Fuera de todas las rutas turísticas veraniegas, aislado del ajetreo de las playas y discotecas de moda, tranquilo, feliz, agreste y solitario, está el valle de Santa Inés (Santa Agnès de Corona).
Iglesia de Santa Inés |
Situado en el norte de San Antonio, y pegado a la costa noroeste de la isla, este valle, pequeño y escondido, se conserva absolutamente fiel a su naturaleza campesina, como si el tiempo se hubiese quedado detenido al otro lado de las colinas que lo protegen.
No puede decirse que exista un núcleo urbano o un pueblo, propiamente dicho, sino unas cuantas casas alrededor de su muy sencilla iglesia, al final de una larga recta que atraviesa el valle y por la que apenas pasan coches, incluso en los meses más concurridos del verano.
Para mí, Santa Inés reúne lo mejor del espíritu auténtico de los campos de Ibiza. Esos campos que, aunque muchos no lo sepan, aún se conservan casi intactos en buena parte de la isla. Aquí, además, cuentan con el valor añadido de sus almendros. Si tenemos la suerte de visitar Santa Inés a finales de enero, nos encontraremos con un valle cubierto de pétalos blancos y rodeado de colinas cuajadas de verdes pinares. Todo ello, en medio de una absoluta soledad y a escasa distancia de los altos acantilados que cierran el valle por el oeste.
Bajo los almendros en flor |
Porque uno de los secretos de Santa Inés es que no tiene playas.
Pero sí altos y escarpados acantilados que nos ofrecen extraordinarias vistas sobre un mar intenso y azul, así como la posibilidad de encontrar bonitos rincones solitarios, desde los que se disfruta de unas magníficas puestas de sol, sin el acoso de esa multitudinaria y poco agradable compañía que surge a la hora del ocaso en otros puntos estratégicos de la costa ibicenca.
Al lado de la iglesia está, desde 1951, Can Cosmi, un pequeño restaurante que, junto a su viejo colmado, son visita imprescindible. Sus tortillas son legendarias y pocas cosas alimentan mejor (y, a la vez) el cuerpo y el espíritu que tomarse una de ellas en las sencillas mesas de su terraza cubierta, frente al valle y a la blanca fachada de su iglesia.
Sin el carácter mítico de Can Cosmi y, a muy pocos metros, se encuentra Sa Palmera, fundada en 1969 y que no es un mal sitio para dar buena cuenta de una paella. El singular grupo de pequeñas construcciones lo completa una zapatería artesana, Cas Sabater, justo frente a la iglesia.
Ses Balandres |
Desde allí es buena idea tomar la estrecha carretera que rodea el oeste de Es pla de Corona (que es el nombre autóctono por el que se conoce a toda la planicie cultivada del valle) y que vuelve a la principal tras haber bordeado los pinares que se extienden junto a los acantilados.
Aquí nos encontraremos con el bar Las Puertas del Cielo, cuyo sugestivo nombre nos adelanta lo que vamos a poder ver desde lo alto de esta impresionante parte de la costa (Ses Balandres), junto a las centenarias piedras de Sa Penya Esbarrada, una casa de tiempos de la dominación musulmana (anterior al siglo XII) construida en uno de los puntos con mejores vistas de toda la isla.
Desde este mismo lugar el acceso a la costa es posible, aunque muy complicado y con cierto riesgo. Sinceramente es mucho más recomendable disfrutar del panorama desde lo alto del acantilado.
En pleno valle nos encontramos con uno de los dos hoteles de Santa Inés: Es Cucons, un establecimiento de agroturismo en el que el descanso está garantizado, en un ambiente muy bien integrado en el paisaje de Corona, pero al que no le falta ni un solo detalle de lo que podríamos denominar lujo rural. Un hotel de campo en el que si nos quedamos unos días entenderemos bien el gran atractivo de la Ibiza auténtica. Aislado de todo lo que no sea naturaleza pura o cultura agrícola tradicional.
Acantilados de Can Pujolet |
El otro está un poco más apartado del valle. Hay que tomar la carretera que desde la iglesia o Can Cosmi se dirige hacia el este y que acaba en San Mateo, el pequeño pueblecito vecino que compite con Santa Inés en su vocación de preservar intacto el espíritu original de la vieja Ibiza. Girando a la izquierda, tomaremos un camino que asciende por una colina y allí, entre pinos y algarrobos, encontraremos Can Pujolet.
Uno de esos hoteles que parecen sacados de un cuento por su belleza, tan irreal como sencilla. Pertenece, también, a la categoría de agroturismo, tan bien dotada en la isla, y es uno de mis lugares favoritos de Ibiza. El entorno es impresionante y el hotel poseedor de una paz difícil de explicar. Desde él, un breve paseo por un camino solitario rodeado de pinos, nos lleva hasta la cima de unos acantilados imposibles, en los que verde, azul y roca se funden en una melodía infinita de la que nos cuesta escapar para volver a la vida.
Soy un acérrimo defensor de la isla, es bien sabido, pero este rincón, de características tan especiales y, tal vez único por su sencillez inexpugnable, es uno de los más valiosos de cuantos todavía permanecen escondidos y a salvo de la amenaza de la más terrible y asoladora invasión que ha conocido la historia: la del pacífico turismo contemporáneo.
Can Pujolet |
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