lunes, 13 de octubre de 2014

El nuevo MAN

En realidad, el equívoco que puede producir el título de este artículo nos conduce al hecho de que sí hablamos del hombre, pero en su sentido genérico, al hombre y su historia, a través de los siglos.

El MAN es el Museo Arqueológico Nacional, que ha reabierto sus puertas en Madrid, tras cinco años de obras y una profunda y acertadísima remodelación.
Se encuentra, como es bien conocido de todos y, en especial de los madrileños, en el gran edificio neoclásico compartido con la Biblioteca Nacional de España, con entrada por la calle de Serrano, junto a la plaza de Colón.

Los tesoros que guarda son de valor incalculable y, ahora, los podemos disfrutar mucho mejor, gracias a unas nuevas instalaciones orientadas a una visita más sencilla y cómoda, pero que mantiene todo el esplendor y grandeza de las magníficas piezas que allí se exponen.
Una parte significativa del patrimonio cultural mueble de lo que nuestra historia nos ha legado, desde los muy lejanos tiempos prehistóricos hasta la Edad Moderna, al que se le incorporan aportaciones que provienen de Oriente Próximo, Roma, Egipto, Nubia y Grecia. Juntas conforman una colección que merece la pena recorrer con ojos bien dispuestos y espíritu receptivo, pues nos encontraremos ante muchos objetos, reliquias y muestras artísticas de naturaleza diversa y excepcional.
La numismática también tiene su lugar en las salas del museo, en las que no faltan monedas singulares, muy valiosas y, desde luego, extraordinarias.

Para la mayoría de los expertos, la Dama de Elche (el gran busto íbero de piedra que estuvo, durante algún tiempo, expuesto en el Museo del Prado) es la joya del museo. 
Esta escultura que, sin duda alguna, es la más famosa de nuestra antigüedad, data del siglo V (tal vez IV) a. C. y fue descubierta en 1897 en Helike, un asentamiento íbero y romano, próximo a la ciudad de Elche. 

Dama de Elche
Parece claro que tenía un destino funerario y, aunque la opinión más generalizada es que representa a una bella e idealizada mujer íbera, yo no descarto que sea la imagen de una diosa, vestida con las joyas, ornamentos y vestiduras propias de una dama noble de la época.
Su belleza es indiscutible y podríamos pasar horas admirándola sin percibir, apenas, el paso del tiempo. Es la obra de un gran escultor, heredero de las mejores virtudes artísticas de la Grecia clásica.
Nadie puede dudar las reminiscencias que el fabuloso atuendo de su tocado ha transmitido a los más modestos (en comparación al de la gran dama ilicitana) que lucen, orgullosas, las falleras modernas.

Sin embargo, son muchos más los hitos que se exhiben en el museo.
A mí me maravilla el Tesoro de Guarrazar, ese conjunto de impresionantes joyas de la orfebrería visigoda que fue encontrado, a mediados del siglo XIX, cerca de Toledo, en la huerta del mismo nombre de la localidad de Guadamur. 

Corona de Recesvinto
Sus piezas, a excepción de la corona de Suintila (robada en 1921 y nunca encontrada, o los varios cinturones que, asimismo, desaparecieron) están repartidas entre el Musée Cluny de París, la Armería del Palacio Real y el MAN.
De todas ellas, la corona del rey Recesvinto es la más notable de cuantas se han recuperado entre lo que fue escondido por los clérigos de los templos toledanos para evitar que cayera en manos de los invasores árabes, que fundieron metales preciosos y reutilizaron las gemas de una buena parte de cuantas riquezas obtuvieron allí, tras su conquista.

Mi tercera pieza favorita es la Bicha de Balazote, el toro de cabeza humana localizado en un yacimiento arqueológico de la provincia de Albacete (en la que se han hallado muchos restos antiguos y no tengo duda de que permanecen enterrados muchos más). Está catalogado como del siglo VI a. C. y parece parte de un monumento funerario. Su hierático gesto me resulta familiar, pero no soy capaz de recordar a quién se parece... puede que a algún antiguo profesor mío o, añadiéndole gafas, a un político actual, no estoy muy seguro. También puede que, como dicen, sea una representación del dios Aqueloo, el más antiguo y poderoso de los espíritus de agua griegos que, en su día, atacase a Hércules convertido en toro. Todo es posible.

Livia
La bellísima estatua de Livia, tercera esposa del emperador romano Augusto, realizada en mármol blanco, es otra de las cumbres del MAN. Original del siglo I, nos presenta a la madre de Tiberio sentada y tanto su rostro como su túnica y manto, esculpidos con una elegancia singular que realza su serena majestuosidad, ayudan a interpretar a Livia como lo que llegó a ser, tras su deificación por su nieto Claudio: una auténtica diosa.
El Marqués de Salamanca financió la excavación que la trajo a Madrid desde las ruinas de Paestum, una de las zonas arqueológicas mejor conservadas de Italia, que me impresiona por la grandeza y el perfecto estado de sus templos griegos. Es visita obligada para quien viaje al sur de Salerno.

Dama de Baza
Sentada, también, está la tercera gran dama del museo, la de Baza, una escultura íbera del siglo IV a. C., encontrada muy recientemente (1971) en la necrópolis de la antigua Basti, junto a la granadina localidad de Baza.
Su rostro no tiene la perfección de los rasgos de la de encontrada en Elche, sino que, pese a su entronización y a la solemnidad de su enterramiento en una subterránea cámara funeraria (parece que la escultura representa a la mujer cuyos restos allí reposaban), tiene un carácter algo más humano, sin renunciar a la solemnidad que muestran su gesto y postura.
Conserva una buena parte de la policromía original que cubría la piedra caliza en la que está tallada y junto a ella aparecieron armas, piezas metálicas diversas y vasijas adornadas con dibujos de vivos colores, que parecen ofrendas a una reina o señora de rango muy destacado.
Llaman la atención sus enormes pendientes de forma cúbica y el ave azul que mantiene en su mano izquierda...

Sería imposible seguir recogiendo en estas líneas ni siquiera una mínima parte de lo expuesto en el museo (que no deja de ser una pequeña muestra del más del millón de piezas catalogadas en sus archivos). 
Fuera, junto a la verja de entrada, está el acceso a la réplica del techo de una parte de las cuevas de Altamira. No conviene pasar de largo por su lado...

No hay excusa para no ir a visitar el Museo Arqueológico Nacional si se dispone de algo de tiempo en un Madrid que tiene tanto que ofrecer al viajero que, necesariamente, le complica la gestión del mismo durante su estancia en la capital. Pero es un crimen pasear por la calle de Serrano, mirando las vitrinas de sus bonitas y llamativas tiendas actuales, sin guardar una parte para dedicarla a un escaparate mucho más largo y profundo, el de la historia de nuestros pueblos y nuestra cultura. 
Yo creo que no es difícil encontrar un par de horas para adentrarse en un mundo que, además de ser patrimonio de todos, ha hecho posible que estemos hoy aquí.

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