martes, 4 de marzo de 2014

Benidorm sin rascacielos

Conocí Benidorm cuando ningún edificio de sus dos inmensas y casi desiertas playas superaba las cuatro alturas del hotel Bilbaíno que, fundado en 1926, es el hotel más antiguo de este pequeño pueblo de pescadores, convertido, por obra y gracia de Pedro Zaragoza y su Vespa, en la meca del turismo europeo de la segunda mitad del siglo XX.

Aunque mucha gente piense lo contrario, los turistas ya visitaban en aquellos lejanos años el que, probablemente, era el más atractivo destino de la costa mediterránea española, tanto en invierno como en verano. No fueron los españoles quienes lo descubrieron, desde luego, más interesados en los grandes y clásicos balnearios del Cantábrico, como San Sebastián o Santander, sino viajeros del norte de Europa.

Virgen del Sufragio 1893
En esos tiempos, todavía se consideraba en España (tal vez con buen juicio) que el verano había que pasarlo lejos del sol. Sin embargo, británicos, alemanes y nórdicos, tan ansiosos de disfrutar de lo que carecían, iban en busca de aquello que nosotros todavía no apreciábamos. Y, así, se encontraron con tantos paraísos solitarios, apacibles y vírgenes de nuestra geografía.
Si, además, como en el caso de Benidorm, estaban protegidos por un especial microclima invernal y gozaban de la influencia positiva y de esa extraña energía saludable que se percibe en algunos lugares (Torrelodones es otro de ellos), no era de extrañar que los turistas repitiesen.

Es cierto que las crónicas hablan de unos primeros establecimientos hoteleros muy antiguos, como el balneario Virgen del Sufragio o el hostal La Mayora (ambos del siglo XIX), así como de otros hoteles surgidos en la primera mitad del XX (Levante y Marconi), pero yo no recuerdo de mis primeros viajes a Benidorm más que dos hoteles que pudieran ser llamados así con propiedad. Me refiero al ya mencionado Bilbaíno y al Planesia, el primero junto al comienzo de la playa de Levante y el segundo encaramado al promontorio rocoso (la Punta del Canfali) en el que se alzan las terrazas sobre el mar conocidas como el Castillo. 

El Castillo y la isla
Este mirador, famoso por su personalísima balaustrada y que hoy es popularmente conocido como Balcón del Mediterráneo, fue, en su día, una fortaleza defensiva de la ya que apenas se conservan restos. Construido originalmente como defensa contra los ataques de los piratas berberiscos, fue recuperado de su ruina por las tropas de Napoleón y destruido, más tarde, por la marina británica, tras la derrota francesa en la Guerra de la Independencia. Parece que los ingleses ya tenían claro en 1812 que Benidorm debía tener un destino más pacífico.

Beatriz Ledesma en bikini (1955)
Pasados ciento cuarenta años de la destrucción del fuerte por sus compatriotas, otra súbdita británica (cuyo nombre no ha trascendido, privándola de pasar a la historia como la Rosa Parks de los derechos turísticos femeninos) fue, al parecer, multada (nada menos que con cuarenta mil pesetas) por estar sentada en bikini en la terraza de un bar frente a la playa. 
Pedro Zaragoza, el genial alcalde visionario, reaccionó con suma presteza para, adelantándose a su tiempo, firmar un decreto autorizando el uso de esta prenda y protegiendo a sus usuarias contra cualquier persona que las importunase.

Luego vinieron las famosas presiones y amenazas, que el regidor benidormense solventó con su bien conocido viaje en Vespa a El Pardo, un año más tarde, en el que obtuvo el placet para continuar con su revolucionaria política turística, una política que impulsó a su pueblo a abandonar, definitivamente, la almadraba y volcarse con ahínco en el desarrollo de la emergente riqueza que representaba no ya para Benidorm, sino para toda España, el turismo internacional a gran escala.


El hotel Bilbaíno y la pensión España (a la izquierda)
Pero volvamos al recuerdo de aquellos dorados años de mediados del pasado siglo.
Junto al hotel Bilbaíno, mi madre descubrió una blanca y sencilla casita de solo dos plantas, con un tranquilo y despejado porche frente a la playa: la pensión España. 
La historia completa de aquel primer viaje bien merece un artículo aparte, pero el resultado fue que aquella casa junto al mar se convirtió ya en residencia veraniega de toda nuestra familia (casi la ocupábamos al completo), durante aquellos plácidos días en los que la playa de Benidorm  parecía hecha solo para nosotros... y para algunas inglesas y alemanas en bikini, claro está.

La playa de Levante
Pasado el Bilbaíno, la línea de costa era una sucesión de casas con huerta y chalets con amplios jardines. A lo lejos, en el extremo norte, se veía el Rincón de Loix, un paraje solitario y distante, al que nunca se nos ocurrió aventurarnos, ya que apenas llegábamos más allá del cine al aire libre y la bolera, que surgían entre las huertas, a pocos metros de la playa. A mí me parecía que estaban lejos, pero estoy seguro de que, en realidad, estaban muy cerca.
La playa de Poniente no existía para nosotros. La veíamos desde el Castillo o en las contadas ocasiones en las que nos acercábamos al pequeño puerto pesquero, pertrechados con una caña de pescar que siempre estaba más acompañada de ilusiones a la ida que de peces a la vuelta. 


La vida junto a aquella playa limpia y dorada se parecía más a la de "Calabuch" que a la que se podía llevar en los demás destinos veraniegos de la época, así que no digamos cómo se compara a lo que hoy es cualquier pueblo de la costa alicantina o valenciana.

No voy a juzgar al Benidorm actual. Sería imposible hacerlo sin caer en el prejuicio o el papanatismo. De lo que estoy seguro es de que lo que aquel día hizo mi madre cuando decidió, sin pensárselo dos veces, quedarse en aquel pueblo desconocido a pasar el verano, respondiendo a un impulso natural y eterno, fue algo repetido muchas veces por otros viajeros. 
Y es que aquel lugar junto al sol no es que estuviese detenido en el tiempo, es que era un milagro atemporal en el que resultaba evidente que la felicidad era posible, y que para conseguirla apenas hacia falta algo más que unas gafas de sol, un sillón de enea bajo el porche, un mar con una extraña isla en el horizonte y un bañador... o, mejor aún, un bikini.

Benidorm sin rascacielos existió. Y no hace tanto de eso... o, tal vez, sí, que uno no está ya en condiciones de valorar la dimensión del tiempo.


2 comentarios:

  1. Hola, sabrías decirme donde estaba exactamente el cine al aire libre del rincón de loix? Mil gracias.

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  2. Muy buen artículo, conocedor del tema, respetuoso en sus opiniones y acertado en cuantas afirmaciones hace, además de muy bien ilustrado con esas fotos de antaño.

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