior de esa sala celeste y dorada, patrimonio de la luz y de los dioses.
Palcos de La Fenice |
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Conocer, si. Pero hay que saber de su historia. Eso lo hace mas atractivo.
ResponderEliminarConocer, si. Pero hay que saber de su historia. Eso lo hace mas atractivo.
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