miércoles, 15 de enero de 2014

Cypress Point

Durante un período indeterminado de tiempo, fui propietario de unos terrenos en Sacramento.

Cypress Point
Y he dicho indeterminado porque, en realidad, nunca supe cuándo lo adquirí ni cuando el terreno en cuestión dejó de ser mío (si es que alguna vez lo fue, que eso tampoco está claro). El responsable de todo este embrollo fue mi socio en California, Steve Barker, un simpático y rubio americano a quien conocí en los tiempos dorados de la Marbella de Jaime de Mora y Alfonso de Hohenlohe, cuando el Marbella Club era el paradigma del lujo desenfadado.

Barker y yo montamos una pequeña empresa de importación de azulejos cerámicos en Sacramento, cuyos comienzos fueron, verdaderamente, más que prometedores. Así que abrimos una cuenta en el Wells Fargo Bank (lo que me gustó mucho por el romántico recuerdo de las viejas diligencias que evocaba su nombre) y yo me trasladé a Sacramento en cuanto pude, tras haber realizado las oportunas negociaciones previas con varias empresas cerámicas de Castellón, que deberían ser nuestros proveedores habituales.
La compra del terreno debió producirse poco después de que yo consiguiera mi primera documentación oficial americana, tras obtener mi carnet de conducir del estado de California que, por supuesto, todavía conservo tantos años después.

Diligencia de Wells & Fargo 
El caso es que, gracias a mis incipientes (y nada lucrativos) intereses en la vieja colonia española, evangelizada en su día por el bueno de Junípero Serra y sus misioneros franciscanos, tuve la oportunidad de conocer gran parte de California y algo de Nevada.

Poco más obtuve de rendimiento en mis relaciones con el pillo Steve, ya que sus poco ortodoxos métodos no gozaron (como era previsible) de la aprobación del sheriff de Sacramento, lo que a punto estuvo de obligarme a seguir los pasos del popularísimo personaje creado por el gran José Mallorquí (padre, por cierto, de mi amigo y compañero, César).


En mi periplo californiano visité muchos lugares apasionantes, muy atractivos y de enorme interés, pero debo reconocer que hubo uno que me produjo un especial y singular impacto.

Al sur de San Francisco se encuentra la bahía de Monterey, a la que da nombre una población costera que fue la primera capital de California y que hoy presenta múltiples atractivos para el visitante, como su magnífico santuario marino, su excelente acuario o el famosísimo autódromo de Laguna Seca, el gran templo del deporte del motor de la costa occidental de los Estados Unidos.
Al sur de Monterey se extiende la península homónima, cuya agreste y frondosa geografía interior, combinada con una costa bravía y escarpada nos proporciona escenarios de una dramática belleza, mil veces inmortalizada por pintores, fotógrafos y hasta por el séptimo arte.

Cypress Point Club
Para recorrer la península, nada mejor que tomar la ruta conocida como 17-Mile Drive, que, partiendo de Pacific Grove, llega hasta Pebble Beach, ofreciéndonos impresionantes vistas de toda la costa, especialmente si hemos elegido las últimas horas de la tarde para nuestro paseo.
La zona es un paraíso para los jugadores de golf, pues en ella están situados varios de los campos y hoyos más legendarios, como el Pebble Beach Golf Links, tal vez el más renombrado de los campos públicos americanos.
Muy cerca tenemos el Cypress Point Club cuyos hoyos 15, 16 y 17 son de una espectacularidad que va más allá de lo imaginable.





El ciprés solitario
Cuando vi por primera vez el ciprés solitario, tuve la sensación de haberlo visto antes. Pronto descarté esa posibilidad, ya que estaba claro que eso era de todo punto imposible, salvo que lo conociera por algún reportaje o fotografía. Sin embargo, no era esa la impresión que me causaba, sino otra muy distinta, más parecida a la que se produce cuando, tras muchos años de ausencia, te topas, de golpe, con uno de esos sitios en los que has pasado una buena parte de tu niñez.

Fue bastante tiempo después cuando me tropecé, en casa de mis padres, con el primer óleo que pinté, siendo aún un niño. El cuadro, inacabado y guardado en un armario, era un paisaje del acantilado sobre el que se yergue uno de los árboles más famosos del mundo.
Es evidente que yo copié esa imagen de algún sitio, pero el recuerdo que quedó grabado en mi memoria, y que todavía sigue vivo en ella, es el contrario: pinté un árbol que nunca había visto, pero que existía y me atrajo hasta él. Cada uno es libre de forjar sus propias leyendas.


Kim Novak y James Stewart
En Vertigo (1958), que muchos consideran la obra maestra de Hitchock, una de las más conocidas escenas de la película, la del primer beso entre Madeleine y Scottie (Kim Novak y James Stewart), se rodó muy cerca de Cypress Point, en pleno 17-Mile Drive. Y, si todo el film es memorable, el momento de uno de los besos más famosos de la historia del cine, con las olas rompiendo sobre las rocas, tras el abrigo blanco de Kim Novak, en el momento exacto en el que la bien sincronizada música sube de volumen, es difícilmente superable.

Al lado está la pequeña villa de Carmel-by-the-Sea, sin duda, uno de los pueblos más bonitos de California. Carmel es uno de esos lugares privilegiados que lo tienen todo: una playa magnífica, buen clima, muchos sitios agradables para comer, amor por el arte, tiendas interesantes, actividades deportivas... y un ambiente lleno de estilo y buen gusto. Un verdadero lujo de pueblo, ideal para pasar unas vacaciones, pese a que, como es fácil de suponer, no se trata de una localidad que destaque porque en ella la vida sea barata. Más bien, todo lo contrario. Eso sí, gastarse el dinero en Carmel es mucho más recomendable que hacerlo en tantos y tantos sitios vulgares (y, también, caros) que abundan por todos los rincones del mundo.

No me atrevo a recomendar ningún hotel en Carmel y, aún menos, un restaurante. Hay muchos y, la mayoría, buenos. Si acaso, destacaría L'Auberge y su restaurante Aubergine que, aparte de componer un interesante juego de palabras, son un buen exponente de lo que podemos encontrar en este singular pueblecito costero.
Yo no recuerdo haber tenido ninguna mala experiencia, sino que, por el contrario, he disfrutado al máximo cada momento vivido en esta villa tan especial de la que, por cierto, fue alcalde Clint Eastwood.

Carmel-by-the-Sea
Carmel es, asimismo, un destino muy recomendable para los amantes del vino, ya que abundan los locales en los que se pueden degustar los mejores caldos de California.

Y, desde el punto de vista arquitectónico e histórico, Carmel-by-the-Sea tiene un particular interés. 
Una gran parte de sus edificios llevan la firma de notables arquitectos, como la Walker Residence, una de las más bellas mansiones de la costa, obra del mismísimo Frank Lloyd Wright.
Y la historia de la vieja California está representada por la Misión de San Carlos Borromeo, fundada por el fraile mallorquín Junípero Serra en 1771. Es, precisamente, en esta Misión de Carmel, como muchos la llaman, donde descansan sus restos. 

California me gusta. Y espero volver pronto... una vez que haya comprobado que el viejo sheriff de Sacramento se ha jubilado definitivamente, claro está.

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