lunes, 26 de octubre de 2015

De Sorolla a Biarritz


Un viaje a Biarritz suele ser mejor tras haber visitado primero el Museo Sorolla de Madrid. 
Sobre todo, cuando no se está pensando en una visita trivial, sino en establecer lazos eternos con la villa marinera del sudoeste francés.

Lo mejor, sin duda, es ir al museo un sábado de marzo, lo más temprano posible (creo que abre a las 9:30h). Visitarlo de cuatro en cuatro es mejor que hacerlo en solitario, claro. Y mucho más recomendable que ir en un grupo multitudinario.

Los cuadros de Sorolla sobre Biarritz son luminosos, como los que pintó en su costa levantina natal. A veces, es difícil saber si la playa que aparece en su obra es vasca o valenciana. 
En Biarritz la luz es limpia, sobre todo, en invierno. Y como lo que debe seguir a la visita al Museo Sorolla (su bonita residencia madrileña, en pleno barrio de Chamberí) no es un viaje a Biarritz, sino dos, todo encaja perfectamente.

El primero de los viajes debe hacerse en primavera, a ser posible durante las vacaciones de Pascua. Esos días serán una prolongación de la mañana en la casa del pintor. Si van acompañados de una excursión a Cambo-les-Bains, aún mejor. 
En esos días, es probable que descubramos que la luz de la costa occidental francesa no es siempre tan luminosa, pero también es cierto que, entre el legendario Lou Coufidou y Le Patio, conseguirán que esa circunstancia no tenga mayor importancia. 
Lo más importante del Biarritz post-Sorolla es pasear. Siempre que se pueda, al borde del mar, claro. En primavera, los jóvenes ignoran que, apenas unos meses más tarde, todo será más luminoso y definitivo. Casi nadie habrá reparado en el reloj del edificio de la alcaldía y Chez Albert será, todavía, una posibilidad apetecible que espera, paciente en el pequeño puerto pesquero.


Sorolla acierta al enseñarnos tímidas bañistas con sombrero y vaporosos vestidos blancos, que se limitan a tocar el agua con sus pies descalzos. Pero también nos muestra en alguna de sus obras un paisaje más dramático, por su colorido y pinceladas, de una playa vigorosa y siempre intensa. 
Son los personajes femeninos los que abundan en estas pinturas del gran artista valenciano, normalmente sobre las rocas próximas al mar o en lo alto de los acantilados que dominan la arena. Estas perspectivas aumentan el efecto de los habituales contraluces de Sorolla y nos brindan una realidad que hoy nos parecería de otra época, de no ser porque Biarritz es atemporal para quienes la hemos vivido en toda su intensidad.

El segundo de los dos viajes a realizar con posterioridad al recorrido por el Museo Sorolla, hay que hacerlo en diciembre. Justo después de la Navidad. En él nos reencontraremos con una luz que ilumina el pasado y el futuro, especialmente, en el mediodía de la festividad de San Juan Evangelista, un momento en el que veremos volar su águila junto a las familiares gaviotas que anidan en los islotes frente al faro.


Luego, la vida continuará engrandeciéndose, durante muchas décadas, con el recuerdo de Sorolla elevándose sobre las tardes azules de las playas de Biarritz.

2 comentarios:

  1. Clara y luminosa invitación. Tus reflexiones y narración, querido Paco, son limpias y frescas, mágicamente acertadas como las pinceladas de Sorolla. Gracias por este delicioso y elegante combinado.

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  2. Muchas gracias, Julio, por tu cariñoso comentario. Un abrazo.

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