sábado, 14 de marzo de 2015

Bolshói y Mariinski, grandes de Rusia

No es nada sencillo tomar partido por uno u otro de los dos grandes templos de la música rusa. Es cierto que el Bolshói de Moscú tiene más nombre, a nivel internacional, pero (tal vez por eso mismo) los defensores de la grandeza del Mariinski sostienen que esa fama la ha conseguido gracias a popularizarse en exceso, mientras que el teatro de San Petersburgo ha permanecido siempre fiel a sus principios de excelencia musical.
Desde mi punto de vista, no es sensato entrar en una discusión que tiene raíces subjetivas evidentes, similar a la que los taurinos podrían alimentar, comparando las virtudes de Las Ventas y enfrentándolas a las de la Maestranza.

La sala del Bolshói, vista desde el escenario
Bolshói significa 'grande' en ruso, una palabra que viene a definir, de forma clara y simple, su naturaleza de gran teatro. Sin duda, uno de los más importantes del mundo en el ámbito musical.

Su historia comienza en el año 1776 y está jalonada de múltiples y graves incendios, que obligaron a sucesivas reconstrucciones a lo largo del tiempo.
La compañía, creada en la época de Catalina II, tuvo un primer teatro, el Petrovski, que se quemó en 1805. La nueva sede fue destruida por el gran incendio que sufrió Moscú durante la ocupación de las tropas de Napoleón, en 1812. Un tercer teatro, inaugurado en 1825, fue pasto de las llamas en 1853...

Durante la revolución bolchevique, el Bolshói (ya en su ubicación actual de la plaza Teatrálnaya) alternó su actividad cultural con los congresos del Partido Comunista y en 1922 fue testigo de la fundación de la Unión Soviética.

Fachada principal del teatro Bolshói de Moscú

Su aspecto exterior es, en verdad, imponente, con sus ocho poderosas columnas coronadas por un frontón, sobre el que Apolo maneja una cuadriga al galope.

El grandioso edificio que hoy vemos es resultado de una larga restauración integral, inaugurada en 2011, tras seis años de trabajos.
En su mayor parte se ha respetado fielmente la obra original de Albert Kavos, quien había rehabilitado el edificio anterior, realizado por Osip Bovet, que fue el destruido por el fuego en 1853.
Hoy se ha recuperado una buena parte del esplendor de la época imperial del teatro, que había sido modificado durante los años de la Unión Soviética, aunque se han mantenido algunas de las intervenciones efectuadas en esta etapa, como la cafetería. 
El resultado (que yo aún no he tenido oportunidad de ver en directo, después de su reforma) parece que es impresionante, tanto por su lujosa decoración como por sus condiciones técnicas. Estoy deseando volver a Moscú para visitarlo.
Sello del Bolshói

Pero si espectacular es su arquitectura, es todavía mayor su mérito musical. Caracterizado por haber mantenido su vocación hacia un repertorio clásico, sus temporadas de ópera y ballet son siempre celebradas por todos los amantes de las artes escénicas musicales. Allí estrenó Tchaikovski su celebérrimo ballet 'El lago de los cisnes' y por su escenario han pasado las máximas figuras rusas, como Galina Ulánova o Maya Plisétskaya, y los principales artistas internacionales, como Plácido Domingo o Angela Gheorghiu. 

Según tengo entendido, en el subsuelo del teatro se ha construido una gran sala de conciertos, con lo que se ha duplicado la superficie del complejo teatral del Bolshói.
Para mí el 'teatro grande' (unos 80.000 metros cuadrados construidos) es, sin duda, una de las tres grandes atracciones de Moscú, junto al Kremlin y la Plaza Roja.



Teatro Mariinski de San Petersburgo
Su eterno rival, el Mariinski (llamado Kirov entre 1935 y 1992) tiene un origen solo un poco más moderno. 
Fue inaugurado en 1860 y es el heredero del Kámenny, fundado en 1783, también bajo el reinado de Catalina II.

El edificio está inspirado en el teatro Semper de Dresde, si bien a mí me resulta más próximo al estilo clásico de la arquitectura vienesa. 
En cualquier caso, es ese particular color verde pastel que domina en su fachada, el que le imprime un carácter propio e inconfundible, dotándole de una personalidad muy particular, de todo punto inconfundible.
Es, por supuesto, la sede del famoso Ballet Mariinski y la lista de los artistas que por él han desfilado quita la respiración al leerla. Anna Pávlova y Rudolf Nuréyev, son dos renombrados ejemplos que ilustran esta realidad.

Al igual que el Bolshói, el gran teatro de San Petersburgo (la capital mundial de la cultura, como llaman a la ciudad muchos de sus habitantes) ha sido escenario de grandes estrenos mundiales, como es el caso de 'La forza del destino' de Verdi.

Saliendo del escenario en el Mariinski

El Mariinski, cuyo nombre le fue otorgado en honor de la emperatriz María, esposa de Alejandro II, ha querido actualizar y ampliar su oferta musical, inaugurando en 2013 un modernísimo teatro anexo, el Mariinski II (que tampoco he tenido la suerte de conocer, hasta la fecha), formando un complejo teatral de gran envergadura, multiplicando su capacidad y aumentando, con ello, el tamaño de su compañía estable.

Desde 2006 cuenta, asimismo, con un auditorio muy próximo, la denominada Sala de Conciertos del Teatro Mariinski, cuya acústica es excelente y es un edificio de elegante diseño.
Así, con sus instalaciones actuales, el conjunto tiene hoy una capacidad para 5.000 espectadores. Y no es nada raro que se ofrezcan espectáculos simultáneos en los tres.


La elegante sala del Mariinski
Yo no podría decantarme por uno u otro. 
Ambos resultan excepcionales y magníficos desde todos los puntos de vista, monumental, artístico, histórico...

Quien no haya tenido la inmensa suerte de pasar, al menos una vez, por ellos o, en su defecto, haber asistido a alguna representación de sus compañías en una de las frecuentes giras que realizan por todo el mundo, no puede considerar que sus aspiraciones musicales han sido colmadas. Visitarlos es algo a lo que todo amante de la música (y del arte, en general) debe aspirar, en la seguridad de que su alma saldrá engrandecida y su ánimo reconfortado. 

Con todas las importantes modificaciones que los dos han incorporado en los últimos años, sería una buena idea ir pensando en un nuevo viaje a esas dos extraordinarias ciudades rusas que parecen estar llamando, permanentemente, nuestra atención con las pegadizas notas de 'El lago de los cisnes' (que, por cierto, son las que utilizan en el Metropolitan de Nueva York para advertir al público del final del descanso). 
Escuchemos su llamada y dejémonos seducir por la belleza de las eternas melodías que se desprenden de las viejas paredes del Mariinski y de esas otras que corren hacia nosotros, subidas en el veloz carro de Apolo, desde los renovados tejados del inmortal Bolshói.

Svetlana Zakharova baila 'Don Quijote' en el Bolshói

Lo intentaremos.














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