Campanario de Brujas, tras las casas del canal |
Ninguna relación tiene con el oscuro y misterioso mundo de las brujas el nombre de esta bellísima ciudad de Flandes, a pesar de que, en español, sea conocida, precisamente, como Brujas.
Los franceses y los valones la llaman Bruges (que nada tiene que ver con la palabra francesa sorcières).
Y los flamencos, claro está, lo hacen por su verdadero y bien descriptivo nombre: Brugge (Puentes).
Porque, en verdad, hay muchos puentes en Brujas. Y canales. Es una ciudad que conserva muy bien su bonito casco antiguo y que mantiene intacto el espíritu del Flandes medieval. Por eso gusta a todos los que la visitan, a pesar de su clima poco acogedor durante la mayor parte del año.
Llegué por primera vez a Brujas, por razones que no vienen al caso, a finales de un ya lejano (hace más de cuarenta años) mes de diciembre y puedo acreditar que el frío era notable, así que recomiendo a quienes tengan pensado conocer esta bellísima ciudad flamenca que escojan para hacerlo una estación más propicia que el invierno.
En cualquier caso, mi breve experiencia en aquella primera visita a la ciudad natal de Felipe el Hermoso fue estupenda, como también lo fueron las siguientes, ya en meses de temperatura más benigna.
Mi primera habitación en Brujas |
La fortuna quiso que en aquella primera ocasión me alojase en la mejor habitación de la ciudad, no por ser la más lujosa, sino por estar situada en la posición perfecta para disfrutar de la vista de la gran plaza mayor (Grote Markt), en pleno corazón de la ciudad y verdadero centro neurálgico de la vida urbana, a través de sus muchos siglos de existencia.
La plaza, concurridísma en verano y tan caracterizada (aparte de por sus nobles monumentos) por las antiguas casas del más puro estilo flamenco que ocupan uno de sus lados (en el que se encuentra el Hotel Central, en cuya habitación superior estuve), presenta el contraste del rojo de sus ladrillos con los verdes toldos que cubren las terrazas de los abarrotados restaurantes que, uno tras otro, se extienden en el extremo norte de la plaza, aprovechando la orientación meridional de sus fachadas.
Muy cerca de ella, la plaza del Ayuntamiento (Burg) completa con sus menores dimensiones, pero igual encanto, los espacios abiertos del centro de la capital de Flandes Occidental (West-Vlaanderen). En esta plaza, debemos destacar la presencia del restaurante y salón de té (Tom Pouce), mucho menos ajetreado que los de Grote Markt, cuya terraza nos permitirá comer o tomar un té mientras contemplamos los bonitos edificios que nos rodean.
Burg y, al fondo, el restaurante Tom Pouce |
Pero, sobre todo, Brujas es una ciudad de pequeños rincones y canales, que hay que recorrer, una y otra vez, para disfrutar a fondo de ella. Por eso, una climatología adversa, si bien no reduce su atractivo, puede hacer incómodo el paseo.
Otra opción, complementaria y no alternativa al recorrido a pie, es el barco. Navegar por sus canales nos presenta una visión diferente, desde un ángulo muy distinto, tan interesante como el de andar por sus viejas calles. Por cierto, que no debemos olvidar que lo mejor de estos paseos lo encontraremos alejándonos del centro, especialmente en verano, ya que los turistas que se allí se agolpan apenas se adentran en las calles y barrios un poco (solo un poco) más alejados. Movernos por allí, casi en solitario, aumentará el placer de acercarnos al corazón de Flandes.
Dejo, como siempre, a la sabiduría y documentación de las guías turísticas todos los aspectos concretos de sus múltiples bellezas y episodios históricos, así como la localización de su creciente oferta de hostelería, de la que cada vez es más difícil opinar por la aparición constante de nuevos restaurantes y hoteles...
Jan van Eyckplein |
El visitante de la bella Brujas no debe perder la ocasión de acercarse, si dispone de tiempo para ello, a la vecina Gante.
La ciudad de Gante, cuna de Carlos I, rebosa historia por sus cuatro costados.
Es mucho más grande que Brujas (es probable que la duplique en habitantes), y lo fue aún más en el pasado, pues llegó a rivalizar en tamaño e importancia con París, a finales de la Edad Media.
Su gran castillo y sus tres altas torres son dignos de ser admirados y la ciudad tiene reputación de ser animada y divertida, algo que yo pongo en duda. Lo que es indiscutible es el valor arquitectónico de sus edificios y la historia que rezuman sus monumentos, sus calles y sus canales. Es una buena parada intermedia en el viaje entre Brujas y Bruselas.
Tampoco es mala idea, en un plan muy diferente al de ambas ciudades, dar un paseo por las interminables playas de Ostende, una estación balnearia que gozó de una gran reputación en el siglo XIX (cuando el sol no era considerado como un activo para el turismo), especialmente entre los ingleses.
Aunque está claro que la protagonista del turismo en Flandes es Brujas, la ciudad medieval de los puentes, bonita, histórica y pintoresca, capaz de atraer a todo tipo de visitantes y que es, sin la más mínima duda, uno de los destinos más interesantes, no solo de Bélgica, sino de todo el norte de Europa.
Bienvenidos todos a Puentes.
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