Los rasgos hieráticos de su belleza juvenil y su esbelto cuello eran más propios de una Nefertiti rubia que de una mujer del siglo XIX, algo que allí, entre las sombras arrojadas por aquellos colosos cilíndricos de Karnak, aún se hacía más evidente.
Las columnas de la sala hipóstila buscan a Amón-Ra |
Junto a ella se movía, nervioso, su marido, un estraperlista escocés, de pocos escrúpulos, que se las daba de simpático como método de trabajo para embaucar a los incautos.
Era una soleada mañana del mes de enero y, curiosamente, apenas había visitantes en el templo. A pocos metros de Elizabeth, recostados en una columna apartada, James y Ted observaban la escena, camuflados tras sus vestimentas árabes.
Los templos de Karnak |
Unos días antes de emprender viaje a tierras de Egipto, Elizabeth había recibido una carta en su casa de Londres. Una carta extraña, sin firma, escrita con una letra antigua. Decía así:
Está escrito que al tercer día, navegando Nilo
abajo, llegarás hasta donde estuvo la gran ciudad imperial, Tebas. A ti te
dirán que has llegado a Luxor.
Este es el lugar. Lo es para ti, como lo fue
para el más grande de todos los faraones, Ramsés II, hijo de Seti. Él mandó
construir templos y monumentos que han vencido al paso de los siglos y es,
precisamente, en uno de ellos donde tú deberás buscar el mensaje.
Desde luego, no será fácil; pero tampoco
imposible. Sigue con exactitud, cuidado y precisión las instrucciones y lo
conseguirás. Si lo logras, los dioses te protegerán.
En caso contrario...
Solo debes temer a la maldición de la tumba del sumo sacerdote. Es el único peligro que te acecha, pero es un gran peligro. No lo
olvides en ningún momento, así que lleva siempre contigo el amuleto de plata de
Isis que acompaña a esta carta, lo necesitarás para estar protegida y para
identificar el mensaje que debes recoger en Karnak.
Cuando llegues allí, al monumental complejo
religioso de Karnak, entrarás en el templo de Amón, el protector de Tebas. En
ese instante, invocarás la ayuda de Isis, la diosa del amor, hermana y esposa
de Osiris. Ella te mantendrá a salvo de los terribles sacerdotes de Seth, el
dios del mal, quienes disfrazados de mendigos y caminantes siempre estarán
vigilando tus pasos. ¡Cuídate de ellos!
Avanzarás por la avenida de esfinges con
cabeza de carnero hasta traspasar la puerta del templo. Una vez dentro, el gran
atrio principal te acogerá: a la izquierda, el pequeño templo de Seti II; a la
derecha, el de Ramsés III y, en el centro, los restos de las columnas de lo que
fue el pabellón del faraón Taharqa. Debes caminar entre lo que queda de estas
columnas y pasar junto a las dos estatuas gigantes de Ramsés II para llegar
hasta la sala hipóstila, la gran maravilla de la Antigüedad, con sus ciento
treinta y cuatro inmensas columnas. Apenas comiences a atravesarlas podrás ver,
al otro lado, los dos obeliscos: es en ese momento cuando debes extremar tu
atención.
El primer obelisco, el de Tuthmosis, quedará a
tu derecha. Puedes admirarlo, pero no hagas caso de él. Es en el segundo, el
más alto de los dos, el que está a tu izquierda, en el que debes concentrarte:
ahí está el mensaje. Este es el obelisco de Hatshepsut, el obelisco más alto de
todo Egipto, erigido por la única faraona de la historia, para gloria de su 'padre' Amón. Como verás es enorme y majestuoso: no creo que hubiera podido
encontrar otro lugar mejor en el mundo para esconder tu mensaje.
El obelisco de Hatshepsut está asentado sobre
una base rectangular, formada por grandes piedras. Sitúate frente a él, en el
paseo central, e introdúcete por el estrecho callejón que lo bordea, a tu
izquierda, en dirección a la esquina norte de la base. Avanza trece, catorce o
quince pasos y te encontrarás delante de una única piedra pequeña, con forma de
trapecio. Retírala cuando nadie te vea, es muy fácil de mover: tras ella está
el mensaje. Para asegurarte de que es el auténtico tienes que comprobar dos
cosas. La primera, el halcón negro; la segunda está dentro:
un amuleto de Isis idéntico al que tienes ahora en tu poder.
Sigue fielmente las indicaciones y
llegarás a tu destino.
Que los dioses te ayuden y que tu cuerpo sea
eternamente conservado.
En el sobre, junto a la carta, una pieza de plata con el símbolo alado de Isis, completaba el contenido del misterioso mensaje.
Un par de semanas más tarde, Elizabeth estaba en Luxor, en mitad de la sala hipóstila del milenario templo de Karnak. La carta y el amuleto, bien escondidos en un compartimento secreto de su bolso parecían estar aguardando el momento.
–¿Por qué no saca la carta? –preguntó James, casi en un susurro.
–Se ha aprendido las instrucciones de memoria. Estoy seguro –respondió Ted.
Pero Elizabeth no hizo ademán alguno. Miró las columnas de arriba abajo, como si pudiera leer sin esfuerzo los jeroglíficos que las adornaban y, sin hacer intención de acercarse al obelisco de Hatshepsut, se dio media vuelta con gesto cansado. Pocos segundos más tarde, pasando junto a los dos discretos 'árabes', se encaminó a la salida sin volver la vista atrás.
–¡No puede irse así! –gimió Ted–. Es imposible que haya venido hasta aquí y no intente buscar el mensaje...
–¿Te has fijado en ella, Ted?
–¡Claro que me he fijado! Es una maldita insensible... una mujer sin alma –sentenció el compañero de James.
–Sin duda lo es, pero no me refería a eso. ¿La has visto bien, Ted?
Ted miró fijamente a su amigo y le dijo, con voz grave:
–La belleza es efímera, James.
James no respondió. Se limitó a levantar la vista y asentir de forma casi imperceptible con la cabeza, mientras contemplaba el eterno y magnífico esplendor del templo de Amón-Ra, la gran maravilla del viejo Egipto, cuya belleza sublime era vencedora del tiempo y de la historia...
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