viernes, 28 de marzo de 2014

La Plaza Roja

La Plaza Roja y San Basilio
Aunque ya sé que decir esto suena a barbaridad, para mí, Moscú se identifica con la Plaza Roja y sus alrededores. Sinceramente, opino que, pese a las enormes dimensiones de la capital rusa, su verdadera naturaleza se concentra en la zona que rodea la plaza, incluyendo en ella el Kremlin y el Bolshoi, así como la primera parte de la magnífica calle Tverskaya, con sus muy extraordinarios edificios y comercios, como el legendario Eliseevsky, probablemente la tienda de alimentación más impresionante del mundo.

Ya muchos saben que su nombre nada tiene que ver con los rojos ladrillos del muro del Kremlin ni, tampoco, con el color con el que se identifica el comunismo, sino con su belleza. Su nombre es Krásnaya, que en el ruso actual es "roja". Sin embargo, esta misma palabra en el antiguo idioma ruso significa "bonita". Y, desde luego, lo es... bonita e impresionante.

La Plaza Roja
Su característico diseño rectangular tiene cuatro lados muy diferentes y, cada uno de ellos con una gran personalidad.
Sus dos laterales largos, al este y al oeste, tienen casi setecientos metros y están ocupados, respectivamente, por la inmensa galería comercial GUM (que bien podría ser, por su estilo arquitectónico, la estación central de Moscú) y la roja muralla del Kremlin, con sus tumbas de grandes personajes y el gran mausoleo que guarda la momia de Lenin
Al norte, el Museo de Historia de Rusia, otro edificio singular y característico, del mismo color intenso que el muro que la cierra por el oeste. 
Por fin, su lado sur, el más abierto de los cuatro, nos muestra las coloristas cúpulas de la basílica de San Basilio, símbolo para muchos de la propia ciudad de Moscú.

Pozharsky, Minin y San Basilio
La plaza en sí es una gran explanada de unas noventa hectáreas (más de diez campos de fútbol), casi totalmente despejadas.
El famosísimo y antiguo Patíbulo (Lobnoye Mesto), la estatua ecuestre en bronce del mariscal Zhúkov y las de Pozharsky y Minin, héroes de la independencia rusa, son los únicos monumentos visibles en la plaza, aparte del ya mencionado mausoleo de Lenin.

La visión de la plaza es más que impresionante desde casi todas las perspectivas, destacando siempre los blancos palacios y catedrales del Kremlin, que asoman serenos y majestuosos por encima de la protectora muralla roja que lo rodea, con sus altas y puntiagudas torres.

El Moscova
El Kremlin merece una reposadísima visita, que no debe dejar de contar con un paseo por los jardines de Alejandro ni con otro junto al Moscova, para poder disfrutar de las grandiosas vistas desde el río.

Al contrario de lo que sucede con el Kremlin, el interior de la basílica de San Basilio representa una visita breve, aunque, sin duda, interesante.
Por su parte, las exclusivas tiendas de la galería GUM no dejan de ser más que una fría sucesión de marcas, similar a las que podemos ver en cualquier zona comercial de lujo en otros muchos lugares del mundo. A mí me gusta mucho más el zoco de Fez o la calle Fuencarral de Madrid, pero hay gustos para todo.

El Bolshoi en 1856
Lo que es absolutamente imprescindible es una noche en el Bolshoi.
Tras su costosa y profunda remodelación, hoy vuelve a ser el gran rival del Mariinsky de San Petersburgo en su permanente lucha por la supremacía musical del teatro ruso.
Pocas cosas hay en el mundo del ballet o de la ópera como una velada en el Bolshoi, tras una ajetreada jornada en el centro de Moscú y un chocolate bien caliente en el Café Pushkin (como Gilbert Bécaud y su rubia guía Nathalie), donde, además, me gusta cenar después del teatro, más que en ningún otro sitio.

Café Pushkin
El mejor hotel de Moscú es, sin la menor duda, el Ritz-Carlton. Y lo es tanto por su calidad y elegancia como por su situación, a muy pocos pasos de la Plaza Roja y en el comienzo de la gran avenida de la ciudad, la ya mencionada Tverskaya. 
Haciendo un gran sacrificio, se puede sustituir este hotel por el Marriott, siempre y cuando el viajero tenga la suficiente presencia de ánimo como para evitar el muy probable y profundo desaliento que la visión de su deprimente página web produce hasta en los espíritus más aguerridos y bien templados.

Y para terminar mi particular (y reducida) visión de la capital rusa, tengo que mencionar sus palacios subterráneos. El Metro de Moscú es una de las visitas obligadas y su uso muy recomendable.  Aparte de que es el mejor medio de transporte de la ciudad (rápido, limpio, seguro y barato), sus estaciones son verdaderas obras de arte. Cada una de ellas tiene su propia arquitectura monumental y es fiel reflejo de la época en la que fue construida.

Metro de Moscú
Pinturas, mosaicos, frescos, vidrieras, bóvedas, mármol, columnas y estatuas son frecuentes en una de las redes de ferrocarriles subterráneos más grande del mundo, construida, en su mayor parte, en los años de apogeo de lo que fue la Unión Soviética, lo que se refleja en muchos temas de la decoración, que llena pasillos, vestíbulos y andenes. Un espectáculo, prácticamente gratuito, que nadie que esté en Moscú debe perderse y en el que destacaremos, además de su brutal arquitectura, tan distante del utilitarismo de la mayoría de los ferrocarriles metropolitanos de otras grandes ciudades, su curioso sistema de voces de aviso masculinas o femeninas (según el sentido de la marcha del tren) y las profundísimas estaciones creadas en los momentos más intensos de la Guerra Fría, concebidas como posibles refugios nucleares.


La Plaza Roja es uno de los grandes espacios urbanos del planeta, no solo por sus dimensiones, sino, también, por su significado histórico. Decir que con verla hemos visto Moscú es una evidente exageración, pero lo que sí es cierto es que en ella está recogida una buena parte del espíritu de la mayor ciudad del país más grande del mundo.

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