Mitsuo Miura imagina recuerdos cada vez que visita el Palacio de Cristal del Retiro.
No me sorprende, la verdad, porque es un lugar que estimula los recuerdos y, también, los sueños. Una vez, hace ya mucho tiempo, pasé una noche junto al Palacio de Cristal. Fue una noche estrellada, sin luna, cuando junio aún no era ese mes diferente que, más tarde, perdería lo que le distinguía de sus once compañeros de calendario.
Desde el lago |
¿Cómo es posible que ardan el hierro y el cristal?, me pregunto en tantas ocasiones... cuando pienso en ello mientras sueño.
Soñar en esas circunstancias es muy fácil. Se escucha siempre una música dulce y suave, entrecortada, en aquel tiempo, por el rugido de algún león perezoso de la no muy distante Casa de Fieras, un león que, encerrado en su pequeña jaula, añoraba, sin duda, la inmensa sabana del Serengeti.
Capiteles |
Miura ve columnas en el interior del Palacio de Cristal. El otro Miura, Miguel, veía, a través de los ojos de uno de sus personajes, las tres diminutas lucecitas del puerto. Y se las enseñaba, desde el balcón de su hotel, a cuantos huéspedes ocupaban su mejor habitación... aunque, en realidad, don Rosario (que así se llamaba el personaje) no veía nada, a causa de su vista débil.
Eso pasa porque todos queremos ver eso que un día nos gustó. Y, a veces, sí que lo vemos, aunque tengamos la vista débil... o la memoria, que es un mal muy frecuente.
Azulejos |
Claro que también es muy probable que una persona destruyese el Crystal Palace, de forma intencionada, para borrarlo de su recuerdo para siempre.
El lago desde el interior de la gruta |
En el paseo que bordea el lago artificial que enmarca la que, en mi opinión, es la más bella imagen del Retiro madrileño, hay una pequeña gruta, que nos recuerda a la vecina jaula del oso pardo, hoy ya vacía, frente a la que me gustaba pasar entonces, cada vez que visitaba mi rincón favorito del parque. Pero, sin duda, la escalera que se sumerge en el lago es su detalle más especial. Por ella bajaban, todas las noches de junio, las intangibles ninfas del estanque, saliendo, quizá, de la fértil imaginación del poeta... o del fantasmagórico invernadero que acogió a la tropical flora filipina cuando aquellas islas aún eran españolas.
Desde el interior |
Lo mismo le pasó a esa gran estructura, transparente y etérea, que nos devuelve a las noches sin luna que duermen en el alma de los que no se han dejado atrapar por el perverso silencio del orgullo.
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